Divagar: deambular, extraviarse, fantasear, soñar despierto, vagabundear... y escribir sobre ello.
sábado, 31 de diciembre de 2011
Música, Año Nuevo y unicornios
Estuve escuchando a Silvio Rodríguez y, mientras lo hacía, fui adquiriendo consciencia de las canciones que han acompañado mi vida, entreteniendo mis ratos, pero también dándome consuelo o abriendo mis ojos ante el mundo, la vida, las relaciones... Al mismo tiempo me daba cuenta de que una gran parte de esas canciones las canta él.
Sería muy largo explicar cada canción, suya o de otros, y cada historia asociada a ella así que ni siquiera lo intento. Me quedaré con una sola, no la más bella (aunque lo es mucho), pero sí la más especial de todas, la primera canción de Silvio que escuché, la que me enamoró y me convirtió en la seguidora incondicional del magnífico cubano: Unicornio.
¿Alguien no conoce esa canción? Lo dudo. Probablemente ese disco tiene las canciones más conocidas del poeta, abanderadas por ese unicornio azul que tanta pena causa con su desaparición: Por quien merece amor, Hoy mi deber, Canción urgente para Nicaragua, La Maza, entre otras hicieron las delicias de muchos jóvenes que nos sentíamos enamorados y nostálgicos o combativos e inflamados de afanes revolucionarios y ganas de cambiar el mundo.
El unicornio de la canción era un símbolo de muchas cosas. Leí que Silvio dijo alguna vez que se refería a la inspiración perdida. Es posible que lo fuera... en ese momento. Dudo que tenga un significado concreto, porque cada persona que escuche la canción lo asociará a una u otra cosa, dependiendo del momento y del propio carácter del oyente.
En mi caso particular, creí tener varios unicornios desde la primera vez que la oí, todos muy parecidos, porque yo deposito mi afecto siempre en lugares similares, hasta que un buen día supe con seguridad de qué hablaba la canción o, al menos, de qué me hablaba a mí. Reconocí a Mi Unicornio, el único y especial, lo disfruté, lo perdí y le lloré. Nunca me recuperaré del todo de esa pérdida, porque es la primera vez que sentí la certeza de que aunque tuviera dos, yo solo quiero aquel.
Siempre que escuchaba esta canción sentía una punzada dulciamarga de nostalgia, pensando en lo perdido. Mi reacción ha cambiado desde que descubrí la personalidad de mi monocerote; ahora no puedo evitar las lágrimas desde la primera frase.
En estas circunstancias mi deseo para el nuevo año no puede ser otro: que vuelva el fugitivo, que si alguien sabe de él, por favor, me indique dónde lo vió. Mi unicornio es fácil de reconocer: es azul y le gusta compartir canciones. Si no es posible traerlo de vuelta le ruego a quien lo encuentre que le proporcione un pasto lleno de sus flores favoritas, un lugar pleno de sol, de viento que peine su crin y un prado húmedo y jugoso donde se sienta cómodo.
Así tal vez nadie más tenga que llorar por él, ni repetir conmigo... Mi unicornio azul se me ha perdido ayer, se fue
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sábado, 24 de diciembre de 2011
Será que estoy cansada
Hubo una época en que esta era la mejor época del año para mí y otra en que no soportaba que llegase. Ahora me es indiferente.
Compartiré la Nochebuena con las mismas personas que comparto cualquier otro día del año; la cena no será especial, porque lo que podamos comer esa noche ya lo hemos comido en otras ocasiones a lo largo de los meses anteriores; habrá regalos, pero no serán mejores que los recibidos en los cumpleaños. La única diferencia apreciable la marcará la presencia de un abeto cargado de luces, bolas de colores y adornos de madera, cristal o plástico y una maqueta representando un pueblecito judío, ambas cosas preparadas en homenaje al niño de la casa, que es el motivo de que aún celebremos esta fiesta.
Este año la Navidad me ha pillado por sorpresa. No es que el calendario no avisara, pero las sensaciones que suelen aparecer con la llegada del Adviento no han asomado, probablemente porque no lo he vivido como otras veces. Las tensiones de los últimos meses han ido minando mi ánimo hasta impedirme disfrutar de lo que otras veces me resultaba divertido: la realización de los regalos que normalmente me ocupa durante las seis o siete semanas previas al día 24.
Suelo hacer yo misma los presentes que entrego en estas fechas. Es una forma de no caer en la trampa consumista y además resulta divertido. He comprobado también que las personas que reciben mis artesanías, galletas o licores suelen sentirse tan sorprendidas como complacidas. Este año no sorprenderé ni complaceré a nadie. Por razones de diversa índole no he podido hacer nada, así que lo más artesano que recibirán mis parientes serán los envoltorios.
En realidad tengo motivos de celebración: hemos pasado por pruebas duras y las hemos superado; los problemas economicos, laborales y de salud se van resolviendo; logramos llegar al fin de año con el mismo número de personas que lo empezamos, pese a los empeños que ha puesto el 2011 en que no fuese así. El mero hecho de que por fin se acabe un año malo y empiece uno “fresco” y lleno de días sin estrenar ya es razón para la fiesta.
Pero no. No consigo encontrar el espíritu navideño, la alegría de otras veces, el placer de decorar la casa, preparar los envoltorios para los regalos, organizar las cenas y comidas de la familia... Nada consigue hacerme sentir que es Navidad, aunque no es culpa de nada o de nadie en concreto. No sé realmente a qué pueda deberse. Será quiza porque no hace aún bastante frío y no ha nevado. Será que no he horneado ni una sola galleta. Será tal vez que estoy cansada.
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domingo, 18 de diciembre de 2011
Una vez al año (II)
Que gastamos dinero en regalos no se discute: se gasta y mucho. Ante eso solo puedo decir ¡cada uno es responsable de su dinero! Nadie más que nosotros mismos es culpable del derroche ¿quién pidió que acostumbremos a nuestros hijos a recibir regalos caros? ¿quién educa a los niños en la idea de que una consola de videojuegos es mejor regalo que una peonza? ¿quién obliga a regalar una cámara digital en lugar de una caja de lápices de colores y papel para pintar? Que nadie me diga que "es que los amigos..." porque también nuestros hijos son "amigos" y, por lo tanto, incitadores al gasto. Los culpables somos los padres que creemos que los hijos no serán felices si no pueden presumir del último modelo de juguete eléctrónico.
Recuerdo una anécdota al respecto que a mí me curó del todo esa afición por el regalo caro: Ocurrió hace unos veinte años, siendo mi hija una niña de 6 o 7. Ese temporada se puso de moda la muñeca "Pocas-Pecas". Era graciosa y, lo más importante, era el deseo de todas las niñas de la edad de la mía. Por razones económicas no me fue posible comprar la muñeca con la suficiente antelación, así que me encontré a un paso del día de Navidad sin la deseada pepona. Visité todas las jugueterías de Madrid y movilicé a todas mis amistades sin éxito hasta que, por fin un par de días antes de la fecha fatídica, recibí una llamada de una compañera de trabajo que vivía en Ávila ¡había encontrado una! Tenía el cartón medio roto, pero la Pocas-Pecas estaba en perfecto estado y me la mandaba por courier, así que la tendría en casa esa misma tarde. Respiré traquila y, aunque me salió carísima por tener que pagar el transporte, me sentía muy feliz pensando en la carita de alegría que pondría mi niña cuando viese la muñeca. Debo decir que fue un éxito: la sonrisa que ví en aquel rostro fue luminosa y llena de dicha. Con la satisfacción del deber cumplido me retiré de la habitación, fumé un cigarrillo con mis hermanos y volví al salón donde mi hija jugaba entusiasmada... con una caja de cartón que le servía de barco. La muñeca le observaba desde el sofá, donde permanecía sola, sin ninguna niña que le hiciese caso.
En honor a la verdad diré que sí jugó mucho con ella, pero no más de lo que jugaba con las pinzas de la ropa, otro de sus juguetes favoritos. Es igualmente cierto que nunca más volví a gastar demasiado en regalos de Reyes para mis hijos.
Tal vez el truco esté en tomar las fiestas como una excusa para estar juntos y disfrutar con ello. Un poco menos de comida, un poco más de cercanía, una sesión de Trivial Pursuit y una taza de cacao caliente... esas cosas que no hacemos nunca con los nuestros y que seguramente son el mejor regalo que podemos dar a nuestros hijos y a nosotros mismos. Al fin y al cabo ¿hay acaso algo más importante que nuestros seres queridos? Siendo así debemos alegrarnos de tener la oportunidad de estar con ellos... una vez al año.
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Amparo Kreysa
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viernes, 16 de diciembre de 2011
Una vez al año (I)
Diciembre es el mes más divertido del año y el que mejor refleja lo contradictorios que somos los humanos. Pasamos las tres primeras semanas protestando a su costa y la última celebrándolo como si no fuese a haber mañana.
Como todavía estamos en la segunda semana por todas partes se oyen quejas. Desde las alusivas al dineral que se gastan los ayuntamientos (esas luces innecesarias de todo punto, mejor haría en invertir ese dinero en quienes realmente lo necesitan) y la gente (pagando fortunas por regalos absurdos, comida y bebida en cantidades exageradas...) hasta las más profundas relativas al hecho de celebrar una fiesta cristiana, el nacimiento de un niño que no nació en esa fecha y que a saber si nació realmente... Por no mencionar el disgusto ante esas reuniones familiares que acaban siempre en discusión y gritos.
Este año he decidido defender a este pobre mes tan injustamente tratado. Creo que lo merece porque las fiestas navideñas son algo más que todo eso, aunque no niego que esas reclamaciones tengan su punto de razón. Pero no del todo...
Las luces, al menos en algunos lugares, son exageradas. Realmente cuando llegan tiempos de crisis habría que ahorrar un poco y plantearse el invertir en aquellos sectores que más lo necesitan. Por supuesto que la salud o la educación son más importantes que la Nochebuena y yo propondría a los ayuntamientos españoles que hiciesen como se hace en muchos sitios de Alemania: Menos iluminación eléctrica y más faroles con velas en las puertas de las tiendas y las cafeterías. Pero quitarlas no ¡eso nunca! porque precisamente en los malos momentos es cuando más imprescindible se hace lo superficial. La ciudad a oscuras está más fea que iluminada, da sensación de inseguridad y produce, por lo tanto, miedo. La luz provoca exactamente lo contrario, proporciona belleza y tranquilidad, que es justamente lo que se necesita, porque es lo que no se tiene.
Lo de gastar dinerales... no es obligatorio y son muchas las familias que no caen en esa trampa. Quienes sí invierten su dinero en celebraciones son aquellos que desean hacerlo. Cada familia sabe cuánto puede destinar a las fiestas y se amolda a ello. Al menos yo no conozco a nadie que pida un crédito para las cenas festivas.
A cambio de ese desembolso tendrán una reunión familiar en la que tal vez surjan discusiones, incluso peleas graves. "Tal vez", no hay garantías de que la cena termine en bronca. Lo que sí es seguro es que la familia, quizá también algún amigo, se reunirá para hacer algo juntos ¿Un argumento tonto? Quien lo crea así tal vez debería vivir lejos de sus seres queridos una temporada; irse a otro país, lo bastante lejano como para que estar con la familia y los amigos sea una excepción; pasar por instantes, buenos o malos, desear compartirlos y darse cuenta que solo el teléfono o el mensaje en la web permiten hacerlo; descubrir que los hermanos y amigos tienen problemas y no se les puede ayudar; notar que los padres envejecen, enferman o mueren sin posibilidades de despedirse de ellos; tener solo un día al año para tocar a quien quieres... o para pelear con ellos, que a veces es lo más divertido. Seguramente así cambiaría la opinión respecto a ese "dispendio" anual que es la comida de Navidad.
En cuanto al aspecto religioso, seamos realistas ¡solo los curas celebran la Navidad como festividad católica! ¿Cuántos de nosotros vamos a la Misa del Gallo? ¿o a cualquier otra misa? La Navidad es una orgía de comida y borracheras, la Nochevieja otra, con más bebida aún y el añadido de las uvas, las serpentinas y los gritos de ¡feliz Año Nuevo! lanzados con voz pastosa por la ingesta de cava, vino y cualquier otro licor que se acerque a nuestras manos; basta ver cómo en otros paises celebran en Navidad y Año Nuevo, mientras nosotros lo hacemos en Nochebuena y Nochevieja, que la noche es más propicia para la borrachera ¡dónde va a parar! En cuanto a los Reyes Magos... estos tres personajes merecen renglón aparte.
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Amparo Kreysa
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