Hubo un día en mi casa que recuerdo con total claridad: aquel en que llegó el televisor. El nuestro, como casi todos los de la época, era un cajón de color marrón, con el frontal negro en el que se descubrían dos grandes botones que permitían el encendido del aparato y el cambio de UHF a VHF y que se encontraban en la parte inferior derecha del cajón. También a la derecha, esta vez en la zona superior, había otras clavijas con las leyendas "vol", "con" y "brillo" y que servían para regular el volumen, el contraste y el brillo, lógicamente.
Por aquel entonces la oferta televisiva era escasa y el horario un tanto peculiar, pues no había programación para todo el día, pero, dentro de su penuria, nos ofrecía un mundo abierto al conocimiento de personas, lenguas, paises, historias.
Solían poner películas maravillosas, que aún hoy guardo en mi recuerdo como las más bellas que he visto jamás y que, en muchos casos, me llevaron a la lectura de novelas y de ensayos relacionados con sus temas. Si hoy en día mi novela favorita es Sinuhé, el egipcio, el mérito es de la novela, pero la razón de haberla leido fue la magnífica película de Michael Curtiz, que vi en blanco y negro, porque así se veían todas las películas en nuestra "caja de los descubrimientos".
En aquella época las películas no se dividían como ahora en ciencia ficción, comedia romántica o históricas. Eran películas de romanos, de piratas, de vaqueros o de guerra, siempre con ese "de" por delante. Mis favoritas eran las de romanos y las musicales. Entre las primeras estaba la ya mencionada de Sinuhé (que por muy egipcio que fuese también entraba en la categoría), Tierra de Faraones (una de las mejores, a mi gusto), Ben Hur y una que me encantó en su día, El león de esparta y que me llevaría a profundizar en la historia antigua tanto de Esparta, como de Grecia en general.
Dentro del género musical siempre tuve clara la diferencia entre un musical bueno, por ejemplo, Cantando bajo la lluvia, y una película con canciones, como las de Elvis Presley. Las segundas eran entretenidas, las primeras eran, y siguen siendo, obras de arte. Entre estas maravillas encontré al coreógrafo y bailarín más increible de todos los tiempos: el creador de All that jazz; Sweet Charity; Kiss me, Kate; Chicago; Cabaret... el incomparable Bob Fosse. Ha habido otros muy buenos, como Stanly Donen (7 novias para 7 hermanos) o Michael Kidd (Hello Dolly), pero genios ha habido algunos menos y Fosse pertenece a este último grupo.
La televisión me ayudó a entrar en este mundo que de otro modo hubiese tardado años en conocer, ya que mi edad no permitía la visita semanal al cine, así que tengo mucho que agradecerle.
Hoy en día tengo unos tres mil canales (de los cuales apenas puedo disfrutar de unos ochenta o noventa, porque todavía no he aprendido árabe o thailandés), he de mirar en una revista la programación para saber si hay algo que merezca la pena ser visto y la mayoría de días mi televisor ha de permanecer apagado porque no lo hay. Salvo alguna rarísima excepción, la programación televisiva, en lo que a películas se refiere, consiste en la décimosexta versión de aquella película sobre el boxeador (en esta última ya usaba andador para tenerse en pié), la reposición de la serie de películas sobre el asesino de la máscara de hockey o sobre los estudiantes salidos que no piensan más que en sexo y otras lindezas por el estilo. Es un día extraordinario aquel en que algún canal se anima a poner un film en que su mayor atractivo es el de haber recibido un Óscar, y en ello basan su publicidad, pese a que el poseer ese premio no es garantía de bondad, como todo buen cinéfilo sabe. Y es que en cine, como en todo lo demás, el exceso impide el disfrute.
Por cierto, en mi casa siempre tuvimos mando a distancia. Funcionaba por reconocimiento de voz, concretamente con la de mi madre. Lo conservamos todavía porque le tomamos cariño, como a un miembro de la familia, y siempre que lo tenemos cerca le recordamos lo bien que realizaba su función a la voz de "Pepe, cariño, sube el volumen". Y allá iba él, tan orgulloso, a cumplir su misión. Era y sigue siendo mi hermano pequeño.
Supongo que conocerás aquello que decía Groucho Marx sobre que la televisión fomenta la lectura. Groucho decía que cada vez que encendía la televisión, le entraban unas ganas irresistibles de apagarla e ir a leer un buen libro.
ResponderEliminarTambién decía que, fuera del perro, el libro es el mejor amigo del hombre. Y es que "dentro" del perro está demasiado oscuro para leer.