Las Canteras. Belén en la arena de la playa en la Navidad del 2005 |
Ya es Navidad, ahora sí. La Nochebuena pasó entre comida y regalos.
Comida ligera, que no hay porque exagerar y regalos adecuados al carácter de
cada uno, por lo que han sido bien recibidos y mejor agradecidos. Ahora, en la
tarde del día 25, solo nos queda relajarnos (por unos días) y seguir
disfrutando de la familia, que es lo más importante de todo.
Esa es la razón de que incluso ateos, agnósticos y, en ciertos casos,
creyentes de otras religiones celebren esta fiesta: la familia. Este festejo no
tendría razón de ser sin ella.
Familias hay de muchos tipos: las tradicionales, con padres e hijos;
las grandes, que incorporan abuelos, tíos, primos e incluso algún vecino o
amigo de toda la vida; las pequeñas, formadas por matrimonios sin descendencia,
un padre o una madre sin pareja y con algún retoño; las tipo puzzle, en la que
unos divorciados se unen entre sí,
aportando ambos sus propias proles... Lo que convierte en familia a un
grupo de personas es el hecho de compartir penas y alegrías, así como las ganas
de hacerlo, mucho más que la consanguinidad. Si los genes fuesen tan
importantes no llegaríamos a cogerle cariño a suegros o cuñados, por ejemplo,
ni pasaríamos años sin hablar con ese tío antipático o el primo patoso al que
tomamos tirria de niños.
La mía es muy grande y, pese a los kilómetros que nos separan, estamos
en relativo contacto. En el peor de los casos olvidamos la llamada de
cumpleaños correspondiente, pero hay un día que no se nos olvida nunca y
es, precisamente, este.
Baifo en adobo, papas arrugadas y otras delicias |
La llegada de este día nos empuja irremediablemente hacia el teléfono,
donde aprovechamos para recordar aquellas otras fiestas navideñas que celebrábamos
juntos. Evocamos aquella casa, que nos parecía enorme porque nosotros éramos
muy pequeños, en lo alto de los riscos, al lado de la playa. Recuerdos de un
hogar que olía a cabrito en adobo (baifo, como se dice por allí) y papas
arrugadas; de colchones que entorpecían el paso, cubriendo la superficie de
varias habitaciones; de primos vestidos todo el día con un bañador y por la
noche con un pantalón corto y camiseta; de la abuela dando órdenes a todo el
que se ponía a tiro; de mujeres parloteando en la cocina y hombres poniendo las
mesas (una para los adultos y otra para los niños).
Turrón canario |
El tiempo fue pasando y, aunque nosotros nos fuimos a vivir a un lugar
alejado de la casa, seguimos reuniéndonos al llegar la Navidad, hasta que uno
de nosotros (no recuerdo quién, ni tampoco importa) faltó a la mesa. Después
del primero fue más o menos fácil continuar con el extrañamiento. Comenzamos a
celebrar otras fiestas, con otros aromas. Cambiamos el cabrito por el cordero,
las papas por marisco; trajimos caras nuevas y nos despedimos definitivamente
de algunos. Poco a poco nuestro contacto se convirtió en un par de llamadas
anuales o alguna que otra carta. Nuestra abuela nos mantuvo unidos e informados
de las vidas de los otros, hasta que faltó. Entonces las madres tomaron el
relevo en cuanto al traslado de información. Luego fueron los de su generación
los que empezaron a darse “de baja”, llevándose con ellos algunas direcciones y
teléfonos, así que sus hijos nos movemos en un círculo familiar aún más
estrecho, en el que solo quedan los parientes más queridos, pero aún lleno de
ese lazo que llamamos “recuerdos comunes”.
Este año el perímetro se ha ajustado otro poco, con alguna pérdida
definitiva y un par de direcciones extraviadas. Las llamadas han sido menos,
las risas han disminuido en número y los momentos de soledad han ampliado su
parcela. Las lágrimas de emoción han dado paso a las de tristeza y las sonrisas
de los niños ya no dejan más que un rescoldo, donde antes había llamas. Ya no
quedan apenas personas con las que compartir nuestras memorias, sea por
fallecimiento o por simple desaparición. Ya no tenemos tantas personas con
quienes evocar el enorme Belén, las guirnaldas decorando el dintel de la
puerta, la función de Navidad, los villancicos entonados al son de guitarras y
timples. Nos hemos alejado hasta quedar solos, porque quien no tiene familia,
no tiene nada. Ahora solo nos queda una llamada telefónica para acercarnos a
los seres queridos. Mientras tanto, nos
entretenemos escribiendo una entrada para un blog, por tener alguien con quien
charlar.
Fotos
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