domingo, 15 de abril de 2012

Cuento para Yago

Para Yago, que se despertó de madrugada pidiendo el desayuno pero se conformó con un cuento.

Erase una vez un niño que no era como los demás. Tenía la piel blanca y fina, casi transparente. Su cabello, castaño y muy abundante, le caía sobre los ojos haciendole cosquillas en la frente y la nariz. El rostro era de rasgos suaves. En sus finos labios se dibujaba casi siempre una sonrisa, que solamente desaparecía cuando enfermaba o le dolía algo, pero esto ocurría muy raras veces. Sus ojos eran pequeños y oblícuos, como los de los chinos, y tenían un color gris brillante que les hacía parecer dos bolitas de mineral de plata incrustadas en su cara. Completaba su fisonomía una nariz pequeña que se arrugaba al aparecer su risa y unas orejas pequeñas y un poquito puntiagudas. Su mamá decía de él que parecía un elfo. Le gustaba jugar en el jardín, sobre todo en el cajón de arena. Allí hubiera pasado el día entero si le hubiesen dejado. Se divertía haciendo hoyos en la arena o sencillamente comiendosela. Llegó incluso a probarla con ketchup, pero no debío gustarle demasiado porque sólo lo hizo una vez.

Solía entretenerse también escuchando música o tratando de interpretar sus canciones favoritas en distintos instrumentos; xilofón, piano, flauta, guitarra. Le bastaba una cuchara con que golpear el suelo rítmicamente para sentirse un gran músico.  Y, por fin, lo que más le gustaba de todo: bailar. Eso lo hacía todo el día y parte de la noche.
Un día se le ocurrió juntar sus dos aficiones, así que se sentó sobre la arena y comenzó a golpear  la madera del cajón con una pieza de su juego de construcciónes. El sonido era muy agradable, un “cloc” seco y sordo que repetía unas veces muy despacito, otras más rápido, variando el ritmo y creando así una melodía encantadora.

No se dió cuenta de que tenía público hasta que alzó la vista y descubrió una mariposa que se había posado sobre la hierba que crecía frente a él. Le pareció que el insecto bailaba al compas de su música, así que continuó observándola sin dejar de ejecutar sus redobles.  Efectivamente, el animalillo danzaba, pero lo hacía de una forma extraña para un bicho como ese ¡bailaba sobre dos patas! Aquello era muy raro, tanto que cesó en su concierto para observar mejor a la mariposa. Esta, al sentirse observada, le miró y se acercó a él. Revoloteó un poco alrededor de su cabeza, se posó sobre su mejilla y le dió un beso.

A cualquier otra persona le hubiese sorprendido, pero no a este niño. Ya hemos dicho que no era como los demás: Era un niño especial y podía ver cosas que nadie más veía.  Por eso se dió cuenta desde el principio de que aquello no era una mariposa normal. Era un hada.

No todo el mundo puede ver a las hadas. En realidad es que no todos estamos capacitados para ver cualquier cosa. Nos concentramos tanto en lo que esperamos encontrar que no somos capaces de percibir lo inesperado. Y, claro, nadie espera ver un hada así que no notamos su presencia. Algunas personas, en cambio, andan siempre mirando a su alrededor con el corazón dispuesto a ver cualquier cosa. Son las que descubren un caracol apoyado en una brizna de hierba, un botón de cuatro agujeros caído en una pequeña fisura de la acera o un hada que baila en el jardín.

Pese a ser tan chiquitina era un hada muy mayor y sabia, por eso se dió cuenta en seguida de que el niño era excepcional. Los niños que son capaces de ver hadas y además no se asustan, son niños valientes. Los que interpretan música tan bonita que hasta las hadas se ponen a bailar son, además, niños buenos y sensibles, que es como la pequeña gente prefiere a que sean. Cuando los seres mágicos se encuentran con alguien así se sienten muy agradecidos y siempren demuestran su gratitud haciendo un regalo.

En el caso de nuestro amigo la diminuta ninfa decidió que le contaría algo especial sobre las flores, para que él aprendiese a cuidar el jardín.
El hada le dijo que vivía entre las raices del ciruelo y le explicó como todas las primaveras salía por una puerta secreta para repartir un poco de polen aquí y allá. Así se aseguraba de que todo volviese a flocerer y de esta manera lograr que el otoño estuviera lleno de frutos. Le reveló secretos que nadie más conoce relacionados con el cultivo y cuidado de las plantas, que Yago anotó cuidadosamente en su libro de jardinería para no olvidar ningún detalle. Antes de irse le regaló unas semillas para que empezase cuanto antes con sus tareas de siembra. Luego se acercó a un rayo de sol y desapareció, como si se hubiera fundido con él.

Yago se puso muy contento por todo lo que había aprendido, por sus semillas y, sobre todo, por su nueva amiga. El sabía que volverían a verse más veces y trabajarían juntos en el jardín todas las primaveras, logrando así que este se llenase de color y aromas.

Entro en casa y preparó su semillero, depositó en el las simientes, las regó y colocó junto a la ventana para que les diese la luz del sol. Ahora tendría que esperar unos días para ver los primeros frutos de su trabajo, pero sería paciente, como su amiguita le había recomendado. La paciencia forma parte de la magia de los jardines y Yago había aprendido muy bien todos los hechizos que el hada le enseñó.

Con una sonrisa en los labios salió de la casa y volvió a su cajón de arena. Su mamá decía de él que parecía un elfo y ahora el niño sabía que eso es exactamente lo que era: un elfo, guardián del jardín.
Era, definitivamente, un niño muy especial.






Fuente de las fotos:
http://unicornblanc.blogspot.com
http://lobo-atento.blogspot.com
http://jardinesinteriores.blogspot.com
http://www.decorablog.com
http://www.magic-deco.de

2 comentarios:

  1. Me encanta no, lo siguiente.

    Y es que la mejor musa es sin duda un elfo dicharachero y travieso con su esponja magullada.

    Me encantan las entradas que escribes hablando sobre él.

    ¡Abrazo!

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  2. Ya tenía ganas de leerlo... ¡Es bellísimo! Yago no tiene excusa para preparar un bonito semillero; al fin y al cabo es la prolongación de su propia existencia: embellecer la tuya. Un abrazo fortísimo para los dos.

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