15 de diciembre.
Tercera Vela
El tercer domingo de
Adviento me encuentra enfrentada a problemas personales que, unidos a la
hipersensibilidad propia de las fiestas, me llevan a divagar sobre el futuro
con una negatividad que hasta ahora me era desconocida.
Hace ya muchos años
que sueño con una casita pequeña, junto al mar y a mi gente, en la que vivir
mis últimos años sobre la tierra. Me veía a mí misma paseando descalza sobre la
arena, con el agua rozando mis pies y sintiendo el olor a pino y a sal propio de
una cala mediterránea.
Esa idílica estampa se
ve ahora empañada por noticias sobre la pobreza y abandono a que se ven
sometidos cada día más niños y ancianos, los recortes en ayudas sanitarias tan
básicas como la adquisición de medicamentos o el apoyo a los enfermos y discapacitados,
necesitados de una persona que les facilite la vida.
Una miembro del
gobierno dice que no sería justo gastar dinero del estado en un enfermo crónico,
olvidando al hacer esas manifestaciones los años que ese mismo enfermo ha
pasado pagando al estado para, entre otras cosas, asegurar esa ayuda en caso de
necesidad. Otro decide que el único aprendizaje que nuestros niños necesitan
imperiosamente en la rama de Humanidades es la religión católica y lo impone
como asignatura obligatoria en las escuelas, al mismo tiempo que otro miembro
de su partido telefonea a una fundación, preguntando cuánto dinero cobra y
desde cuando la persona que da nombre a esa corporación... muerto hace ya casi
700 años. Se aprueba una ley penando a aquellas personas que instalan en su
hogar un sistema fotovoltáico, porque al usarlo dejan de aportar dinero a las
eléctricas, supongo que por el miedo a tener que rebajar el sueldo al pariente
o amigo al que han puesto al frente del negocio. Otra ley anula unos derechos
básicos del ciudadano de un país democrático: manifestar su rechazo a lo que no
les gusta; unirse a otros en esa lucha; demostrar con imágenes qué hacían ellos
y qué les hacían otros durante la protesta.
Cuando parecía que
había mucho de exageración, que las cosas no pueden estar tan mal, leo la
noticia de la muerte de tres miembros de una familia. Se intoxicaron con los
alimentos ingeridos en la comida. Los pocos alimentos que habían conseguido
para su sustento estaban caducados y seguramente, podridos. Una niña de 13 años
está ingresada en un hospital, víctima también de la intoxicación y cuando
salga descubrirá que es huérfana y que ha perdido a su hermana. Espero que al
menos no tenga que pagar la factura del hospital o una parte de las medicinas
que haya consumido.
Definitivamente, no es
ese un lugar donde un jubilado, con la sola ayuda de su renta, pueda disfrutar
del merecido descanso. Habrá que ir cambiando los planes.
Enciendo la tercera
vela y, por unos segundos, me conformo con ver su luz bailoteando ante mis ojos
y con sentir el calor que desprende. Entonces me doy cuenta de que eso es justo
lo que deseo hoy: luz y calor.
Yo voy a encender mi tercera vela por el "buen ánimo". Muchos filósofos que han pensado acerca de la ética y la moral coinciden en que lo primero que hay que tener para ser "buena persona" es tener buen ánimo. Esto todavía no es nada, pues "los malos" a menudo parecen tener también muy buen ánimo para superar sus propias miserias. Pero bueno, aun así, lo primero es tener "buen ánimo", que el resto ya lo iremos trabajando.
ResponderEliminarEncenderé mi tercera vela para nunca nos abandone la luz y el calor del "buen ánimo" y su positividad.
Totalmente de acuerdo.
ResponderEliminarY ahora, más que nunca. Cuando las cosas se ponen feas, el buen ánimo es la mejor inyección de fortaleza para afrontarlas y, sobre todo, para solucionarlas.