Adios, Bob Esponja |
Sí: el duende se hace mayor. Ya no quiere saber nada de Bob Esponja, al
que ha cambiado por la serie de dibujos „Star Wars”, y prefiere escuchar la música de Sean Paul o Black Eyed Peas,
dejando de lado el hip-hop que hasta ahora era su estilo favorito.
Sus andanzas nocturnas se
han modificado levemente y, aunque sigue siendo un entusiasta de la decoración,
ha adquirido otro método más estudiado. Coloca el sillón junto a la ventana,
tal vez por relajarse tomando el sol, y se desprende de los muebles que
contienen sus juguetes, como si estuviera despidiéndose de la infancia y
adquiriendo costumbres más maduras.
La carita sigue teniendo la
misma expresión entre dulce y burlesca, pero su sonrisa está rodeada por una
aureola oscura y pilosa así que tal vez muy pronto deba recibir su primera maquinilla de
afeitar. Con el crecimiento del vello ha llegado también el descubrimiento de
su cuerpo, que de pronto se ha convertido en un lugar íntimo al que nadie debe
acceder sin permiso: le gusta ducharse a solas, se niega a ser besado en
público y solo admite un abrazo si realmente desea darlo.
Ha comenzado a escoger su
ropa y a decidir qué le gusta ponerse y de qué prefiere
Hola, Star Wars |
Claro que el hecho de
cumplir años no es suficiente para que un duende deje de ser quien es, por lo
que continúa haciendo sus travesuras sin desfallecer ni un segundo, si bien también
en ellas se observa un estilo más desvergonzado. Si antes eran producto de su
afán por aprender, ahora son un pulso que nos echa para probarnos.
Cosas de hombres |
Algunas veces se situa
frente a uno de nosotros y nos mira, con una sonrisa en los labios y la mirada
clavada en la nuestra. No mueve el cuerpo del lugar en que se encuentra, solo
nos mira fijamente, sin parpadear apenas. De pronto sus manos hacen un gesto
rápido y, antes de que podamos reaccionar, ha cogido el trozo de tarta que le
hemos prohibido comer, ha subido el volumen de la música o nos ha apagado la luz
de la habitación, dando la velada por finalizada.
Se pasea por la casa
lanzando juramentos, vengan o no a colación, y luego se comenta a sí mismo que “no
se dice: es palabrota”. Saca una corbata del armario y se la coloca alrededor
del cuello, hasta que descubre cómo le observo, momento en que la devuelve
lentamente a su lugar mientras repite “no se toca: es de papa” (así, acentuando
la primera “a”). A la hora de comer llama nuestra atención sobre el hecho de
que está tocándose los pies y, cuando nos disponemos a enviarle a lavar sus
manos, nos espeta un “no se toca el pie, que luego va a la comida y a la cara”,
sonriéndo con satisfacción por lo bien que lo ha aprendido... o tal vez por el
efecto que su acción provoca en nuestras caras.
Recorrer esta etapa de la
vida del duende resulta apasionante, a la par que agotador. He aceptado que
debe madurar y llegar a la edad adulta, aunque dejemos algunos jirones de piel
por el camino. Disfruto cada momento, incluso de aquellos en que da muestras de
mayor desfachatez, tal vez porque el descaro es divertido, al menos cuando ya
ha pasado el minuto de insolencia. Lo que no puedo evitar es un sentimiento de
nostalgia: añoro al niño que estamos dejando atrás, por más que me alegre de que
vaya creciendo. Y es que durante muchos
años era mi duende, pero ahora ha decidido que es un hombre y debe estar con
los suyos.
Mi elfo se está marchando y le hace sitio al compañero de su padre.
Fotos:
No hay comentarios:
Publicar un comentario