Por esas casualidades
que ocurren a veces, esta semana han llegado a mis oídos tres conversaciones en
tres circunstancias distintas (incluso en un par de países e idiomas dispares),
que versaban sobre el mismo tema: la diferencia de clases.
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"Hasta en el cielo hay clases", dice el refrán. |
En todas ellas los
contertulios hablaban de estas diferencias en un sentido negativo, como suele
ser habitual, comentando la gran distancia que separa a unos niveles de otros,
según la capacidad económica o la cultura recibida.
Yo, como suele
sucederme en estos casos, comencé a divagar.
Desde las tópicas
colmenas, ejemplo de división del trabajo, hasta los rebaños de elefantes, no
hay grupo animal que no utilice una clasificación: el jefe de la manada, la
hembra más anciana, los cazadores, las crías... y, obviamente, cada clase tiene
sus prerrogativas y obligaciones: el macho alfa toma el mejor bocado, pero es
también el defensor de la manada, dicho esto de un modo muy simplificado.
Entre los humanos se
da un problema que los animales no tienen y es que percibimos esa situación
como una amenza, aunque realmente no es así... o no debería serlo.
Es evidente que el
abuso por parte de los más poderosos es nocivo y contrario a la esencia misma
de la vida en comunidad. Desde el político que practica el nepotismo o el
cohecho, hasta el empresario que niega un contrato justo al trabajador, pasando
por el profesor que se niega a aprobar al alumno que le cae mal, están
atentando contra los derechos de sus semejantes y contra los deberes que sus
cargos les imponen. Estas actitudes no son propias de una clase u otra (aunque
evidentemente, se dan más en quienes tienen en sus manos las armas necesarias),
sino de unas personas u otras: el político que soborna a un juez para obtener
su favor en una causa, antes de llegar a la política ya sobornaba con una buena
propina al camarero del restaurante para que le diese la mejor mesa y el
servicio más esmerado. Dicho de otra forma, no es la política la que corrompe a
la persona, sino el corrupto quien mancha todo lo que toca.
Los primeros homínidos
se juntaban en grupos para cazar juntos y defenderse de animales más peligrosos
y, al igual que el resto de ellos, tuvieron que dividirse las tareas:
cazadores, recolectores,
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Entre los lobos se da una jerarquía rigurosa. |
niñeras, hechiceros, etc. Desde el momento que surge
esta repartición del trabajo, se crean las clases, que se ven reforzadas por
los distintos caracteres presentes en los seres que formaban el clan: unos eran
tímidos, otros aguerridos, unos inteligentes, otros no tanto.
Esto ha llegado hasta
nuestros días en los que, si bien tendemos a unificar la sociedad, las
distintas naturalezas imponen el mantenimiento de los sistemas de castas. No
todo el mundo sirve para trabajar la tierra, como no todo el mundo es capaz de
curar a un enfermo, pero necesitamos tanto al médico como al campesino y es
deber de todos el respetarles por igual. Lo triste es que todavía haya personas
descorteses y desconsideradas hacia los que no pertenecen a su clase, actitud
muy evidente entre ciertos miembros de las clases más altas.
Los elementos
pertenecientes a las clases de poder son probablemente los primeros en olvidar
cuán imprescindibles son todos los componentes del grupo.
Nuestra sociedad
actual, como las antiguas, está también compuesta por seres de muchos tipos,
que ocupan lugares distintos en la pirámide social, aunque, a diferencia de
las sociedades primitivas, existe la movilidad de clases, puesto que las
personas de un nivel económico más bajo pueden, mediante el estudio y la adquisición
de cultura, cambiar de situación socio económica. También las relaciones entre
los distintos niveles se han vuelto posibles, cosa impensable en las antiguas
civilizaciones.
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Clases sociales en Roma. |
Para acceder a esa
movilidad que mencionaba se han condedido una serie de derechos: a la cultura,
a la educación, al trabajo digno, a la asistencia médica, etc. Estos derechos son
proclamados y ovacionados sobre el papel, para después ser pisoteados en la vida
real, como ha quedado sobradamente demostrado al tomar medidas para controlar
la crisis económica en que nos hayamos inmersos: los políticos siguen teniendo
sus prerrogativas intactas (sueldos descomunales, coches oficiales, viajes
pagados, comidas a costa del contribuyente), mientras los ancianos ven
congeladas sus ya de por sí precarias pagas, los enfermos han de afrontar sus
dolencias sin tratamiento y las familias de discapacitados se ven obligadas a
cuidar personalmente a sus miembros más débiles, al verse abandonados por
quienes deberían atenderles.
Si la existencia de
diferentes niveles en el grupo es connatural a la vida animal (incluyendo al
hombre), la sociedad actual ha derivado en un estilo “espartano” para recrear
esta disimilitud entre clases: espartanos
dominando a todos; ilotas sin
derechos trabajando para los jefes y un monte desde el que despeñar, aunque sea
metafóricamente, a los que no sirvan para el sostenimiento del poderoso.
Definitivamente, las
clases son necesarias para el desarrollo de la sociedad, pero el abuso de
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Una "intocable". Ni se le acercan. |
poder, la consideración de “dioses” que se dan a sí mismos los actuales “faraones”
y el convencimiento de que los derechos de nacimiento vienen sin deberes incorporados
para ellos, han servido para hacer que nuestra comunidad viva en un perpetuo
descontento.
Según Marx, la
solución está en la socialización, pero eso tampoco se ha mostrado muy
efectivo, puesto que los países que lo han puesto en práctica tampoco han
logrado evitar las diferencias de clase ni los problemas económicos y sociales
de los más débiles.
Tal vez todo se
reduzca, una vez más, a poner en práctica una perogrullada: respetar a los
demás. Concienciarse de que nadie es mejor por tener la cartera más abultada o
por utilizar cuatro apellidos en vez de dos. Darnos cuenta de que todos somos
necesarios, rueditas que hacen funcionar la máquina, pero solo cuando todas
estan bien engrasadas y trabajan al unísono.
Creo que el principio
ético más importante de cuantos debe observar un ser humano es el rehuir el
abuso de poder y, puesto que los principios no pueden ser forzados, solo nos
queda demostrar que no estamos dispuestos a ser gobernados por quien no actúa
de acuerdo a esa ética.
Las clases sociales
son inevitables, pero escoger a nuestros gobernantes es posible. Elijamos a los
más honestos y no nos quedemos con los que no nos muestran el respeto que
merecemos.