sábado, 24 de marzo de 2012

Miedo a morir

El miedo a la muerte es algo relativamente nuevo para mí. Nunca antes lo había sentido porque siempre tuve el convencimiento de que  morir es la consecuencia natural de la vida. Venimos a este mundo con fecha de caducidad y cuando esta se vence, nos vamos.  Tan solo me preocupaba la posibilidad de que ciertos seres queridos fallecieran antes que yo: mis hermanos, mis hijos, mis sobrinos debían acabar su vida después de mí, porque son más jóvenes.

La muerte había de sobrevenir de modo natural, al llegar a una edad avanzada y significando más un descanso que una despedida. Claro que a veces hay accidentes que provocan defunciones prematuras, pero ya se sabe que las desgracias y la lotería solo tocan a los otros. Siempre "supe" que mis abuelos serían los primero en partir; luego mis padres; después me tocaría a mí. Puesto que mi padre aún vive, y siempre según mis cálculos, es obvio que mi nombre no está escrito todavía en el albarán de salida. Y, sin embargo, ahora tengo miedo de morir.

Sigue sin asustarme el más allá, porque pienso que una vez a ese lado poco ha de importarme. Si realmente existe un alma y un cielo, he sido lo bastante buena para merecerlo; si lo que nos espera es la reencarnación, he sido lo bastante mala como para necesitar otra oportunidad; si solo llegamos a la nada, mi cuerpo abonará la tierra y mi alma dejará de sentir. En cualquier caso, nada grave.

Lo que me da miedo es el dolor, el sufrimiento mental y físico que acompañan al transito. La carne enferma, pudriéndose antes de entrar en la tumba; el cuerpo desfallecido y a merced de la bondad o maldad que quieran mostrar los que le rodeen; la total dependencia de una máquina, de unas grageas o de unas manos ajenas.

He visto a varios familiares cercanos apagarse lentamente en clínicas de cuidados paliativos, bien atendidos, por supuesto, pero empequeñecidos en su dignidad. Enfermeras cariñosas y devotas de su profesión y sus pacientes entrando en la habitación, saludando,  en voz que puede ser escuchada desde el otro extremo de la clínica, con un "¡hola, cariño! Ahora mismo te pongo un pañal limpio", mientras mi pobre pariente enrojecía al pensar que media ciudad se estaba enterando de sus miserias.

A eso es a lo que temo: a depender de los demás; a perder mi autoestima entre pañales y sábanas asépticas; a ver la tristeza pintada en los rostros de quienes me quieren; a desear morir para no molestar más; a que deseen mi muerte para que no vuelva a molestar... y todo ello acompañado del sufrimiento físico.

Nadie elige como nacer o como morir, así que hay que quedarse con lo que venga, pero si se pudiera escoger, me quedo con el tránsito que tuvo mi abuela: ir a dormir y así, entre sueños, que deje de latir el corazón. Y con más de 90 años, ya puestos a pedir.

2 comentarios:

  1. Aquí si voy a comentarte...

    más que nada porque mi bisabuela murió con 96 años, después de comer con su copita de vino y su cigarrito. "Yo no quiero agua, que hace mucho mal... con sus inundaciones y todo el jaleo", decía.

    Tranquila, si te vemos en ese estado, ya te enviaré un par de amigotes que te arrojen de un quinto piso. Si me pasa a mí, no dudeis en tirarme tampoco ;)

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  2. Tu bisabuela es todo un ejemplo a seguir. Tomo nota en mi agenda ;)

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