Hermana:
leo con tristeza la noticia de tu muerte y pienso en estos últimas semanas que has vivido. Hace apenas unos días, cuando el mundo entero se llenaba
de luz para celebrar la Navidad, saliste de tu casa en compañía de un amigo,
para ir al cine. Iniciaste tu tarde de asueto siendo una chica joven,
estudiante de medicina, con un futuro abierto ante ti. Llegaste al cine y
probablemente disfrutaste unas hora de felicidad, ignorante de que serían las
últimas en tu joven vida. Tomasteis un autobús que os llevaría de regreso al
hogar, junto a la familia, pero nunca llegaste a tu destino.
Duelo por otra joven. Se suicidó tras ser violada. 17 años |
Una banda de animales salvajes se echó sobre ti y tu compañero,
golpeándoos, torturándoos y violando tu cuerpo y tu alma. Con la connivencia
del conductor del vehículo (¿quizá también de otros pasajeros?), se lanzaron
sobre tu cuerpo joven y lo desgarraron sin piedad. Acabada la primera fechoría,
pasaron a la siguiente, tomando el amasijo de carne en que te habían convertido
y lanzándolo a la carretera, sin parar siquiera la marcha del coche de la
muerte. Junto a ti, el cuerpo herido de tu amigo y, sobre los dos, el halo de
maldad y violencia con que os cubrieron.
Has luchado varios días contra la muerte, pero tu alma no tenía
fuerzas para alentarte y tus miembros, tu piel, tus entrañas, estaban tan
destruidos que no se ha podido hacer nada por retenerte en el mundo y te has
ido antes de poder ver tus sueños hechos realidad.
Quiero que sepas, hermana, que no te marchas sola: llevas en ti a
todas las mujeres del mundo. Yo no conozco tu nombre, pero no es importante. En
realidad sé cómo llamarte. Tú eres Anjeli, la
protagonista de esa película india que tanto me gusta; eres Parvati,
Manuela, María; eres mi hermana, mi hija, mi madre; eres yo.
Eres la heredera de una tradición que da a las mujeres la consideración
de “objeto” ¿Sabías que en tu ciudad se produce una denuncia por violación cada
18 minutos? ¿Y que de estas solo prospera una cuarta parte, gracias a la
corrupción policial?
Boda entre niños. Ni siquiera han llegado a la pubertad. |
No puedo dejar de preguntarme qué habría sido de ti si... Imagina por
un momento, hermana, que no hubieras sido violada y asesinada. Bajas del
autobús, llegas a casa y ¿qué te esperaba allí? Tus padres, probablemente
amorosos y preocupados por tu futuro, te han dado estudios, pero eso no basta
¿verdad? Una mujer debe casarse y tener hijos. Cumpliendo la tradición de tu
país (que no todos siguen, pero continúa vigente), te habrían buscado un esposo
“conveniente”. Sigamos imaginando que pasa el tiempo y contraes matrimonio y,
ya que soñamos, hagámoslo en positivo: un buen marido que te sacará de la casa
paterna llevándote a la suya, una buena suegra que te quiera como a una hija y
un tiempo de paz y amor, pero siempre sin los tuyos, siendo siempre una
extraña, una “ocupa” de tu propio hogar, relegada al cuidado de la casa y los
hijos, sin voz, sin personalidad, sin nombre propio.
¿Y si hubieras sobrevivido al ataque de los salvajes? ¡Vergüenza sobre
tu cabeza y sobre tu familia! Nadie pintaría tus manos con curcuma, porque no
celebrarías jamás tu pithi dastoor; ningún tilak de perlas se colgaría sobre tu
frente; tus pulseras no volverían nunca a tintinear de felicidad. Serías una
mujer marcada para siempre, porque en ciertas culturas, la mujer es siempre
culpable: culpable si le nacen hijas en lugar del hijo deseado; culpable si le
golpean, porque lo ha ganado con su conducta; culpable por llevar una falda
corta o larga; por vestir pantalones o llevar sari; por llevar un velo sobre el
rostro, o por tenerlo descubierto. Culpable, hermana, independientemente de lo
que hubieras hecho. Culpable si mueres y culpable de vivir
Lloro tu muerte, hermana, pero lloro también por la vida y me pregunto
¿y si no hubieras muerto?
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