jueves, 1 de marzo de 2012

Nómadas



Yo no tengo raices. No he tenido ocasión de echarlas nunca porque mi forma de vida me lo ha impedido. De pequeña por la profesión de mi padre y de mayor por la de mi marido, he pasado más tiempo cerrando y abriendo cajas que viviendo en un sitio concreto y, cuando hablo de ello, suele surgir alguien que pregunta "¿pero cómo has podido soportarlo? ¡cambiar de residencia es una tragedia para cualquier niño!" Ante esa cuestión automáticamente respondo dos cosas: primero que esas personas han visto demasiadas películas americanas y, en segundo lugar, que no han debido salir de la casa de sus padres, excepto al contraer matrimonio y trasladarse... a un par de manzanas del hogar familiar.

Los niños que, como yo, han vivido su primer cambio de residencia a los pocos meses de edad y han pasado su niñez con la maleta hecha, consideran que esa es la forma normal de vivir. Las mudanzas de mi infancia eran algo divertido, excitante y tenía un punto de aventura. Tal vez tuviesen cosas negativas (supongo que las tendrían porque nada es perfecto), pero yo no las veía, como no las veo ahora, cuando han pasado los años y he tenido que enfrentar los traslados desde el lado "malo": el de encargada del empaquetado y desembalaje de los bultos.

Esa forma de vida me ha proporcionado una perspectiva del mundo y de la gente que otras personas solo adquieren después de muchos años de vida y de estudio. He conocido tanta gente diferente de nosotros y entre sí que no me llama la atención que alguien sea distinto, que tenga otras costumbres o que hable otro idioma. Pruebo cualquier comida sin torcer el gesto, respeto todas las creencias religiosas o políticas y me parece interesante y enriquecedor el que exista tanta variedad.

Cuando oigo eso de "es que como en España, no se vive en otro sitio", pienso "¡claro! y como en China, Moldavia o Tombuctú, tampoco se vive en otro sitio. En ningún sitio se vive como en otro sitio". Esa frase, tan repetida en España con intención de favorecer la forma de vida española, cuando llega a mis oidos se convierte en literal, porque sé de primera mano que es así. Ningún sitio es mejor que otro, solo distinto.

Ni siquiera dentro del territorio español un lugar se parece en todo a otro. Si fuera así, toda España me gustaría por igual, pero eso no sucede. Tengo mis ciudades favoritas, mis zonas preferidas, gente con la que me llevo mejor porque mi temperamento se amolda al suyo: rincones y personas, cada uno con su propio carácter.

Agradezco la posibilidad que he tenido de conocer tantas cosas; creo que le ha hecho bien a mi naturaleza. A veces añoro algo de lo que he dejado atrás, porque es imposible no crear algún lazo afectivo, pero no me apeno por mucho tiempo. Sé que llegarán otras cosas: solo hay que volar otro poquito para alcanzarlas.

Y es que la naturaleza es muy sabia y cuando nos corta las raices, nos regala un par de alas.

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