lunes, 30 de enero de 2012

Tres Cartas de Amor

Primera. A mi familia, esa que está formada por un sinnúmero de parientes, más o menos cercanos en la consanguinidad y la distancia física, y un pequeño grupo de amigos:

Porque estais conmigo en días de fiesta y en los de luto; porque sabeis cuándo quiero estar sola y cuando necesito compañía; porque al necesitar ánimo para continuar me abrazais con ternura y si tenemos buenas noticias que celebrar me estrechais con alegría; porque me conoceis mejor que nadie y respetais mis rarezas; en suma, porque me quereis como soy y yo puedo quereros del mismo modo, sois lo más importante de mi vida.
A veces me siento molesta con alguno de vosotros, sobre todo por lo que suelo calificar de "falta de delicadeza", como cuando alguien se come toda la comida que he preparado, incluyendo mi porción, o cuando alguno me obliga a trabajar para él, pese a estar enferma o lesionada, pero el enfado se me pasa pronto, porque es mayor el deseo de disfrutar vuestro amor que el de ser mimada por vosotros. Claro que si, de vez en cuando, me dedicais un gesto cariñoso me sentiré mucho mejor.
Pero he dicho una tontería, porque ya lo haceis. Lo que pasa es que cada uno de vosotros hace las ternuras según su carácter y no según el mío: Algunos besais, otros escribís un correo. Alguien se limita a preguntar a un tercero por mí, y eso también es una forma de mostrar afecto y por fin están los que desaparecen por meses y un día vuelven porque han oído que se les podría necesitar.
A todos vosotros quiero deciros que os amo, que todos os encontrais en mi corazón, que es justo ahí donde se encuentra vuestro domicilio permanente, pese al tiempo y a los sinsabores que nos ha tocado sufrir de vez en cuando. O tal vez, precisamente, por ellos. Amo a aquellos de vosotros a los que me unen los genes y amo a aquellos a los que me unió la vida. Todos sois mi familia, sin excepción, y por eso os hago receptores de mi primera declaración de amor.

Segunda. A mis estudios:

Si yo hubiera alcanzado a ser lo que soñaba de niña hoy en día sería periodista y arqueóloga. Concretamente sería una reportera especializada en historia antigua y escribiría series sobre importantísimos descubrimientos en las excavaciones de Egipto, Jordania o Hispalis. Mi heroína era Victoria Prego y deseaba ardientemente conocerla algún día y poder charlar con ella de tú a tú, como dos colegas.
Las circunstancias y mi incapacidad para luchar contra ellas se aliaron para obligarme a seguir otro camino, pero un buen día decidí recuperar mi sueño y hacerlo realidad: Me propuse estudiar una carrera. Encendi mi ordenador, busqué la página de la UNED y comencé a investigar las opciones que se me ofrecían. Por supuesto me centré en Humanidades y encontré algunos grados que me parecieron interesantes: Antropología, Historia del Arte, Filosofía y, por fin, Lengua y Literatura Españolas. Cuatro nombres llenos de sugerencias, de sueños, de ilusiones. Me decidí por el último, tal vez porque el amor hacia el periodismo fue siempre un amor más o menos encubierto hacia la palabra. Me matriculé y comencé a estudiar.
No ha habido un día en que no me haya arrepentido mil veces de haberlo hecho, ni ha habido un día en que no me haya sentido feliz otras mil por el mismo motivo. Ahora, a pesar de ciertos contratiempos, me permito incluso hacer planes sobre másters o estudiar otras carreras. He aprendido muchas cosas desde que empecé: Conceptos, palabras, métodos de investigación... pero la más importante de todas ellas ha sido a estudiar por amor al estudio, sin pensar en el resultado y sin dejarme hundir más allá de lo lógico cuando este es negativo.
El sueño que tuve de niña se ha transformado en un amor profundo por el estudio, por el lenguaje en general y mi idioma en particular. Si antes amaba a los libros, ahora los adoro. Si en otro tiempo desee escribir, ahora escribo. Por todo ello mi segunda declaración de amor es para la lengua española y para todo lo que aprendemos en la universidad y que no está en el programa, pero es más importante y útil que todas las asignaturas juntas.

Tercera. A mis compañeros; Josean, Lorien, Andrea, Sheila, Rosa, Iñaki y Paula.
(Y también a los que no nombro, pero están y a los que ni nombro, ni están, pero estuvieron)

Yo no utilizo la expresión "buenos amigos", porque los amigos lo sois o no, sin adjetivos. Con algunos tengo más intimidad, pero eso no es definitivamente aclarador. No es más amigo mío el que escucha mis protestas que el que me hace reir: Eso es solo cuestión de necesidades momentaneas y puede cambiar al día siguiente.Tampoco el orden en que he escrito vuestros nombres significa nada. En otras ocasiones os adjudico otra jerarquía.
Lo que sí marca las diferencias entre vosotros y los simples conocidos es, en primer lugar, lo que compartimos. Intereses y vivencias comunes nos dan ocasión de permanecer en contacto. Los usamos como se utiliza la leña en el hogar: Para avivar el fuego. En este caso, el de la amistad.
En segundo término hay algo que os hace especiales sobre el resto del mundo y que no surge de vosotros, sino de mí: El amor que me inspirais, que no nace de vuestras virtudes, sino que se forma directamente en mi alma y que no muere por vuestros errores, porque no sabe reconocerlos.
No he tenido ocasión de mostrar el afecto que os tengo, salvo la de hacer algún favor que casi ni merecía ese nombre. Vivimos a muchos kilómetros de distancia unos de otros, así que tampoco podeis ver la sonrisa que se me dibuja en los labios al nombraros y, aunque estuviesemos cosidos por los hombros, jamás sentireis el calor que siento en el corazón cuando pienso en vosotros. En realidad, salvo un par de excepciones, solo conocemos las palabras del otro.
Como no hay otra forma, os dedico más palabras a la espera del día en que pueda demostrar con hechos lo mucho que significais para mí.
Desde que nos conocimos, sin saber muy bien por qué, se comenzó a formar el lazo que hoy nos une. Fuimos aliándonos unos con otros con tanta naturalidad como nos íbamos separando del resto. La distancia, las diferencias de edad, sexo o tradiciones no pudieron con nosotros. Aprendimos a congratularnos con los éxitos de los compañeros como si fueran propios y a tendernos la mano cuando alguien necesitaba ayuda. Y yo, particularmente, aprendí a quereros.
Como soy la más mayor de todos a algunos os considero mis niños, e incluso hay quien se permite llamarme su "madre putativa". En algunas ocasiones quisiera serlo de verdad ¡me llenaría de orgullo! En un par de casos no quiero ser la madre de nadie, pero es solo por la edad. A esos les llamo "mis chicos", que no me hace tan vieja.
A todos os quiero y deseo que lo sepais. No sé qué nos tiene dispuesto el destino, pero siempre estareis en mi corazón, querais vosotros o no, que sobre mis sentimientos no teneis potestad y a mí me cuesta coger afecto, pero cuando lo hago es para siempre.
Tal vez el tiempo y las circunstancias nos vaya separando, como ya ha ocurrido en algún caso, pero os garantizo que nada cambiará lo que siento, porque, como expliqué antes, esto no tiene que ver con vosotros, es algo que ha enraizado dentro de mí y que no puede tocar nadie.
Por eso mi tercera declaración va destinada a vosotros mis compañeros, amigos, casi desconocidos, pero amados. Muy amados.

sábado, 21 de enero de 2012

Del sueño a la realidad



Tengo uno de esos momentos de reflexión en que de vez en cuando entro empujada por algo que llame mi atención. En este caso han ocurrido tres cosas sin conexión aparente entre ellas, pero que, conforme las percibía, me iban hundiendo en mi propio mundo interior. El relato de esas cosas no hace al caso. Es el resultado el que tiene interés, porque siempre es importante el regresar al mundo real y eso es precisamente lo que me ha sucedido.
Yo suelo moverme sobre la fina línea que separa la realidad del sueño. Camino sobre ella poniendo el pie en uno u otro lado y, a veces, apoyando una extremidad en cada una de sus alas, como si no acabara de decidirme por una de ellas. En el flanco derecho el mundo real con todas sus cosas buenas y malas: familia, paseos por el bosque, la playa, el sol, las noches de verano... las enfermedades, los accidentes, la vida hipotecada real y metafóricamente. En el izquierdo el país de los sueños: viajes, amigos virtuales, cambio de residencia y de forma de vida... futuro.
La comarca donde vive la fantasía es muy hermosa y está llena de proyectos. Lo malo es que no suelen realizarse en el mundo real, porque prefiren quedarse a vivir en la tierra de las quimeras, negándose a traspasar la frontera. No lo tomo a mal, porque yo haría lo mismo si pudiera.
No puedo. Mi vida no me pertenece. Mis sueños sí, pero habitualmente debo dejarlos al otro lado de la divisoria por incompatibilidad con la realidad.
Puedo soñar que estoy estudiando, que un día me graduaré, que buscaré mi futuro en el campo de mi interés. Entonces me siento feliz. Disfruto de mis planes, me esfuerzo por estudiar, entro en mi cuarto de trabajo, abro mis libros y... la realidad hace su entrada en forma de hombre que necesita ayuda, baño que requiere limpieza o niño que reclama atención. Entonces saco mi pie izquierdo del confín en que lo había apoyado, apoyo los dos a la derecha y cierro los libros, porque sé que esa es mi vida real, la que requiere atención inmediata y a la que no debo volver la espalda.
Puedo soñar con ir un fin de semana a El Refugio, para relajarme, leer, escribir o pasear: me veo claramente en mi rincón favorito, escuchando la caída del agua y el canto de los pájaros, al tiempo que aspiro el aire purísimo y me sumerjo en la lectura de alguno de los muchos textos que aún tengo pendientes y... la realidad vuelve a mí recordándome que hace ya muchos años que no he tenido ocasión de volver allí, porque no me es posible dejar solo a mi hijo, un niño discapacitado que necesita mi ayuda para salir adelante. Así que vuelvo a traspasar la línea, regreso al mundo y trato de olvidar lo mucho que añoro mis escapadas de otro tiempo.
Los sueños son buenos, porque ayudan a conservar las ilusiones y estas son el motivo de que nos sintamos vivos, jóvenes, esperanzados. Pero, por mucho que nos apene el pensar que nunca alcanzaremos lo imaginado, no hay más remedio que vivir esta vida, cumplir con nuestras obligaciones y, cuando llegue el momento, despedirnos con la conciencia tranquila por haber hecho siempre "lo que debíamos".
Quizá cuando nuestros días en el mundo acaben, cuando cerremos los ojos para no abrirlos más en esta vida, nuestro espíritu pueda cruzar la frontera con los dos pies. Quiza entonces nuestras almas puedan vivir los sueños que hayamos soñado.

Fuente de las fotos:
http://darklady.blogspot.es
http://www.umamitravel.com
http://www.panageos.es

miércoles, 18 de enero de 2012

La tele, el cine y yo



Hubo un día en mi casa que recuerdo con total claridad: aquel en que llegó el televisor. El nuestro, como casi todos los de la época, era un cajón de color marrón, con el frontal negro en el que se descubrían dos grandes botones que permitían el encendido del aparato y el cambio de UHF a VHF y que se encontraban en la parte inferior derecha del cajón. También a la derecha, esta vez en la zona superior, había otras clavijas con las leyendas "vol", "con" y "brillo" y que servían para regular el volumen, el contraste y el brillo, lógicamente.

Por aquel entonces la oferta televisiva era escasa y el horario un tanto peculiar, pues no había programación para todo el día, pero, dentro de su penuria, nos ofrecía un mundo abierto al conocimiento de personas, lenguas, paises, historias.

Solían poner películas maravillosas, que aún hoy guardo en mi recuerdo como las más bellas que he visto jamás y que, en muchos casos, me llevaron a la lectura de novelas y de ensayos relacionados con sus temas. Si hoy en día mi novela favorita es Sinuhé, el egipcio, el mérito es de la novela, pero la razón de haberla leido fue la magnífica película de Michael Curtiz, que vi en blanco y negro, porque así se veían todas las películas en nuestra "caja de los descubrimientos".
En aquella época las películas no se dividían como ahora en ciencia ficción, comedia romántica o históricas. Eran películas de romanos, de piratas, de vaqueros o de guerra, siempre con ese "de" por delante. Mis favoritas eran las de romanos y las musicales. Entre las primeras estaba la ya mencionada de Sinuhé (que por muy egipcio que fuese también entraba en la categoría), Tierra de Faraones (una de las mejores, a mi gusto), Ben Hur y una que me encantó en su día, El león de esparta y que me llevaría a profundizar en la historia antigua tanto de Esparta, como de Grecia en general.

Dentro del género musical siempre tuve clara la diferencia entre un musical bueno, por ejemplo, Cantando bajo la lluvia, y una película con canciones, como las de Elvis Presley. Las segundas eran entretenidas, las primeras eran, y siguen siendo, obras de arte. Entre estas maravillas encontré al coreógrafo y bailarín más increible de todos los tiempos: el creador de All that jazz; Sweet Charity; Kiss me, Kate; Chicago; Cabaret... el incomparable Bob Fosse. Ha habido otros muy buenos, como Stanly Donen (7 novias para 7 hermanos) o Michael Kidd (Hello Dolly), pero genios ha habido algunos menos y Fosse pertenece a este último grupo.
La televisión me ayudó a entrar en este mundo que de otro modo hubiese tardado años en conocer, ya que mi edad no permitía la visita semanal al cine, así que tengo mucho que agradecerle.
Hoy en día tengo unos tres mil canales (de los cuales apenas puedo disfrutar de unos ochenta o noventa, porque todavía no he aprendido árabe o thailandés), he de mirar en una revista la programación para saber si hay algo que merezca la pena ser visto y la mayoría de días mi televisor ha de permanecer apagado porque no lo hay. Salvo alguna rarísima excepción, la programación televisiva, en lo que a películas se refiere, consiste en la décimosexta versión de aquella película sobre el boxeador (en esta última ya usaba andador para tenerse en pié), la reposición de la serie de películas sobre el asesino de la máscara de hockey o sobre los estudiantes salidos que no piensan más que en sexo y otras lindezas por el estilo. Es un día extraordinario aquel en que algún canal se anima a poner un film en que su mayor atractivo es el de haber recibido un Óscar, y en ello basan su publicidad, pese a que el poseer ese premio no es garantía de bondad, como todo buen cinéfilo sabe. Y es que en cine, como en todo lo demás, el exceso impide el disfrute.

Por cierto, en mi casa siempre tuvimos mando a distancia. Funcionaba por reconocimiento de voz, concretamente con la de mi madre. Lo conservamos todavía porque le tomamos cariño, como a un miembro de la familia, y siempre que lo tenemos cerca le recordamos lo bien que realizaba su función a la voz de "Pepe, cariño, sube el volumen". Y allá iba él, tan orgulloso, a cumplir su misión. Era y sigue siendo mi hermano pequeño.

martes, 17 de enero de 2012

Dos ríos ¿jamás se cruzan?


Debería estar preparando un trabajo en lugar de dedicarme a escribir, pero mi mente se niega a adentrarse en el maravilloso mundo del pidgin y prefiere perderse en las divagaciones de costumbre. Un par de comentarios oidos al pasar y mi cerebro se pone a trabajar por libre, olvidando su obligación de hacerlo para mí.
En realidad las palabras escuchadas no eran importantes, pero el fondo que he creido percibir en ellas me ha impactado.

Mainz. Vista del Rin
desde la desembocadura
del Meno (Main)
Alguien dijo "dos ríos jamás se cruzan", refiriendose a una expresión usada por otra persona. El primero hablaba en lenguaje poético, usando la metáfora de los ríos para aludir al encuentro de dos seres. El segundo tomó las palabras literalmente y trató de destruir la efectividad indiscutible de la frase original.
En cualquier caso, está equivocado. Incluso literalmente, los ríos sí se cruzan: unas veces desembocando uno en otro, otras haciendo recorridos paralelos. En ambos ejemplos podríamos decir que se han cruzado, sin faltar con ello a las acepciones de esa palabra que el diccionario nos brinda.
En el lenguaje literario, que no es sino el resultado de maquillar al idioma en aras de la estética, ese "cruce de ríos" es frecuentemente usado para evocar el momento en que dos personas se encuentran, descubren que están ante "Él" o "Ella" y deben seguir su camino debido a imponderables.
Son muchas las personas que carecen de esa forma de interpretar la estética. Personas que no se conmueven leyendo un poema, que no se emocionan con un nocturno de Chopin, que no sienten nada ante una obra de arte.
Hace unos días comenté con un amigo que mi madre tenía "tanto oido como un kilo de butifarra", así que conozco el tema desde que nací. Aún se me pone cara de espanto cuando recuerdo a mi madre diciendome aquello de "deja de leer tanto y sal a divertirte", como si leer fuese aburrido y la única forma de aprovechar el tiempo fuese salir a la calle. Tampoco tenía desperdicio aquella frase... "¿qué es eso que oyes? ¿"Carmita Buranta"? ¡Pues parece música de iglesia!" Y en aquel momento el coro decía que "cuando el muchacho y la muchacha se encuentran en el cuartito (...) comienza el juego inefable de miembros, brazos, labios..." ¡Cómo para cantar eso en la iglesia! Por cierto; jamás logramos que llamase a la obra de otro modo que el ya mencionado de "Carmita Buranta".
Volviendo al tema en cuestión, no me molesta que haya personas que no se conmuevan ante la poesía, pero no puedo evitar preguntarme por qué, ya que carecen de sensibilidad, no se esfuerzan en practicar la prudencia. Al menos se evitarían decir cosas inexactas y, sobre todo, juzgar lo que no entienden.

(Pido perdón y doy las gracias a la persona que me provocó estos pensamientos. Lo primero porque no la conozco de nada y pudiera ser que bromease. Lo segundo, por darme un motivo para pensar.)

sábado, 14 de enero de 2012

Reencuentro con Agatha Christie

Cuando termino algún libro de los que se suelen calificar de profundos y a los que yo llamo, simplemente, espesos, escojo el siguiente entre los más ligeros que encuentro para desentumecer un poco las neuronas y durante muchos años mi elección recayo a menudo en Agatha Christie.

Confesaré que mi admiración por Dame Agatha Christie es tanta que, cuando llegó el momento de enviar a mi hija a estudiar a Inglaterra, escogí para ello la ciudad de Torquay, en la que nació la escritora más prolífica de literatura negra y una de las más leídas en todo el mundo.

La dulce Miss Marple, el impresionante Hércules Poirot y la maravillosa pareja formada por Tommy y Tuppence Berensford llenaron muchas horas de mi tiempo con sus aventuras y me enseñaron algunas lecciones importantes para la vida.  De los Berensford aprendí que el trabajo en equipo es siempre más gratificante y efectivo que el que se realiza a solas; de la mano de Poirot se me mostró la facilidad con que consideramos malo a todo el que no es como nosotros (¡cuántos gestos desagradables tuvo que soportar, por ser un extranjero en una sociedad conservadora!) y lo mucho y muy gratamente que nos podemos sorprender si damos una oportunidad al diferente de acercarse a nosotros. Miss Marple, a base de repetir su frase favorita, me enseñó a ver que, pese a las diferencias de carácter, educación, nacionalidad u origen social, todos somos iguales, tenemos las mismas preocupaciones, los mismos sentimientos y repetimos las mismas actitudes: la gente es igual en todas partes. El tiempo me ha mostrado cuánta verdad hay en esa frase.

Tras unos días de mucha tensión y poco dormir me acerqué a mi biblioteca para buscar algo atractivo que leer y mi elección recayó en una de esas novelas y una vez más el libro escogido para ayudarme al descanso se ha rebelado contra mí: nunca he podido comenzar una novela de Agatha Christie sin que me absorba por completo y me resulte imposible dejarla antes de acabar con ella. A pesar de haberla leído varias veces, de saber cómo acaba... me da igual; si la empiezo, he de terminarla.

Eso me ocurre con pocos autores. Ni siquiera Mary Higgins-Clark, en quien busqué inútilmente una sustituta para mi querida autora, ha logrado nunca cautivarme hasta ese extremo. Los libros de Higgins-Clark están bien escritos y son entretenidos, dos condiciones que les acercan a los de Christie, pero les falta esa capacidad para fascinar, para embeber en su lectura.  La escritora americana es excelente y recomiendo sus libros a los amantes del género criminal, sabiendo que no se sentirán defraudados, aunque también con el convencimiento de que solo los leerán una vez, mientras que la británica les captará para siempre y repetirán su lectura a menudo.

Albert Finney
caracterizado
como poirot
Otra de las cosas que no ofrecen los libros de otros autores criminales (tampoco los de Patricia Highsmith, pese a su fabuloso Mr. Ripley) es la parte filosófica que se encuentra en las de mi autora favorita. A veces en el comportamiento de los personajes, a menudo entre sus palabras, encontramos un motivo para pensar, para profundizar en el conocimiento del ser humano, sus circunstancias y de la vida en general. Seguramente porque otros autores had not taken into account the mind of Hercule Poirot (no han tenido en cuenta la mente de Hércules Poirot).

lunes, 2 de enero de 2012

Me gusta la música tanto como los libros. Mi banda sonora personal tiene miles de títulos, porque no hay un minuto en mis días que llegue sin la compañía de una canción. Todas las mañanas, al despertar, me acerco al equipo y lo pongo en marcha. Hecho esto entro en la ducha, preparo el desayuno y doy comienzo oficial al día. A partir de ese momento solo habrá silencio cuando salga de casa o vaya a dormir.

La música me acompaña (a veces yo también a ella, cantando o bailando) y va marcando el ritmo de mis ocupaciones: música clásica para cocinar o estudiar, que ayuda a la concentración; boleros para la ducha, porque tienen letra, cosa imprescindible en ese momento en que todos nos sentimos cantantes y hasta parece que nuestra voz es más armónica y menos cascajo de lo habitual; la más actual, perfecta para pasar el aspirador o limpiar cristales; cantautores, para los ratos nostálgicos...
El día 31, por ser el último del año,  me dediqué a pasear por casi todas las tendencias, para despedir el año haciendo un recorrido por mis favoritos en cada estilo.
Empecé la mañana con Grieg y su Peer Gynt, que comienza con una pieza llamada, precisamente, "La mañana", con la que el autor quiso representar un amanacer en el desierto del Sáhara, pero que a mi parecer, describe perfectamente cualquier aurora en cualquier lugar.
Anduve mi camino desde la elevación a lo mundano escuchando, por este orden, Carmina Burana; Tschaikowski y su Concierto para piano y orquesta número 1, una de mis piezas favoritas, de uno de mis compositores favoritos; Rapsodia en Blue, de G. Gershwin; el último álbum que compré de Paolo Conte; Roger Cicero... con estos terminé la mañana, aunque no fueron los únicos, que un día da para mucha música. Tras ellos llegaron incluso algunas coplas, tipo de canciones que antes no soportaba y ahora hasta me atrevo a cantar en voz alta.

Quien desee mi felicidad solo tiene que dejarme en una habitación en la que haya un equipo de música y un montón de libros.

Libros y música: esa es mi idea del paraiso.


Feliz cumpleaños

Música y flores para vuestro cumpleaños
Hoy es el cumpleaños de dos personas muy especiales para mí. Ambos son de esos seres que entran en el corazón lenta y delicadamente, pero acaban por acapararlo casi por completo.  
Me hubiera gustado celebrar una fiesta para ellos de las que hacen época y llenarles de besos, abrazos y regalos, pero no puedo hacerlo ya que, lamentablemente, la distancia física es enorme y (por el momento) insalvable, así que les felicitaré desde la lejanía y por escrito.

A ella, que se acercó para guiar mis pasos por los recovecos de un mundo desconocido hasta el momento, pero cuya afición por ayudar a los demás está tan arraigada que ha seguido practicandola conmigo más allá de lo que exigía el deber, la tengo bajo “amenaza” de adopción, ya que debido a la diferencia de edad que nos une (sí, nos une, que jamás nos ha separado) yo podría ser su madre. Como no lo soy me conformo con la amistad y el afecto que compartimos. Las dos cosas, amistad y afecto, las poseemos en cantidad considerable.

Él apareció en mi mundo como un compañero divertido, ideal para los momentos de fiesta y ha terminado por convertirse en mi confidente, en el hermano al que se le cuenta todo; lo malo, para que nos seque las lágrimas (cosa que consigue a base de mondarse de risa a mi costa cada vez que le cuento una “desgracia”), lo bueno, para compartirlo y lo neutral, solo por tenerle informado. No es mucho más lo que puedo decir de él: el honor y el placer de llamarle “hermano” supera todas las palabras.

A los dos les deseo que la vida les traiga lo que merecen, que con eso andarán servidos de alegrías, que todos sus deseos se hagan realidad y que todo lo malo desaparezca de sus vidas antes de que llegue siquiera a rozarles.

Qué vuestro día de cumpleaños sea tan feliz como lo son los míos desde que os conozco.

domingo, 1 de enero de 2012

Vosotros sabeis a quién me dirijo

Para las buenas personas que he conocido este año. Para los compañeros que han colaborado en mis éxitos y me han consolado en los fracasos. Para aquellos que merecieron el nombre "amigo" porque sus actos hablaron por ellos.




Feliz Año Nuevo

Si el 2012 os trae la décima parte de lo que me habeis dado sereis los seres más felices del planeta.


Gracias por existir.