Uno de mis libros favoritos es "El principito". Lo leí por primera vez siendo prácticamente una niña y desde entonces lo he repasado periódicamente, siempre con el mismo deleite con que lo hice entonces. Muchas de las reacciones que he tenido a lo largo de mi vida han sido el resultado de las enseñanzas que recibí a partir de las aventuras del pequeño extraterrestre y sus encuentros con los personajes que comparten su historia y todavía hoy no puedo ver el contorno de un sombrero sin pensar que en realidad es una serpiente digiriendo un elefante.
Cada capítulo encierra una moraleja digna de ser aprendida y recordada para siempre, pero hay uno en concreto que me llegó a lo más hondo y, por lo que he oído aquí y allá, creo que comparto ese sentimiento con muchísimas personas: Es el capítulo del encuentro entre la zorra y el pequeño príncipe. Prácticamente cada frase de ese episodio merece ser recordada como todo un compendio de sabiduría.
El modo en que el animal explica al niño qué debe hacer para convertirse en su amigo, para "crear lazos", ese proceso de "domesticación", es la mejor definición que he leido nunca del recorrido que hacemos en el camino hacia la amistad.
Cuando el zorro comenta lo distinto que será a sus ojos el campo de trigo cuando esté domesticado nos está recordando algo que todos hemos sentido cada vez que alguien entra en nuestras vida: Que las cosas nunca vuelven a ser las mismas cuando las asociamos a algún ser querido, que los ojos, cuando están llenos de amor, ven todo de otra forma, porque en realidad miran desde el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos, sólo se puede ver bien a través del corazón. Esta es quizá la frase más conocida del capítulo y probablemente de la obra.
A mí me gusta más otra, y no recuerdo haberla oído mencionar como algo especial. Sin embargo considero que es la más importante y la que merecería ser evocada más a menudo. Aparece al final del capitulo, siendo el último consejo, la última "clase sobre amistad" que da el zorro.
El principito ya es su amigo, ya le ha domesticado. Como despedida le hace ir a ver las rosas, que el pequeño compara con la suya, llegando a la conclusión de que esta última es distinta de las demás porque ha cuidado de ella, porque ha dedicado muchas horas a atenderla. Entonces el zorro le comenta que lo que hace especial a la rosa es el tiempo que ha invertido en ella y le dice que Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa…
Esa es la frase que yo considero fundamental: Ser responsable de lo que se ha domesticado, atender a los que queremos, cuidarles, recordarles con nuestros actos que les amamos ¿De qué sirve conocer a otras personas, intimar con ellas, invertir nuestro tiempo en ellos, si luego les abandonamos a su suerte? ¿De qué sirve domesticar a alguien, si luego no nos hacemos responsables de su felicidad?
En esto no hay diferencias. Da igual que hablemos del padre, de la novia, del vecino o de la amiga. Todo eso son distintas variedades de la domesticación, pero el amor es el mismo, aunque el objeto amado varíe y tiene la misma necesidad de cuidados.
Sería mucho mejor no comenzar siquiera el proceso, quedarnos mirándoles de lejos sin dar el siguiente paso.
Porque la domesticación no tiene marcha atrás, ni entiende de medianías. Una vez creado el lazo ya no hay fuerza que lo "descree". Ya solo queda asumir el compromiso o rechazarlo. Responsabilizarse de la persona amada, o menospreciarla.
He leido otros libros y leeré otros más en mi vida, pero pocos dirán una frase que me llegue más al corazón que esa: Eres responsable para siempre de lo que has domesticado.
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