miércoles, 21 de marzo de 2012

21 de marzo

Cortesía del DSinfocenter a través de la revista
"Leben mit Down Syndrom"
Con motivo del Día Mundial del Síndrome de Down han aparecido carteles recordándolo con lemas y fotos encantadores: niños de ojos rasgados y sonrisas amplias; familias que, rodeando al pequeño protagonista del día, nos muestran, entre abrazos colectivos, lo feliz que se puede ser teniendo un niño trisómico en casa y, sobre todo, lo contenta que está la criatura de vivir con esos seres estupendos y guapísimos. Es todo tan bello que casi me dan ganas de volver a ser madre y solo me frena la duda de si lograré que tenga el Down o ¡Dios no lo quiera! me nace un niño sin él.
La intención es buena, claro, pero no acabo de verle la gracia. Hemos pasado de ocultar al hijo discapacitado a mostrarlo como si fuera lo mejor que la vida nos ha deparado. Por supuesto que no se puede llamar la atención sobre un problema centrándonos en su lado más feo; si solo se publicasen imágenes de bebés llorando en mitad de la noche, seguro que pocos querrían ser padres. Ahora bien, que no nos traten de vender la cueva de las maravillas con lámpara y genio.
Tener un hijo con trisomía 21 no es como alquilar una parcela en el paraiso, aunque tampoco es tan terrible. Es, simple y llanamente, lo mismo que tener un hijo sin trisomía, con la diferencia de que las etapas de su desarrollo se prolongan algo más en el tiempo. O tal vez no, claro, porque decir “los niños con Down son...” es tan absurdo como decir “los niños morenos son...”
Conozco niños que han empezado a andar a los trece meses y otros que no lo han hecho hasta las dos años cumplidos: unos eran Down, otros no. Niños que aprenden dos idiomas desde pequeños, que interpretan un instrumento musical, que hacen judo o teatro... trisómicos o no. Nunca he visto que la existencia de ese cromosoma extra produzca personas “diferentes” en el sentido estricto de la expresión: si tienen ojos rasgados, también los tienes millones de chinos, americanos o lapones; si aprenden a tocar el piano probablemente no lo harán como Beethoven, exactamente igual que el resto del mundo; si cuando nacen nos provocan automáticamente la pregunta “¿qué traerá el futuro?” están causando la misma preocupación que el resto de bebés genera en sus padres.
Tal vez tengan menos posibilidades de acabar una carrera o de conseguir un puesto de trabajo interesante y bien pagado, pero ello solo les igualará con la gran mayoría de seres que habitan el planeta, incluso con la gran mayoría de niños que habitan una ciudad grande y próspera como Nueva York, Berlín o Madrid.
No solo las personas pueden
tener T21
Por ello a mí, lo que de verdad me gustaría ver en este día (y todos los demás del año) es nada más que normalidad: que cuando mire ese cartel publicitario de los famosos pañales uno de los niños sea trisómico; que cuando la serie televisiva de moda haga la selección de sus actores entre ellos haya uno con esa característica; que cuando salga una mamá con su bebé de ojos rasgados nadie le diga eso de “ha tenido mucha suerte ¡son unos niños tan cariñosos!” porque ha tenido la misma suerte que todas las mamás del mundo y porque será cariñoso o no, según su carácter.
La mejor noticia sería que un día no tuvieramos que celebrar un "Día" especial para recordar al mundo que todos somos seres humanos, que todos vivimos triunfos y tenemos limitaciones, que nadie es “diferente” porque lo somos todos. Que lo que hace especial a la persona con Down no es el Down, sino el ser persona.

3 comentarios:

  1. Tienes razón. A veces queremos normalizar tanto algo que debería ser normal ya de serie que nos pasamos de listos.
    Y da igual, pase lo que pase Yago es amor.

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  2. Estoy completamente de acuerdo, es tan necesario que se difundan estas cosas... Me ha gustado mucho el artículo. Saludos.
    Lola

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    1. Gracias, Lola.
      Algún día se verá con normalidad. Ya se va logrando, poco a poco

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