Que gastamos dinero en regalos no se discute: se gasta y mucho. Ante eso solo puedo decir ¡cada uno es responsable de su dinero! Nadie más que nosotros mismos es culpable del derroche ¿quién pidió que acostumbremos a nuestros hijos a recibir regalos caros? ¿quién educa a los niños en la idea de que una consola de videojuegos es mejor regalo que una peonza? ¿quién obliga a regalar una cámara digital en lugar de una caja de lápices de colores y papel para pintar? Que nadie me diga que "es que los amigos..." porque también nuestros hijos son "amigos" y, por lo tanto, incitadores al gasto. Los culpables somos los padres que creemos que los hijos no serán felices si no pueden presumir del último modelo de juguete eléctrónico.
Recuerdo una anécdota al respecto que a mí me curó del todo esa afición por el regalo caro: Ocurrió hace unos veinte años, siendo mi hija una niña de 6 o 7. Ese temporada se puso de moda la muñeca "Pocas-Pecas". Era graciosa y, lo más importante, era el deseo de todas las niñas de la edad de la mía. Por razones económicas no me fue posible comprar la muñeca con la suficiente antelación, así que me encontré a un paso del día de Navidad sin la deseada pepona. Visité todas las jugueterías de Madrid y movilicé a todas mis amistades sin éxito hasta que, por fin un par de días antes de la fecha fatídica, recibí una llamada de una compañera de trabajo que vivía en Ávila ¡había encontrado una! Tenía el cartón medio roto, pero la Pocas-Pecas estaba en perfecto estado y me la mandaba por courier, así que la tendría en casa esa misma tarde. Respiré traquila y, aunque me salió carísima por tener que pagar el transporte, me sentía muy feliz pensando en la carita de alegría que pondría mi niña cuando viese la muñeca. Debo decir que fue un éxito: la sonrisa que ví en aquel rostro fue luminosa y llena de dicha. Con la satisfacción del deber cumplido me retiré de la habitación, fumé un cigarrillo con mis hermanos y volví al salón donde mi hija jugaba entusiasmada... con una caja de cartón que le servía de barco. La muñeca le observaba desde el sofá, donde permanecía sola, sin ninguna niña que le hiciese caso.
En honor a la verdad diré que sí jugó mucho con ella, pero no más de lo que jugaba con las pinzas de la ropa, otro de sus juguetes favoritos. Es igualmente cierto que nunca más volví a gastar demasiado en regalos de Reyes para mis hijos.
Tal vez el truco esté en tomar las fiestas como una excusa para estar juntos y disfrutar con ello. Un poco menos de comida, un poco más de cercanía, una sesión de Trivial Pursuit y una taza de cacao caliente... esas cosas que no hacemos nunca con los nuestros y que seguramente son el mejor regalo que podemos dar a nuestros hijos y a nosotros mismos. Al fin y al cabo ¿hay acaso algo más importante que nuestros seres queridos? Siendo así debemos alegrarnos de tener la oportunidad de estar con ellos... una vez al año.
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