Dentro de unos pocos días será mi cumpleaños, una fecha que habitualmente significa para mí reunión familiar, regalos y diversión. Este año no. Este año me ha dado por pensar en mi vida pasada, en lo que he logrado, lo que conseguiré y lo que nunca estará a mi alcance. Este año siento que empiezo a despedirme, que a partir de ahora lo que haré será "desvivir" y pienso en lo que dejaré hecho... o sin hacer.
He conseguido muchas de las cosas que me propuse cuando niña. En aquella época soñaba con tener muchos libros, una casa con jardín y un hijo. Tengo varios miles de libros, tres casas con jardín y dos hijos, así que he superado esos deseos muy a la alza. Claro que también proyecté ser periodista, aprender a tocar la trompeta y vivir para siempre en Mallorca. Vivo en Alemania, no soy capaz de tocar ni siquiera el kazoo y lo más cerca del periodismo que he estado ha sido ir hasta el kiosko a comprar el diario, así que estos han sido tres fracasos, no rotundos, porque todo tiene su lado bueno, pero fracasos al fin.
Si mis descalabros han tenido un lado positivo, también mis éxitos han tenido un lado oscuro y justo eso es lo que más me viene a la cabeza en estos días de recapitulación. Siempre he sabido que "la felicidad nunca es completa", que "una de cal y otra de arena" y toda esas frases hechas que oímos desde pequeños. Lo malo es que para lo negativo nunca estamos del todo preparados. Lo peor es que lo negativo tiene por costumbre clavarse en nuestra mente y aparecer cuando menos lo necesitamos. Como ahora: Tengo hijos, pero uno de ellos es discapacitado y necesita atención permanente. Tengo casas, pero están en el lugar erróneo. Me queda el consuelo de que mis libros no tienen nada negativo, salvo quizá, el ser menos numerosos de lo que yo quisiera.
Mientras se acerca el día en cuestión pienso más en la muerte que en la vida. No es que crea que está cerca, es que ahora me parece más posible, seguramente como resultado de haber vivido varias desapariciones muy dolorosas y muy seguidas en el tiempo.
Recuerdo más intensamente que nunca a los amigos que fueron perdiendose en el camino, los paisajes que significaron tanto para mí y que probablemente no veré nunca más, todas las cosas que han quedado atrás y que tanto añoro. Me acuerdo especialmente de nuestra casa en Ca´n Pastilla, siempre llena de gente, siempre ruidosa, siempre alegre. La playa con esa arena blancuzca tan normal en Mallorca. Los "bunkers" donde nos encantaba jugar de niños... y dedicarnos a otros menesteres durante la adolescencia. Y, por supuesto, Madrid, la ciudad que nunca amé. El lugar al que llegué obligada por las circunstancias, pero que se convertiría con el tiempo en el sitio más visitado de todos, puesto que allí viven la familia y los amigos más queridos.
Nada de eso volverá ya, aunque no tiene nada de malo que sea así. Vendrán otras cosas, como han ido viniendo siempre. Malas algunas, buenas otras, llegarán y pasarán, dejarán huella o serán olvidadas rápidamente, pero la sensación de estar aprendiendo cada día algo nuevo, la alegría casi salvaje que provocaban tanto el sol como la lluvia, la certeza de que el futuro estaba ahí, al alcance de la mano, se van diluyendo, están desapareciendo de mi vida.
Es por eso que este cumpleaños no será igual a los demás. Este será el cumpleaños en que dejaré de subir la escalera. Acaso no empezaré a bajarla aún. Posiblemente me quedaré parada en lo alto un tiempo, pero ya no hay más peldaños que lleven hacia arriba.
Ahora toca durar, no vivir.