Hubo una época en que esta era la mejor época del año para mí y otra en que no soportaba que llegase. Ahora me es indiferente.
Compartiré la Nochebuena con las mismas personas que comparto cualquier otro día del año; la cena no será especial, porque lo que podamos comer esa noche ya lo hemos comido en otras ocasiones a lo largo de los meses anteriores; habrá regalos, pero no serán mejores que los recibidos en los cumpleaños. La única diferencia apreciable la marcará la presencia de un abeto cargado de luces, bolas de colores y adornos de madera, cristal o plástico y una maqueta representando un pueblecito judío, ambas cosas preparadas en homenaje al niño de la casa, que es el motivo de que aún celebremos esta fiesta.
Este año la Navidad me ha pillado por sorpresa. No es que el calendario no avisara, pero las sensaciones que suelen aparecer con la llegada del Adviento no han asomado, probablemente porque no lo he vivido como otras veces. Las tensiones de los últimos meses han ido minando mi ánimo hasta impedirme disfrutar de lo que otras veces me resultaba divertido: la realización de los regalos que normalmente me ocupa durante las seis o siete semanas previas al día 24.
Suelo hacer yo misma los presentes que entrego en estas fechas. Es una forma de no caer en la trampa consumista y además resulta divertido. He comprobado también que las personas que reciben mis artesanías, galletas o licores suelen sentirse tan sorprendidas como complacidas. Este año no sorprenderé ni complaceré a nadie. Por razones de diversa índole no he podido hacer nada, así que lo más artesano que recibirán mis parientes serán los envoltorios.
En realidad tengo motivos de celebración: hemos pasado por pruebas duras y las hemos superado; los problemas economicos, laborales y de salud se van resolviendo; logramos llegar al fin de año con el mismo número de personas que lo empezamos, pese a los empeños que ha puesto el 2011 en que no fuese así. El mero hecho de que por fin se acabe un año malo y empiece uno “fresco” y lleno de días sin estrenar ya es razón para la fiesta.
Pero no. No consigo encontrar el espíritu navideño, la alegría de otras veces, el placer de decorar la casa, preparar los envoltorios para los regalos, organizar las cenas y comidas de la familia... Nada consigue hacerme sentir que es Navidad, aunque no es culpa de nada o de nadie en concreto. No sé realmente a qué pueda deberse. Será quiza porque no hace aún bastante frío y no ha nevado. Será que no he horneado ni una sola galleta. Será tal vez que estoy cansada.
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