Insomnio |
Todo empezó con una sensación extraña en el estómago muy parecida al apetito.
Trato de comer algo, pero no me es posible masticar y hasta una rodaja de
sandía parece un puñado de arena en mi boca. Mi respiración se acelera, me
sudan las manos y no logro conciliar el sueño. Entonces comienzan los temblores
de manos. Intento sostener en ellas un vaso, pero el temblor es tan intenso que
apenas puedo llenarlo hasta la mitad, porque de colmarlo vertería su contenido.
Me siento ante mi mesa de trabajo y, de
repente, soy consciente de que hay un libro abierto ante mí. No sé cuándo lo
puse ahí, ni cuánto tiempo llevo mirándolo. Tampoco sé de qué habla.
Me levanto y camino por la casa. Llego a la cocina, pero no
puedo recordar para qué he ido hasta allí. Por inercia tomo una manzana del
frutero: me quedo mirándola como si fuese una fruta exótica que veo por primera
vez. La devuelvo a su sitio y salgo de la habitación. Regreso a mi cuarto y
trato de retomar la lectura, pero en ese momento algo llama mi atención desde
la calle y miro por la ventana. Es una urraca que se ha posado en el tejado de
los vecinos y observa el jardín desde la altura. Se lanza a volar y yo sigo
junto a la ventana, mirando el hueco que deja al partir.
Decido que las tejas de mis vecinos son más feas que las de mi casa y
me alegro de haberlas elegido de ese color y textura. Mi mente vuela a los días
en que comenzábamos a construir nuestra casa y pienso que la hemos hecho demasiado
grande. Me doy cuenta de pronto de que estoy otra vez sentada a la mesa y de
que el libro sigue ahí también. Comienzo a leer.
“Fue designado como sucesor de Domiciano en el poder por los mismos
conjurados que acabaron con el último Flavio.” El último... ¿queda fiambre?
creo que comimos el último esta mañana. Debería salir a comprar, porque si no
me tocará cocinar esta noche y no me apetece nada. “Nerva pertenecía a una antigua
y prestigiosa familia...” ¡Qué lejos vive mi familia! A veces llego a sentirme
realmente sola. Llamaré a mi padre. Marco el número de casa y oigo la voz tan
añorada. Me pregunta cómo va todo y le digo que bien, que como siempre, aquí
estoy leyendo (¿qué estaba leyendo?) y que solo quería charlar un rato. Cuelgo
una hora y media después.
Voy beber algo que con tanta charla estoy sedienta. Al llegar a la
cocina me fijo en el reloj: es hora de hacer la cena. Saco unos huevos de la
nevera para preparar una tortilla y
caigo en la cuenta de que no quería cocinar, pero ya no me apetece salir a
comprar nada, así que busco la sartén y me pongo manos a la obra.
Acabamos de cenar y vuelvo a mi cuarto. Ya he perdido el hilo
completamente, por lo que cambio de lectura con la esperanza de centrar mi atención
algo mejor de lo que venía haciendolo: “Baldinger toma en cuanto punto de
partida lo que llama el
triángulo de Ullmann...” El triángulo de las Bermudas. Ya no se habla nada, pero hace unos años estaba en boca de todo el mundo. Como lo de Rosswell. Claro que esto ya se ha visto que era todo mentira, un montaje para vender más periódicos. “ De la inmotivación de los vocablos...” ¡eso es! ¡motivación! toda la mañana intentando recordar la palabreja. Lo que no sé es para qué la necesitaba. Bueno, no sería nada importante. “Años más tarde Baldinger reflexiona...” Ya es muy tarde, debería irme a dormir. Si no descanso lo suficiente mañana no estaré en condiciones. Bueno ¡qué digo mañana! ¡hoy! apenas faltan un par de horas para el amanecer. Además tengo que salir a comprar los regalos de cumpleaños, que mira que cumplir ambas con dos días de diferencia. Seguiré leyendo mañana. Total: no me estoy enterando de nada...
Y así todos los días, un mes entero de cada cuatro. Siempre que he de
presentarme a los exámenes.
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