Yo llevo el apellido de mi marido, no el de mis padres. Algunas mujeres consideran esto una demostración de machismo, pero se equivocan.
En primer lugar convendrán conmigo en que yo nunca he llevado mi propio nombre: si mi patronímico actual dice que yo pertenezco a la familia de mi marido no es menos cierto que los que llevaba antes proclamaban mi pertenencia a la de mis padres. Mi nuevo nombre refleja también mi nueva vida, mi hogar, mi familia cercana, la que yo he creado junto al hombre que he escogido y, por lo tanto, es más mío de lo que pudo serlo nunca el que lucí siendo soltera.
No es un nombre impuesto por nadie. La ley no me obliga a llevarlo, tampoco la tradición o la costumbre. El hombre que lo comparte conmigo jamás exigió que lo tomase. Lo escogí yo libremente, cosa que no ocurrió con el que me impusieron al nacer.
Lo comparto con mis hijos, algo que no pueden decir las personas que me critican. Sus niños son de los respectivos padres y las mamás están en ese segundo lugar tantas veces obviado al firmar. Los míos son hijos de los dos por igual, porque a todos los miembros de mi familia se nos designa con la misma palabra.
Mis padres lo serán siempre, mis hermanos son tan importantes para mí como lo fueron anteriormente y entre nosotros no ha cambiado nada, puesto que para el trato familiar siempre hemos usado los nombres o apodos que empezamos a usar cuando éramos pequeños, pero yo soy diferente y mi apellido simboliza ese desarrollo. Me otorga un sitio que yo misma he creado y me coloca en un plano diferente al que ocupé antes, haciendome sentir que ahora sí soy yo por fin, no un miembro del hogar paterno, sino un ser independiente de la familia impuesta y, al mismo tiempo, un miembro de la familia elegida. Es, además, un apellido extranjero que, combinado con un nombre de pila español me hace especial: nadie se llama como yo, por lo tanto es un título individual y personal. Mi firma no refleja el poder del machismo sino todo lo contrario: la opción de elegir y el resultado de esa elección.
Habrá quien diga que debería ser al revés, que todos llevasen mi apellido de soltera en lugar del de mi pareja. Sería una opción buena, pero no se me brindó y solo se puede escoger entre las alternativas existentes.
En realidad no me preocupa demasiado: de haber tenido una selección más amplia hubiese tomado la misma decisión por los motivos ya explicados. No todo el mundo puede optar por cambiar su nombre, pero todos sin excepción han de cargar con el que heredan de su padre, les guste o no.
Si llevo el apellido que deseo llevar, si nadie me ha obligado a adoptarlo, si nadie más luce esta combinación de nombres ¿quien puede acusar a mi nombre de ser el resultado del imperio masculino? Eso será lo que ocurra con los nombres de mis detractoras, que llevan en primer lugar el nombre de su padre, que darán ese nombre a sus hijos, pero siempre en segunda posición, porque el nombre del progenitor se antepone al de la madre.
Yo prefiero saber que, en un mundo en que cada vez escasea más la libre elección, al menos una se me ha permitido tomar: me apellido como yo quiero.
Fuente de las fotografías:
Archivo personal de la autorawww.bne.es/es/Micrositios/Guias/Genealogia/
nuevacaravana.blogspot.com/2011/06/sobre-el-apellido.html
Esto de los nombres es una cuestión que debería ser muy personal y, sin embargo, no lo es en absoluto. Nuestro nombre, pese a ser nuestro, en realidad no nos pertenece. Más bien diría que pertenece casi tanto a los demás como a nosotros mismos. Pertenece a la sociedad en general.
ResponderEliminarUno no escoge su nombre, se lo ponen y punto. Ni escoge los apellidos ni escoge el nombre de pila. En una ocasión pregunté en el Registro Civil sobre el trámite a seguir para cambiarse el nombre de pila. Me dijeron que era necesario presentar a dos testigos que aseguraran que tu nuevo nombre era el que usabas normalmente, y también había que presentar un documento oficial donde aparecieras con ese nombre. Si lo piensas, no tiene mucho sentido: ¿cómo voy a presentar un documento oficial con un nombre que no es el mío? ¡Es absurdo!
Me da la sensación de que la Administración no quiere que nos cambiemos el nombre y pone todos los impedimentos posibles para evitarlo. Pensándolo de manera práctica y desde el punto de vista de la Administración, resulta comprensible. Sería un verdadero caos si todo el mundo andara cambiándose el nombre de un día para otro. Pero el caso es que nuestro nombre sigue sin ser nuestro del todo, no lo elegimos nosotros ni podemos cambiarlo. Pertenece a los demás.
Quizás nuestra única elección posible respecto a nuestro nombre consista precisamente en lo que tú acabas de escribir: no podemos "crearlo" de la nada, pero podemos "mezclarlo" con otro y hacerlo nuestro. Aquí veo yo toda una metáfora de la vida misma.
Amparo Kreysa es un nombre muy bonito. Suena musical y "redondo". ¡Me gusta! Pero desengáñate, ese no es tu nombre, no te pertenece. Al menos, no te pertenece a ti sola. Ése es el nombre también de Amparo Kreysa, mi vecina; Amparo Kreysa, mi hija; Amparo Kreysa, mi madre; Amparo Kreysa, mi amiga.
Interesante, Amparo. La verdad es que nunca había visto el asunto desde esta perspectiva y me ha gustado descubrirla aquí, por ti. Siempre pensé que tu nombre no era real, que se trataba de un nick. Es tan bonito, tan especial.
ResponderEliminarTengo amigas en varios lugares de Europa. Cuando estaba a punto de casarme, mi amiga Linda, de Birmingham, me preguntó cuál sería mi apellido a partir de ese momento. Le expliqué que en España la mujer casada conserva los apellidos de sus padres (dos, cosa también poco habitual en otros lugares). En aquel momento me sentí bien con la idea de que las españolas somos las únicas europeas que conservan el nombre de soltera. Eso, quizás, también nos hace especiales de alguna manera. Bueno, es una forma más de verlo. Como digo, me ha gustado mucho conocer una nueva visión. Gracias.