jueves, 29 de septiembre de 2011

Cumpleaños no tan feliz

Dentro de unos pocos días será mi cumpleaños, una fecha que habitualmente significa para mí reunión familiar, regalos y diversión. Este año no. Este año me ha dado por pensar en mi vida pasada, en lo que he logrado, lo que conseguiré y lo que nunca estará a mi alcance.  Este año siento que empiezo a despedirme, que a partir de ahora lo que haré será "desvivir" y pienso en lo que dejaré hecho... o sin hacer.
He conseguido muchas de las cosas que me propuse cuando niña. En aquella época soñaba con tener muchos libros, una casa con jardín y un hijo. Tengo varios miles de libros, tres casas con jardín y dos hijos, así que he superado esos deseos muy a la alza. Claro que también proyecté ser periodista, aprender a tocar la trompeta y vivir para siempre en Mallorca. Vivo en Alemania, no soy capaz de tocar ni siquiera el kazoo y lo más cerca del periodismo que he estado ha sido ir hasta el kiosko a comprar el diario, así que estos han sido tres fracasos, no rotundos, porque todo tiene su lado bueno, pero fracasos al fin.
Si mis descalabros han tenido un lado positivo, también mis éxitos han tenido un lado oscuro y justo eso es lo que más me viene a la cabeza en estos días de recapitulación. Siempre he sabido que "la felicidad nunca es completa", que "una de cal y otra de arena" y toda esas frases hechas que oímos desde pequeños. Lo malo es que para lo negativo nunca estamos del todo preparados. Lo peor es que lo negativo tiene por costumbre clavarse en nuestra mente y aparecer cuando menos lo necesitamos. Como ahora: Tengo hijos, pero uno de ellos es discapacitado y necesita atención permanente. Tengo casas, pero están en el lugar erróneo. Me queda el consuelo de que mis libros no tienen nada negativo, salvo quizá, el ser menos numerosos de lo que yo quisiera.
Mientras se acerca el día en cuestión pienso más en la muerte que en la vida. No es que crea que está cerca, es que ahora me parece más posible, seguramente como resultado de haber vivido varias desapariciones muy dolorosas y muy seguidas en el tiempo. 
Recuerdo más intensamente que nunca a los amigos que fueron perdiendose en el camino, los paisajes que significaron tanto para mí y que probablemente no veré nunca más, todas las cosas que han quedado atrás y que tanto añoro. Me acuerdo especialmente de nuestra casa en Ca´n Pastilla, siempre llena de gente, siempre ruidosa, siempre alegre. La playa con esa arena blancuzca tan normal en Mallorca. Los "bunkers" donde nos encantaba jugar de niños... y dedicarnos a otros menesteres durante la adolescencia.  Y, por supuesto, Madrid, la ciudad que nunca amé. El lugar al que llegué obligada por las circunstancias, pero que se convertiría con el tiempo en el sitio más visitado de todos, puesto que allí viven la familia y los amigos más queridos.
Nada de eso volverá ya, aunque no tiene nada de malo que sea así. Vendrán otras cosas, como han ido viniendo siempre. Malas algunas, buenas otras, llegarán y pasarán, dejarán huella o serán olvidadas rápidamente, pero la sensación de estar aprendiendo cada día algo nuevo, la alegría casi salvaje que provocaban tanto el sol como la lluvia, la certeza de que el futuro estaba ahí, al alcance de la mano, se van diluyendo, están desapareciendo de mi  vida.
Es por eso que este cumpleaños no será igual a los demás. Este será el cumpleaños en que dejaré de subir la escalera. Acaso no empezaré a bajarla aún. Posiblemente me quedaré parada en lo alto un tiempo,  pero ya no hay más peldaños que lleven hacia arriba.
Ahora toca durar, no vivir.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

De amistad y libros. De príncipes y zorros

Uno de mis libros favoritos es "El principito". Lo leí por primera vez siendo prácticamente una niña y desde entonces lo he repasado periódicamente, siempre con el mismo deleite con que lo hice entonces. Muchas de las reacciones que he tenido a lo largo de mi vida han sido el resultado de las enseñanzas que recibí a partir de las aventuras del pequeño extraterrestre y sus encuentros con los personajes que comparten su historia y todavía hoy no puedo ver el contorno de un sombrero sin pensar que en realidad es una serpiente digiriendo un elefante.
Cada capítulo encierra una moraleja digna de ser aprendida y recordada para siempre, pero hay uno en concreto que me llegó a lo más hondo y, por lo que he oído aquí y allá, creo que comparto ese sentimiento con muchísimas personas: Es el capítulo del encuentro entre la zorra y el pequeño príncipe. Prácticamente cada frase de ese episodio merece ser recordada como todo un compendio de sabiduría.
El modo en que el animal explica al niño qué debe hacer para convertirse en su amigo, para "crear lazos", ese proceso de "domesticación", es la mejor definición que he leido nunca del recorrido que hacemos en el camino hacia la amistad.
Cuando el zorro comenta lo distinto que será a sus ojos el campo de trigo cuando esté domesticado nos está recordando algo que todos hemos sentido cada vez que alguien entra en nuestras vida: Que las cosas nunca vuelven a ser las mismas cuando las asociamos a algún ser querido, que los ojos, cuando están llenos de amor, ven todo de otra forma, porque en realidad miran desde el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos, sólo se puede ver bien a través del corazón.  Esta es quizá la frase más conocida del capítulo y probablemente de la obra.
A mí me gusta más otra, y no recuerdo haberla oído mencionar como algo especial. Sin embargo considero que es la más importante y la que merecería ser evocada más a menudo.  Aparece al final del capitulo, siendo el último consejo, la última "clase sobre amistad" que da el zorro.
El principito ya es su amigo, ya le ha domesticado. Como despedida le hace ir a ver las rosas, que el pequeño compara con la suya, llegando a la conclusión de que esta última es distinta de las demás porque ha cuidado de ella, porque ha dedicado muchas horas a atenderla. Entonces el zorro le comenta que lo que hace especial a la rosa es el tiempo que ha invertido en ella y le dice que Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa…
Esa es la frase que yo considero fundamental: Ser responsable de lo que se ha domesticado, atender a los que queremos, cuidarles, recordarles con nuestros actos que les amamos ¿De qué sirve conocer a otras personas, intimar con ellas, invertir nuestro tiempo en ellos, si luego les abandonamos a su suerte? ¿De qué sirve domesticar a alguien, si luego no nos hacemos responsables de su felicidad?
En esto no hay diferencias. Da igual que hablemos del padre, de la novia, del vecino o de la amiga. Todo eso son distintas variedades de la domesticación, pero el amor es el mismo, aunque el objeto amado varíe y tiene la misma necesidad de cuidados.
Sería mucho mejor no comenzar siquiera el proceso, quedarnos mirándoles de lejos sin dar el siguiente paso.
Porque la domesticación no tiene marcha atrás, ni entiende de medianías. Una vez creado el lazo ya no hay fuerza que lo "descree". Ya solo queda asumir el compromiso o rechazarlo.  Responsabilizarse de la persona amada, o menospreciarla.

He leido otros libros y leeré otros más en mi vida, pero pocos dirán una frase que me llegue más al corazón que esa: Eres responsable para siempre de lo que has domesticado.

domingo, 18 de septiembre de 2011

... cuando seas mayor (II)

No sólo en mi vida infantil me vi afectada por esa costumbre de no explicar las cosas. Es mucha la gente que entra y sale de nuestras vidas sin un saludo al llegar o una despedida al marcharse, como si los demás vivieramos mirándoles para saber qué movimiento realizan cada vez.
¿Cómo puedo saber que alguien me quiere o me odia, que le he hecho feliz o le he herido, si no me lo dice? ¿Cómo puedo saber qué alguien no quiere nada de mí? ¿Cómo puedo saber que una persona quiere ser mi amigo o preferiría no ver siquiera mi nombre escrito, si me lo ocultan?
Este hecho, que en la niñez motivó mi curiosidad y mis ganas de saber ahora me provoca, en el mejor de los casos, sorpresa; en el peor, tristeza; siempre, indignación.
En realidad los motivos para no hablar son iguales a los que tenían los adultos que acompañaron mi infancia: El deseo de ahorrarse situaciones incómodas y explicaciones que, en realidad, son incapaces de dar por desconocimiento, o por cobardía.
Si el niño quiere jugar con el adulto, o el amigo quiere seguir siendolo es más fácil echar la culpa al exceso de ocupaciones que reconocer que no apetece jugar o que no soportamos más a esa persona.
Preguntemos por los motivos de esta actitud y oiremos un montón de excusas, desde la mentira más absurda (no si yo sigo apreciandote igual. Es que, de verdad, no tengo tiempo), hasta el silencio (ahora no puedo atenderte, luego te llamo), pasando por el intento de cansar al otro, para que deje de insistir por sí mismo y así no sentirnos tan culpables, hacemos cualquier cosa, es más, lo hacemos todo, excepto reconocer abiertamente que esa persona es non grata para nosotros y nuestro círculo.
A veces se nos olvida que las heridas solo dejan de doler cuando sacamos el arma que las provocó, que hacemos quizá el mismo daño, pero durante mucho menos tiempo, cuando hablamos con claridad, cuando explicamos los porqués, cuando abrimos la puerta para que el otro tenga la posibilidad de salir airosamente.
Hace unos días me decía un conocido que la lágrima es sabrosa en ocasiones. Tenía razón. A veces es bueno llorar, nos hace bien. Por ello es también bueno hacer llorar a los demás cuando es preciso. Al menos les permitimos “sacar el arma” y comenzar el proceso de curación. Nadie quiere hacer daño a los demás, pero a veces no hay más remedio y la única forma de suavizar los efectos de ese dolor que provocamos es permitir que el otro reciba la menor cantidad posible de heridas. 
Si hemos de romper el corazón a alguien, dejémosle intacto el amor propio, la sensación de que, al menos, es merecedor de respeto, porque si además le quitamos eso, le abandonamos desnudo e inerme. Le dejamos pensando que no nos ha llegado nada de cuanto nos dió. Le hacemos sentir que todo lo que hizo por o con nosotros fue inútil. Lo que es aún peor, le apartamos de otras posibilidades, porque lo único que le quedará será el convencimiento de su propia indignidad, de sus pocos méritos.
Y lo más importante: Dejémosle hablar, aunque solo escuchemos quejas, reproches o preguntas. Permitamos el desahogo, por más que  no apetezca escucharlo. Porque mientras no podamos descargar lo que nos angustia, no podremos olvidarlo. Porque solo se siente fuerte para salir adelante quien es escuchado. Porque únicamente cuando respondamos a sus preguntas se diluirá el misterio y, con él, el interés.
Porque así daremos al otro la capacidad para iniciar la búsqueda de una nueva azotea donde hacer sus travesuras.

...cuando seas mayor (I)

En mi niñez oí varias frases que se me fueron quedando grabadas, probablemente por lo mucho que las repetían las personas a mi alrededor: eso no se toca, que quema; lo que está en el plato se come todo; ya lo entenderás cuando seas mayor...

Al pasar los años descubrí que casi todas eran falsas o, en el mejor de los casos, incompletas: Eso sí se toca, solo hay que protegerse con una manopla o un trapo; con menos de la mitad del contenido del plato hubieramos estado más sanos y mucho más esbeltos. Pero la mayor falacia de todas es la última. Cuando menos yo sigo sin entender nada, aunque me haya hecho mayor. Crecí deseando ser adulta, porque ellos tenían la llave que abría todas las puertas y ahora que llevo ya bastantes años practicando la adultez descubro que no hay llaves. Descubro que algunas veces ni siquiera hay puerta.

Lamento no haber hecho un listado de las cosas que iba a comprender, vivir o conocer cuando fuera mayor, pero es que tampoco sabía entonces que las cosas se van perdiendo si no las fijamos de alguna manera.  Entre las que sí recuerdo hay todo un surtido: pintarme las uñas y maquillarme; leer ciertos libros y ver ciertas películas; acostarme tarde; beber alcohol; fumar.

Una de las más importantes para mí era la de entender por qué la gente actúa como lo hace. El porqué de mi expulsión de la habitación cuando hablaban de la economía familiar, para luego decirme que no me compraban ese juguete porque es muy caro ¿esperaban que yo conociese el significado de esa expresión sin saber qué es el dinero y cómo se gana y se pierde? El porqué de la prohibición de subir a la azotea, cuando era el sitio más divertido de la casa, en lugar de explicarme que la escalera de acceso estaba deteriorada y podría tener un accidente. El porqué de todos los noes que, lejos de hacerme más dócil, creaban en mí el irresistible deseo de investigar, de descubrir qué ocultaban y que, por si fuera poco, fueron la causa de casi todas las lesiones que sufrí de niña. Cierto que yo siempre me he sentido motivada por las prohibiciones y me ha bastado un simple “de ninguna de las maneras”, para tratar de demostrar que había por lo menos una forma de lograrlo.    El porqué de esa bajada en el tono de la voz y ese secretismo cuando hablaban de las relaciones con los demás, fueran amorosas, de amistad o familiares. Quizá creían que la vida nos iría enseñando y ellos no tendrían que molestarse en hacerlo. Tal vez pensaban que esa era la forma correcta de actuar, aunque me cuesta creer que no se diesen cuenta de las obviedades. Ellos también fueron niños y sufrieron el afan de ocultar toda información a los más pequeños y también se vieron en la vida adulta sin saber cómo afrontar los problemas que iban surgiendo en sus vidas.

No se trata de dar consejos. Es sabido que éstos no se siguen jamás. Es algo mucho más sencillo: Se trata de dar ejemplo. Éste no se da sólo con la conducta. Existe una forma indirecta de aconsejar que consiste en hablar con terceros y dejarse escuchar por quien pueda necesitar ayuda.

Mientras la prohibición de subir a la azotea estuvo en pie, subí a ella con deleite, pese a castigos, reprimendas y dos caídas (de las que sólo trascendió una, porque fui a “amerizar” en una tina llena de agua con lejía, en la que se habían puesto a remojar varias prendas de ropa. De la otra saqué solo un par de heridas que, dados mis antecedentes, no sorprendieron a nadie, ni provocaron preguntas molestas). Mi afición por esas excursiones comenzó a desaparecer un día en que encontré a mi abuela con la pierna vendada y me contó que le habían puesto la vacuna antitetánica al haberse herido con un clavo oxidado, en la escalera de la azotea. Eso me bastó para entender que había un peligro y tendría que andar con cuidado. Al desaparecer el misterio fue cuestión de muy poco tiempo el que también se diluyera el interés.

domingo, 11 de septiembre de 2011

De mujeres e injusticias

Hace unos días tuve una conversación que me afectó especialmente. En realidad fue una tanda de reproches que se me hicieron porque alguien consideraba que yo antepongo mis asuntos particulares al bien de mi familia. Quien censuraba mi actitud ni siquiera pertenece a mi casa, ni conoce mi forma de vivir, pero usaba unos argumentos que las mujeres hemos oído miles de veces y que tan efectivos son, gracias a nuestro permanente y estúpido sentimiento de culpa. Se me criticó por ir a hacer un examen en lugar de quedarme en casa a cuidar a mi hijo. No, no le dejé solo: Su propio padre fue el encargado de atenderle, pero eso es otra historia.
Durante muchos días del año mi marido viaja, lo que le imposibilita para atender a nuestra familia: No puede jugar con el niño,  no tiene ocasión de colgar una estantería, de arreglar un grifo que gotea o de salir a dar un paseo con nosotros. Yo me quedo en casa, atiendo al niño, la estantería y el grifo y paseo sola. Cuando regresa de sus viajes duerme, lee, escucha música o se tumba a tomar el sol. Su actitud es aceptada por todos como "lo normal": Es lógico que trabaje para mantener a su familia y que luego necesite relajarse.
Si soy yo quien pretende lo mismo, realizar una actividad y descansar después, no es normal.
Nadie piensa en que mi trabajo también es realizado para beneficiar a la familia o que, si estudio repercute así mismo en todos: No es normal.
No se le ocurrirá a ningún familiar o conocido que yo también me canso o enfermo, así que necesito reponerme tras una jornada laboral: No es normal.
Lo lógico, lo razonable es que yo haga mi trabajo sin ser pagada, sin tener vacaciones y sin derechos.
Lo más doloroso de todo es que quien me criticaba tan dúramente no era mi marido. Ni siquiera era un hombre. Los reproches partieron de los labios de una mujer. Una mujer jover que ni siquiera se acerca a la treintena y a la que yo suponía inteligente hasta ese momento.
No perdí demasiado tiempo en explicaciones: Me limité a mandarle a paseo, porque realmente sus comentarios y el tono en que los hizo no merecían otra cosa, pero me dejaron un desagradable sabor a siglos perdidos en luchas sin resultado, a años tratando de dar ejemplo inútilmente, a vida femenina desperdiciada.
Que todavía queda mucho camino por recorrer es algo sabido, pero que quienes más dificultades tengan para circular por él sean personas jóvenes me parece terriblemente triste.
Por descontado no me asombra, puesto que aún hay gente que pregunta eso de "¿y tú trabajas o eres ama de casa?" sin pensar que esa persona que "no trabaja" es la que limpia el camino para los demás (literal y metafóricamente), puesto que, sin ella, los que "sí trabajan" tendrían que ponerse a limpiar, cocinar, hablar con profesores, llevar niños a fiestas y médicos, hacer tareas escolares, dar medicación a enfermos, arreglar muebles estropeados, fregar platos y un largo etcétera de trabajos tan invisibles como imprescindibles.
Y cuando esa "ama de casa" decide estudiar para ampliar sus conocimientos y su cultura y ¿quién sabe? quizá para un día acceder a un trabajo pagado con el que colaborar a la economía doméstica, tres de cada cinco personas le felicitan diciendo "muy bien, así tienes algo con que entretenerte", sin pensar que para "entretenerse" una se compra un yo-yó y no se expone a volverse loca tratando de aprender fonética, morfología o las costumbres de los cercopitecos verdes.
Ya puestos a protestar, me encantaría que se erradicase de nuestro vocabulario la expresión "ama de casa", por fea y por ser excesivamente explícita. Según el DRAE un "ama" es, entre otras cosas, la criada principal de una casa, y justo así es como se le ve en la sociedad y en la familia, al menos en más sitios y ocasiones de las que sería de desear. Sólo hay una ligera diferencia entre ambos colectivos: Las criadas tienen un sueldo y a ojos de la sociedad pertenecen al grupo de los que "trabajan".  Vamos, que realizan el mismo oficio, pero son mujeres trabajadoras y las amas de casa, no. Ellas simplemente "están en casa, no trabajan".
No sé cuáles son los parámetros que marcan la diferencia entre una y otra consideración, pero me interesaría averiguarlo. Quizá así podría luchar para cambiarlos y, con ellos, cambiar el modo en que se ve a las amas de casa, y a las mujeres en general, en la sociedad.
Si es el hecho de cobrar un sueldo, es el momento de luchar para lograr un pago en efectivo para este trabajo.
Si es por las vacaciones, también acepto cuatro semanas pagadas, durante las que  yo sea quien coma a mesa puesta y se limite a abrir el armario para encontrar ropa limpia y planchada, pueda ducharme en un cuarto de baño reluciente y, cuando esté cansada y quiera echarme una siesta, que sean otros los que manden a callar al niño, o se lo lleven a dar un paseo.  Sólo cuatro semanas por año ¿no es mucho pedir, verdad?

domingo, 4 de septiembre de 2011

LAS TRES LEYES DE CLARKE







Primera Ley.
Cuando un anciano y distinguido científico afirma que algo es posible, probablemente está en lo correcto. Cuando afirma que algo es imposible, probablemente está equivocado.

"Imposible. No podrás con ello. Tu vida ya es lo bastante complicada. Tienes muchas ocupaciones."

Estas frases y otras muy parecidas fueron las que escuche a mi alrededor cuando decidí matricularme en la universidad. Tras asentir a todas ellas regresé a mi cuarto, encendí el ordenador y me matriculé. La palabra imposible produce invariablemente ese efecto sobre mí: Me motiva.

Existen situaciones difíciles y complicadas, pero pocas son realmente "imposibles". Hay que esforzarse mucho para salir adelante, claro. En mi caso una disciplina prusiana y un compañero apoyándome y colaborando han sido fundamentales para salir adelante. Sin la primera no hubiese podido cumplir el horario previsto y sin el segundo no habría dispuesto de la tranquilidad necesaria. Todo hubiera sido aún más arduo sin ellos.

No olvido tampoco que soy una persona privilegiada, puesto que estoy haciendo lo que deseo y en el momento en que me apetece hacerlo. Tal vez si mi objetivo fuese otro habría tenido que esperar, o buscar otra vía para lograrlo, pero pienso sinceramente que lo hubiese conseguido un día u otro porque yo también creo que quien afirma de algo que es imposible probablemente se equivoca.


Segunda ley.
La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse hacia lo imposible.

Pronto hará dos años de aquel momento en que, con una sola excepción, el mundo decidió que yo no sería capaz de salir adelante y, salvo un par de "tropezones", puedo decir que todo ha salido perfectamente.

Ha habido malos momentos, aún los hay de vez en cuando, pero cuando hago balance de estos meses descubro que he aprendido muchas cosas nuevas, no solo de tipo académico: He cometido errores que no volveré a cometer jamás y otros que repetiré periódicamente; he tenido fracasos estrepitosos y éxitos que me ayudan olvidar los primeros; he conocido personas que no soporto y otras a las que me atrevo a calificar de amigos.

Ahora, cuando solo me falta un día para iniciar la semana de septiembre en que trataré, junto con algunos de mis compañeros, de sacar adelante alguna asignatura que quedó pendiente a final de curso, puedo decir que da igual si apruebo o suspendo, porque lo importante no es la meta. Lo realmente valioso es el camino y lo que recibimos o dejamos en él.

Porque sigo en ese camino, porque no me he apartado de él, ni me apartaré, considero que todos los que quisieron hacerme desistir estaban en un error. Aún no he encontrado los límites a lo posible, pese a haberme atrevido con lo imposible.


Tercera ley.
Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.

En todos los caminos se encuentran piedras con las que tropezar y agujeros en los que caer. Mi "pedrusco" es la informática. Aparte de hacer alguna búsqueda en internet o escribir un par de textos en Words, lo más complejo que soy capaz de hacer con un ordenador es buscar canciones en You Tube, por lo que el encontrar algo útil en la red tiene algo mágico para mí.

Todos los días me asombro al descubrir como, tras escribir una palabra en el recuadro adecuado, aparecen antes mis ojos páginas repletas de información que, para mayor admiración, coincide exactamente con lo que necesito.

La mayor prueba de esa magia la recibí precisamente al matricularme en la universidad.

Por vivir en el extranjero me vi obligada a escoger la UNED y me veía ya estudiando sola en casa, abandonada a mi suerte cuando descubri el milagro: Foros de alumnos, cursos virtuales, apuntes intercambiados por correo electrónico, todo un mundo de posibilidades se abría ante mí desde la pantalla de mi ordenador. Podía ver la cara de mis compañeros, escuchar a los profesores dando sus explicaciones en tiempo real e incluso realizar evaluaciones desde mi casa.

La técnica me dió la posibilidad de sentirme cerca de todo cuanto necesitaba para estudiar, además de ayudarme a crear un círculo estrecho de compañeros-amigos con los que compartir los buenos y malos momentos que se han ido sucediendo.

Sigo siendo un desastre dentro del mundo virtual, pero ahora puedo preguntar a un compañero cómo funciona este o aquel programa y recibo la respuesta antes de que me dé tiempo a desesperar. (Por cierto: Gracias, Lorien.) Si necesito una información para seguir adelante con lo que esté estudiando siempre hay alguien dispuesto a decirme en qué dirección la encontraré... o a dármela, si es que dispone de ella. Y cuando me siento desesperada y creo que no voy a salir adelante jamás, solo tengo que escribirlo en el Facebook o en los foros y al momento aparece un compañero dándome ánimos y recordándome que no estoy sola en esto.

En resumen: Indistinguible de la magia.