Mahnmal Bittermarkt |
Cuando llegué a Alemania por primera vez, venía como turista, acompañando al que después se convertiría en mi marido. Me llevó a la casa de sus padres para mi apuro, pues yo no hablaba una palabra de alemán y apenas podía comunicarme con ellos. Como para S. era un viaje de trabajo, me encontré “sola ante el peligro” desde el primer momento y estaba preocupada porque no sabía ni siquiera pedir un vaso de agua. Y, sin embargo, todo salió perfectamente: comí, bebí, paseé y hasta charlé sin problemas, aunque estó último fue a base de gestos y sonrisas.
El artífice de todo fue un hombre de baja estatura, pelo castaño veteado de canas y ojos azúles. No cesaba de contar cosas a base de señalar y usar de la mímica. Cuando S. regresó del trabajo nos encontró convertidos en amigos y dispuestos ya a compartir lo que nos deparase el futuro. Lo que nos trajo fue una relación familiar, puesto que algún tiempo después de ese primer viaje se convirtió en mi suegro.
Arroyo en Rombergpark, coloreado de rojo por el mineral de hierro. |
Nuestro primer paseo nos llevo a un lugar que pronto se convertiría en uno de mis preferidos de la ciudad. Se trata del bosque que está justo al lado de la casa familiar. En el centro de ese bosque hay un claro en el que se alza un monumento conmemorativo de un acto atroz, de los muchos que se dieron durante la II Gran Guerra: un grupo de trescientas personas, vecinos todos de la zona, fueron tomados prisioneros y asesinados a manos de la Gestapo en la Semana Santa de 1945, concretamente entre los días 7 y 12 de abril de 1945. Un día después, el 13 de abril, entraron las tropas americanas en Dortmund. Estas fueron las últimas víctimas de la guera en esta ciudad. Mi suegro me contó la historia, como los alemanes de su edad hablan de la guerra: usando más dolor y más ira que los naturales de otros paises.
Él tuvo que abandonar su hogar tras el reparto del botín que se hicieron los ganadores. Nacido en Chequia, en una pequeña población entonces alemana (en Sudeteland), su familia se vió forzada a dejar el país natal debido a su nacionalidad germana. En esa época era apenas un adolescente y debió ser muy duro abandonar el hogar, los amigos y lo que había sido su vida, pero siguió adelante y lo superó bastante bien. Estudió, se convirtió en ingeniero, se casó, tuvo hijos, viajó por medio mundo, tras los hijos vinieron los nietos, una bisnieta y se fue convirtiendo en un anciano.
"Floppbier", en realidad Hövels, cerveza amarga de Dortmund |
Mientras tanto me fue enseñando unas nociones de jardinería, me contó cosas de sus viajes, discutió conmigo alguna que otra vez (que para alzar la voz nunca tuvimos dificultades ninguno de los dos), me dió a conocer la "floppbier" (llamada así por el sonido que hace al abrirse la botella) y fuimos cobrándonos afecto. Sin la menor duda, ese ha sido su mayor logro: el amor de los suyos, incluyendo familia política y amigos, reflejo del que él supo siempre dar a los demás.
Yo solía salir al jardín a fumar, mientras él andaba por allí, arreglando plantas o el estanque y seleccionando unas verduras o unas hierbas para que nos lleváramos a casa al acabar nuestra visita. En ese rato yo aprovechaba para contarle las novedades que iban surgiendo en mi vida y él me preguntaba mostrando siempre interés por mis cosas y aconsejándome, como lo haría un padre con su hija.
Hoy ha decidido que ya es hora de descansar y se ha ido. Muy despacito, mientras dormía, en paz consigo mismo y con el mundo, sin hacerse notar demasiado, para no tener que despedirse. Nos deja a todos un vacío muy grande y a mí el dolor de no tener a nadie más con quien escaparme a charlar. Pero también me deja un nieto suyo que se le parece mucho, me deja a su hijo, que tiene el mismo sentido del humor y la misma facilidad para la broma que él tuvo siempre.
Y me deja el jardín.
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