domingo, 11 de septiembre de 2011

De mujeres e injusticias

Hace unos días tuve una conversación que me afectó especialmente. En realidad fue una tanda de reproches que se me hicieron porque alguien consideraba que yo antepongo mis asuntos particulares al bien de mi familia. Quien censuraba mi actitud ni siquiera pertenece a mi casa, ni conoce mi forma de vivir, pero usaba unos argumentos que las mujeres hemos oído miles de veces y que tan efectivos son, gracias a nuestro permanente y estúpido sentimiento de culpa. Se me criticó por ir a hacer un examen en lugar de quedarme en casa a cuidar a mi hijo. No, no le dejé solo: Su propio padre fue el encargado de atenderle, pero eso es otra historia.
Durante muchos días del año mi marido viaja, lo que le imposibilita para atender a nuestra familia: No puede jugar con el niño,  no tiene ocasión de colgar una estantería, de arreglar un grifo que gotea o de salir a dar un paseo con nosotros. Yo me quedo en casa, atiendo al niño, la estantería y el grifo y paseo sola. Cuando regresa de sus viajes duerme, lee, escucha música o se tumba a tomar el sol. Su actitud es aceptada por todos como "lo normal": Es lógico que trabaje para mantener a su familia y que luego necesite relajarse.
Si soy yo quien pretende lo mismo, realizar una actividad y descansar después, no es normal.
Nadie piensa en que mi trabajo también es realizado para beneficiar a la familia o que, si estudio repercute así mismo en todos: No es normal.
No se le ocurrirá a ningún familiar o conocido que yo también me canso o enfermo, así que necesito reponerme tras una jornada laboral: No es normal.
Lo lógico, lo razonable es que yo haga mi trabajo sin ser pagada, sin tener vacaciones y sin derechos.
Lo más doloroso de todo es que quien me criticaba tan dúramente no era mi marido. Ni siquiera era un hombre. Los reproches partieron de los labios de una mujer. Una mujer jover que ni siquiera se acerca a la treintena y a la que yo suponía inteligente hasta ese momento.
No perdí demasiado tiempo en explicaciones: Me limité a mandarle a paseo, porque realmente sus comentarios y el tono en que los hizo no merecían otra cosa, pero me dejaron un desagradable sabor a siglos perdidos en luchas sin resultado, a años tratando de dar ejemplo inútilmente, a vida femenina desperdiciada.
Que todavía queda mucho camino por recorrer es algo sabido, pero que quienes más dificultades tengan para circular por él sean personas jóvenes me parece terriblemente triste.
Por descontado no me asombra, puesto que aún hay gente que pregunta eso de "¿y tú trabajas o eres ama de casa?" sin pensar que esa persona que "no trabaja" es la que limpia el camino para los demás (literal y metafóricamente), puesto que, sin ella, los que "sí trabajan" tendrían que ponerse a limpiar, cocinar, hablar con profesores, llevar niños a fiestas y médicos, hacer tareas escolares, dar medicación a enfermos, arreglar muebles estropeados, fregar platos y un largo etcétera de trabajos tan invisibles como imprescindibles.
Y cuando esa "ama de casa" decide estudiar para ampliar sus conocimientos y su cultura y ¿quién sabe? quizá para un día acceder a un trabajo pagado con el que colaborar a la economía doméstica, tres de cada cinco personas le felicitan diciendo "muy bien, así tienes algo con que entretenerte", sin pensar que para "entretenerse" una se compra un yo-yó y no se expone a volverse loca tratando de aprender fonética, morfología o las costumbres de los cercopitecos verdes.
Ya puestos a protestar, me encantaría que se erradicase de nuestro vocabulario la expresión "ama de casa", por fea y por ser excesivamente explícita. Según el DRAE un "ama" es, entre otras cosas, la criada principal de una casa, y justo así es como se le ve en la sociedad y en la familia, al menos en más sitios y ocasiones de las que sería de desear. Sólo hay una ligera diferencia entre ambos colectivos: Las criadas tienen un sueldo y a ojos de la sociedad pertenecen al grupo de los que "trabajan".  Vamos, que realizan el mismo oficio, pero son mujeres trabajadoras y las amas de casa, no. Ellas simplemente "están en casa, no trabajan".
No sé cuáles son los parámetros que marcan la diferencia entre una y otra consideración, pero me interesaría averiguarlo. Quizá así podría luchar para cambiarlos y, con ellos, cambiar el modo en que se ve a las amas de casa, y a las mujeres en general, en la sociedad.
Si es el hecho de cobrar un sueldo, es el momento de luchar para lograr un pago en efectivo para este trabajo.
Si es por las vacaciones, también acepto cuatro semanas pagadas, durante las que  yo sea quien coma a mesa puesta y se limite a abrir el armario para encontrar ropa limpia y planchada, pueda ducharme en un cuarto de baño reluciente y, cuando esté cansada y quiera echarme una siesta, que sean otros los que manden a callar al niño, o se lo lleven a dar un paseo.  Sólo cuatro semanas por año ¿no es mucho pedir, verdad?

1 comentario:

  1. Qué bien lo has expresado. Quizás peor suerte corren las que trabajan fuera y dentro de casa y además tienen aficiones tan descabelladas como escribir y estudiar Filología. Utilizo la tercera persona porque, aunque me encuentro en ese grupo, en nuestra casa se comparten las tareas domésticas, las visitas al médico y las reuniones en el cole. Las primeras, no solo entre los padres, también entre las hijas, que ya empiezan a ser mayores (igualmente sería si fueran hijos). Me siento afortunada porque sé que no es la generalidad, pero qué pena que me considere con suerte por tener algo que, simplemente, me corresponde. Efectivamente, queda mucho por hacer y probablemente, no lo haremos mientras nosotras mismas nos emperremos en conservar ciertos mitos, mientras no aprendamos a respetar y apoyarnos unas a otras, como ellos hacen.
    Exposición muy interesante, Amparo. Te felicito.

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