domingo, 23 de septiembre de 2012

Descripciones




Bromas aparte: efectivamente,
nadie es perfecto
En tono positivo: abiertos, serviciales, parlanchines, generosos, graciosos, bromistas, trabajan para vivir mientras que otros viven para trabajar, disfrutan la vida por muchos problemas que tengan. En lo negativo, fáciles de ofender, patrioteros, hablan demasiado alto y rápido, no escuchan otras opiniones, exagerados... Buscando un canal televisivo español en la web vine a dar con un programa que enseguida cautivo mi atención. Como ya estaba comenzado no pude ver el nombre del mismo y, en realidad no hace al caso. Lo interesante es que en él un grupo de extranjeros de distintas nacionalidades contaban cómo ven ellos a los españoles. Esa es la lista de calificativos que nos dedicaron o, al menos, de los que recuerdo en este momento.

Hace muchos años leí un libro de Fernando Díaz-Plaja titulado El español y los siete pecados capitales. Es un ensayo muy antiguo y no sé si existirán reediciones (imagino y espero que sí). Yo lo conocí, como tantos otros libros, porque mi padre lo tenía en casa. Si hay forma de conseguirlo, recomiendo su lectura, que es muy entretenida y bastante cercana a la verdad. Al menos, así me lo pareció cuando, siendo niña aún, lo leí... y ha vuelto a parecérmelo hoy al escuchar los calificativos que esas personas, nacidas y educadas en otros paises, nos dedican. Hay muchos puntos de coincidencia entre el uno y los otros.

Portada de El Español
y los siete pecados capitales
Recuerdo que en el libro se cuenta que el español no suele caer en la avaricia, porque eso es contrario al peor defecto que nos caracteriza: la soberbia. Es interesante ver como unos extranjeros aficandos en nuestro territorio, cuarenta años después de escribirse ese ensayo, llegan a la misma conclusión, aunque la describan con otras palabras. Ellos dicen fáciles de ofender, patrioteros, no escuchan las opiniones de otros: soberbios, en suma. Avariciosos, no. Todo lo contrario: dicen que somos generosos.  Claro que tiene su lógica, puesto que el soberbio, que trata de demostrar su superioridad en todo,  no va a consentir que su imagen se destruya por causa del vil dinero. Cuando un grupo de amigos sale a cenar o a tomar unas copas pelearán por pagar una ronda cada uno o harán un fondo común, cosa que no ocurrirá en Alemania, donde cada uno abona su consumición y siempre se escucha de boca del camarero la pregunta zusammen oder getrent? (¿juntos o por separado?) en cualquier mesa en que se sienten dos o más personas.

Volviendo a los adjetivos y prescindiendo del libro, me ha divertido la unanimidad al considerarnos exagerados y el modo de explicar en qué (básicamente, en todo). Cómo nos quejamos del frío horrible que hace, de un modo que deja al oyente pensando si será la primera vez que el invierno trae esa temperatura o la manera en que narramos el cambio de muebles que hemos hecho en casa y cómo pusimos la mesa del comedor en la otra esquina, cual si de mover una tonelada se tratase. Escuchando nuestros relatos parece que nadie más en el mundo se hubiera visto sometido a los inconvenientes que hemos tenido que padecer. Es  más, nosotros no sufrimos inconvenientes sino auténticas tragedias griegas.

¿Bromistas y divertidos?
De lo que no estoy segura es de que seamos tan graciosos. Claro que hay gente muy guasona, pero no sé si lo serán también cuando se convierten en el objeto de la chanza y, en mi opinión, solo merece el nombre “bromista” el que es capaz de reirse de sí mismo.

Espero estar equivocada y que, cuando pensemos en cómo nos ven los emigrantes y turistas, seamos capaces de sonreir, cuando no reir abiertamente. No con orgullo ante las descripciones positivas o entre dientes por las negativas, sino con una carcajada sincera al reconocernos en alguno de los epítetos.

Riamos con ellos, aunque solo sea para que en el próximo programa de este tipo, nadie vuelva a decir que somos “fáciles de ofender” y así perder dos defectos de una vez, demostrando que no es tan facil lograr que nos sintamos atacados y que sí escuchamos las opiniones de los demás y hasta las aceptamos si son legítimas.
 
 
 
 
 
Fotos:

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Independencia

No solo Catalunya quiere
ser independiente
Nunca me interesó la política. Crecí viendo en ella un mal, tal vez necesario, pero mal al fin. Cuando los políticos hablan solo escucho mentiras; cuando actúan veo como se materializan mis peores temores: todo lo que contaron antes eran solo patrañas para alcanzar el gobierno.  

Con la desconfianza me llegó el desinterés, así que cuando oigo de algún problema político más o menos complejo no me queda más remedio que investigar, pues de otro modo no sabría de qué se habla. Como además me preocupan las injusticias, no quiero cometerlas yo, así que procuro escuchar diferentes opiniones antes de tomar una decisión.

Así he llegado a tropezar con una cuestión que me ha dado qué pensar y que, al no tener antecedentes al respecto, me ha obligado a buscar información. Me refiero a la cuestión de la independencia catalana, tema al que no acabo de encontrarle ni motivos, ni sentido, pero que debe tener ambas cosas para millones de personas, puesto que la están pidiendo. Y yo quiero saber por qué y cuales son esas razones.

He buscado en la prensa, pero una vez más me he encontrado con palabras ampulosas de uno u otro signo, discursos encendidos de varios colores... y nada detrás. Historia contada de una u otra forma, tergiversándola a gusto del orador; acusaciones volando de un lado a otro; fuego cruzado cargado de pólvora ardiente, pero sin ningún razonamiento lógico. Una vez más, mentiras de políticos contadas para lograr sus fines y creidas o no según el auditorio.  Política, nada más.

¿Será este el mapa del futuro?
He leido artículos sobre el independentismo como movimiento político y tampoco he logrado aclarar mucho más que el cómo nace y qué argumentos se suelen utilizar para defender la independencia de unos respecto a otros y debo decir que me ha sonado otra vez a juegos de poder orquestados por quienes quieren más dominio sobre los demás, sobre el pueblo al que enardecen con sus palabras sonoras y envían a pelear, mientras ellos, los instigadores, preparan el trono en que se sentarán cuando ganen la batalla. Cuando la gente la gane para ellos.

Los argumentos más habituales para justificar la secesión son, según he leido, el idioma, la economía y la religión, aunque es la economía el que más inflluencia tiene... Pues así entiendo aún menos ¿deberían pedir la independencia los zamoranos? Porque ellos no hablan igual que los madrileños, su economía no es tan poderosa y siguen celebrando una importante Semana Santa, lo que me lleva a pensar que en temas religiosos tampoco están de acuerdo con la capital del estado. Hasta a mí me suena tonto: debe de haber algo que se me escapa.

¿Tal vez una República Federal?
El tiempo lo dirá
Quiero dejar claro que yo no estoy en contra de este movimiento. Creo que si un pueblo quiere ser independiente debe serlo. No me parece ningún drama el que un grupo de personas decidan tomar las riendas de su pais y ocuparse personalmente de sus problemas particulares. Si así logran ser más felices, vivir mejor, prosperar económicamente, perfecto. Yo no creo que el hecho de que una nación logré la soberanía vaya a causar grandes daños a ningún nivel, salvo los naturales, generalmente de tipo económico: crear una nueva moneda, cambiar los sellos de los documentos oficiales, modificar la burocracia, etc. Inversión que, por otra parte, es de suponer que estarán dispuestos a hacer.

Lo que yo me pregunto es si realmente hay razones de peso para querer separarse. Si, realmente es tan básico el vivir bajo una u otra bandera, si resulta tan fundamental para la existencia la creación de una frontera, si los políticos mentirán menos, si la economía estará más saneada. De verdad, sin discursos vacios y sin modificar los hechos a gusto del oyente ¿para qué sirve ser independiente o no serlo? ¿quién gana con ello? ¿qué gana?


Fotos:
 http://descolonizacioneindependencia.blogspot.com
 http://www.forocomunista.com
http://liceo-historia4d.wikispaces.com/

martes, 11 de septiembre de 2012

Mentiras

The Gossip (El chisme). N.Rockwell
Nada se transmite a mayor velocidad
Hoy he descubierto que alguien en quien confiaba me ha mentido. El que me mientan me resulta insoportable, siendo probablemente la única cosa que jamás perdono y, sobre todo, que jamás olvido: quien me miente una vez no recuperará nunca mi fe en su persona. Pero eso es otra historia. Esa mentira me ha llevado a divagar sobre la Mentira, esa eterna compañera de nuestras vidas.
Nadie negará que el hombre es un ser social y que vivir en sociedad es lo que  ha llevado al australopitecus afarensis a convertirse en el homo sapiens sapiens (como ahora nos llaman los antropólogos, en un intento de hacernos creer que somos el doble de sabios que los neandertales). El vivir en sociedad requiere unas normas y unos límites, las primeras para facilitar la vida y los segundos para no asaltar el terreno de los otros.

Epiménides, el cretense
Entre las normas no escritas existe la aceptación de la mentira. Dicen los estudiosos que mentimos unas tres o cuatro veces al día. Yo no lo creo: estoy segura de que mentimos muchas más veces. Empezamos con las excusas al llegar tarde al trabajo (“no sonó el despertador, el autobus llegó tarde”), seguimos con las impulsadas por el temor (“que chiste tan bueno ha contado, Sr. director. No, no lo conocía”). Llegamos a la calle y encontramos a aquel amigo de la infancia, gordo, de pelo blanco y que no puede disimular cada uno de los días que ha vivido, pero le saludamos con un “¡estás fantástico, Manolo! ¡Hecho un chaval!”. Mentimos para evitar un castigo y para lograr un beneficio, para que no se enfade la pareja y para halagar al amigo. Engañamos por no discutir, por encubrir un error; faltamos a la verdad con cualquier excusa, porque la mentira nos es necesaria para no ofender o para lograr que nuestra imagen se mantenga impoluta.

Cartel de Pinocho
de W. Disney
Hay mentiras aceptadas porque embellecen nuestra vida, como las usadas por los humoristas: todos sabemos que no es cierto, pero nos hacen reir y nos alegran por unos minutos. Sabemos (y ellos saben que lo sabemos) de las patrañas que los publicistas nos cuentan desde las revistas o el televisor, pero las consideramos parte del juego. Pese a todo ello los embustes han tenido consideración de pecado para distintas iglesias y gozan de muy mala prensa entre las personas. En filosofía han dado lugar a paradojas interesantes, como la famosa “todos los cretenses mienten” dicha por Epiménides de Creta y en el mundo de la fantasía nos han regalado al inolvidable Pinocho o al carismático barón de Munchausen.

Pese a su mala fama, es innegable que la patraña es a veces necesaria. No me puedo imaginar un mundo en que siempre se dijese la verdad, en el que a esa amiga tan fea le tuvieramos que decir “pues no, no creo que encuentres novio ¡con esa cara es imposible!” Lo menos grave que nos pasaría es que quedaríamos sin amigos. Puede que incluso acabásemos con un ojo a la funerala.

Sí es cierto que hay un tipo de mentira que no se debería dar jamás, una mentira dicha con el solo fin de herir a otro u otros, menoscabando su buen nombre o implicándole en hechos de los que no ha formado parte, tal vez incluso en actos delictivos: nunca, por ningún motivo, bajo ninguna circunstancia, se debe calumniar. Eso sería imperdonable.

Infam (La Calumnia)
La mentira de una
niña provoca una tragedia





Fotos:
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jueves, 6 de septiembre de 2012

Año nuevo en septiembre


¿Por qué no celebramos el Año Nuevo en septiembre? El primer día de enero es un día tonto para comenzar el año. Está en medio del invierno; la naturaleza anda aletargada; las personas van a trabajar el 30 de diciembre y vuelven a sus tareas el 2 de enero, sin cambiar nada, sea en sus costumbres, su indumentaria o su régimen alimenticio. Septiembre, por el contrario, es un mes que marca cambios profundos. Los frutos están en sazón y ya pueden ser recolectados, los días se acortan y refrescan, acaban las vacaciones, comienzan los exámenes escolares, luego las clases y todos abandonamos la lasitud del estío.

El noveno mes del año debería ser el primero, porque marca realmente el comienzo de una nueva etapa en nuestro recorrido por el año. Empieza el curso escolar, laboral y vital. Solemos comenzar el mes comprando: botas de goma para los días lluviosos, una chaqueta de algodón o lana que pronto necesitaremos; libros, cuadernos, babis, una mochila nueva para el cole; una cura para el cabello, martirizado por el sol, la arena y el agua salada o el cloro y una nueva crema hidratante que promete suavizar la piel mientras ayuda a conservar el moreno adquirido durante el veraneo.

Nuestra mesa vuelve a llenarse de legumbres, estofados, sopas. Esas comidas que nuestras abuelas denominaban “de cuchara” y que nos ayudan a recuperar la energía que perdemos con el retorno a las tareas y el inicio del frío. Los armarios se vacían de bañadores, vestidos de algodón o camisas de manga corta y se llenan de mullidos jerseis de lana, rebecas y calcetines. Para rematar los cambios en el paisaje hogareño, comenzamos a cerrar las ventanas al caer la tarde, a colocar alfombras que suavicen la frescura del suelo y en los fruteros comenzamos a colocar las primeras manzanas y los últimos higos.

Los buenos propósitos para el nuevo año son tan abundantes ahora como en la noche de San Silvestre. Nos proponemos hacer más ejercicio, perder los quilos ganados en comilonas y siestas veraniegas, organizar mejor nuestros días o, simplemente, estudiar en serio que este año sí que he de aprobar todo a la primera.

El año oficial se equivoca en las fechas. El 1 de enero será festivo, pero no es el primer día del año real. El verdadero comienzo del nuevo ciclo llega unos días antes del inicio del otoño, en septiembre y viene tan cargado de cambios y proyectos que no hay otro momento en todos los once meses restantes que muestre semejante carga de vida, así que, repito mi pregunta ¿por qué no celebramos el Año Nuevo en septiembre?




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