lunes, 2 de abril de 2012

Cumpleaños de Hans Christian Andersen

La reina de las nieves, El patito feo, El ruiseñor, El soldadito de plomo, El vestido nuevo del emperador, La sirenita, Pulgarcita, La princesa sobre el guisante, La cerillera, La Pastorcita y el deshollinador... todos estos cuentos y otros muchos más se deben a la pluma de Hans Christian Andersen, nacido en Odense (Dinamarca) tal día como hoy del año 1805.
Su infancia fue probablemente dura. Hijo de un zapatero empobrecido y una madre alcohólica, es de imaginar que su niñez no sería feliz, pero luchó hasta  terminar sus estudios universitarios y acabaría convirtiéndose en el autor más importante de Dinamarca. Tanto, que el símbolo más famoso de Copenhage y, por extensión, de todo el país, es esa pequeña escultura que representa a una sirena, personaje protagonista de uno de sus cuentos.

Los cuentos de Andersen son muy diferentes de los de los hermanos Grimm: incluso los más alegres tienen algún punto de nostalgia o de tristeza. Muchos tienen finales que no se parecen en nada al “...y vivieron felices, por siempre jamás”. La cerillera, muere; el soldadito de plomo acaba fundido; la sirenita se diluye en la espuma de mar... Quizá sea que la vida con sus padres le marcó más de lo que parece.

Lo que me parece innegable es que son cuentos únicos, contados muchas veces desde la perspectiva del niño, no de la del adulto como era costumbre hasta entonces, lo que hace que los pequeños los disfruten con deleite.

Una vez más debo agradecer a mi padre el haber conocido a Andersen muy pronto. Él tiene en casa una colección en dos tomos de aquellos antiguos, encuadernados en piel y escritos en finísimo papel de pergamino que, como siempre, se me permitió leer desde pequeña. Cuando leía algo que me llamaba la atención, lo comentábamos. Tuvimos charlas muy interesantes sobre aquel niño enfermo a quien el Ángel de la Guarda recogía para llevarse al cielo, o la cerillera, que moría intentando calentarse con el fuego de sus cerillas: yo pensaba que eran finales tristes, pero mi padre me explicó que en esa época la muerte se consideraba una liberación, en ciertos casos, además de algo bello y poético. Hablaba,  por supuesto, del Romanticismo, aunque ese nombre no lo aprendí hasta algo más tarde.

Otros me resultaban más agradables de leer y no me dejaban con un nudo en el estómago al acabarlos. Me reí mucho a costa de la broma que le gastaron a aquel emperador presumido y me encantó que el patito feo fuese, al acabar la historia, el más bello de todos los cisnes.

Hoy, en el aniversario del nacimiento de Andersen, quiero darle las gracias a los dos: al uno por escribir esos cuentos tan maravillosos; al otro por dejarme leerlos y por explicarme lo que no entendía.

Y aquí dejo un enlace, con uno de los cuentos de Andersen que siempre entendí:
 http://blogs.diariovasco.com/cuentameuncuento/2005/04/11/absolutamente_cierto/

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