La tienda estaba llena de gente y Lola paseaba entre ellos repartiendo sonrisas, pendiente de que todos tuvieran algo para beber, parando ante este o aquel grupo para cruzar unas palabras de agradecimiento por su presencia en la reinaguración de la librería.
Lo había logrado. Superó el infarto, la separación y dejó atrás los problemas legales, con mucho esfuerzo pero también con muchas ganas de mantener su negocio con vida. Lo peor había sido el encarar a Carlos por dos veces en los tribunales. Por una parte su divorcio, por la otra la estafa. Ante la audiencia por la causa de desfalco exculpó a Lola, reconociendo que había actuado solo y asumiendo toda la responsabilidad. No lo hizo por afecto o cargo de conciencia. Sencillamente ello le permitió llegar a un acuerdo con la fiscalía para no ir a la cárcel. Al final se libraría pagando una multa que tal vez no llegase a abonar nunca, puesto que por el momento estaba sin trabajo.
El divorcio resultó más complicado. Su exmarido hizo lo que pudo por impedirlo, negándose a cualquier tipo de acuerdo. Ella pensaba que él se sentía asustado ante la idea de vivir en soledad, de empezar de nuevo sin tener el apoyo de alguien. Luego cambió de estrategia: Aceptaba el divorcio, pero si ella le pasaba una pensión para vivir y le permitía compartir el domicilio matrimonial. Ella se negó, por supuesto y tuvo la suerte de tener el mejor abogado de los dos. La vivienda se la quedó ella, puesto que era de su propiedad antes de casarse y no entraba en los gananciales. En cuanto a la librería, que sí era de los dos, tras mucho tira y afloja, le compró su parte. Para Lola era doloroso tener que pagar a quien había provocado la ruina de su negocio, pero en aquel momento hubiese hecho lo que fuera por sacar de su entorno a Carlos.
En cuanto se resolvieron los juicios comenzó a trabajar de nuevo para reabrir la tienda. Lo había decidido unos meses antes, tras su primera visita a la tienda después del infarto.
Cuando atravesó la puerta de la librería apenas pudo dar unos pasos de tanto como le temblaban las piernas. Apoyó la espalda contra la pared, se deslizó hasta quedar sentada en el suelo y rompió a llorar amargamente.
No recordaba cuánto tiempo pasó sollozando, pero sí que, de repente, se vió a sí misma con el rostro cubierto de lágrimas, abrazada a sus piernas y pensando en lo desgraciada que era y no le gustó esa imagen. Secándose las mejillas miró a su alrededor y descubrió que no quería desprenderse de su negocio, así que se prometió a sí misma que volvería a levantar la librería y que volvería a vivir de su trabajo allí. No estaba dispuesta a renunciar a su sueño.
Ahora estaba allí, rodeada de amigos, celebrando la reapertura de la librería. Se acercó a un grupo en el que le presentaron a un hombre desconocido para ella, pero cuyo rostro le resultaba familiar, aunque no lograba recordar dónde le había visto antes. Pensó que probablemente sería un antiguo cliente. Había pasado tanta gente por la tienda en la etapa anterior que a veces le parecía conocer a toda la ciudad, por lo menos de vista.
Resultó ser una persona amable y culta con quien simpatizó enseguida. Sostuvieron una charla muy agradable y quedaron para verse otro día para continuar su conversación con más tranquilidad.
Al separarse de él y dirigirse a otro corrillo se le escapó una sonrisa. Con el negocio en marcha, su casa para ella sola y con las riendas de su vida en sus propias manos le parecía que esta realmente volvía a empezar.
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Miguel salió de casa silbando entre dientes. Iba a acudir a la que sería su primera cita desde hacía meses concertada por él mismo y con una mujer a la que había conocido sin que su hermano interviniese.
En cuanto le quitaron los vendajes Andrés decidió que ya estaba "maduro para relacionarse con el hembraje", según sus propias palabras, que más parecían sacadas de un tango, y comenzó a presentarle a todas sus amigas. Incluso le preparó encuentros con compañeras de trabajo y hasta con perfectas desconocidas a las que encontraba casualmente en los locales donde solía acudir los fines de semana.
Al principio se nego en redondo. Tenía más interés en conseguir trabajo y, sobre todo, en recuperarse de las lesiones tanto físicas como mentales. La pierna, sobre todo, le estaba dando mucho trabajo. Todavía cojeaba levemente al andar, pese a que ya hacía meses que le habían quitado los vendajes y había conseguido el alta definitiva.
Con el tiempo comenzó a aceptar alguna que otra cita, pero no había cuajado nada. Seguía con el ánimo dolorido y le había quedado una gran desconfianza hacia las mujeres. También esos sentimientos fueron calmándose con el tiempo y ahora se notaba realmente preparado para iniciar una relación.
Había sido un proceso largo, pero en cuanto logró un nuevo puesto de trabajo todo empezó a funcionar mejor.
Prorrogó su estancia en casa de su hermano hasta que descubrió un pequeño estudio en la última planta de la finca en que Andrés vivía que se acomodaba perfectamente a sus necesidades. Lo alquiló, y se mudó a vivir en él, aunque pasaba muchas horas en el apartamento.
Las charlas diarias con su hermano se habían convertido en imprescindibles para ambos, así que todas las tardes, tras la jornada laboral, se reunía con Andrés, cenaban juntos y se contaban lo que habían hecho durante el día, hablaban de deportes, política, mujeres... Todo cuanto les preocupase o interesara iba surgiendo una velada tras otra.
Así, entre copas de vino y palabras, fue curando su alma y disponiéndose a revivir del todo.
Tenía un buen trabajo, casa propia, su hermano cerca e iba a tener una cita con una mujer encantadora. La vida volvía a sonreirle y el le devolvía la sonrisa.
El intento de suicidio quedó lejos y le parecía increible haber sentido alguna vez el deseo de matarse.
Además de haber logrado un divorcio rápido había conseguido trabajo y techo propio. Decidió que era hora de comenzar a disfutar de la vida.
Un amigo le invitó a la inauguración de una librería cercana y decidió acompañarle. Su amigo resultó serlo también de la dueña de la tienda y se la presentó durancte el acto. Entre ambos surgió una corriente de simpatía inmediata. Parecía como si ya se conocieran de antes, como si ambos hubieran vivido experiencias similares, por la rapidez con que se estableció la conexión entre los dos. Concertaron una cita, a la que acudía en ese momento.
Cuando llegó al punto de encuentro y vió a Lola pensó que el destino ponía en su camino una oportunidad que no debía desaprovechar y decidió disfrutarla con toda su energía.
Le parecía que, ahora sí, su vida volvía a empezar.
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