domingo, 4 de enero de 2015

Año nuevo, lenguaje viejo

Francisco de Quevedo.
Políticamente incorrecto. Magnífico siempre.
Ya llegó otro enero. Socialmente esto se llama Año Nuevo, aunque yo no creo que lo sea tanto (como ya he comentado otras veces), puesto que lo único que cambia en estas fechas son unos números del calendario.
No hacemos nada especial con nuestras vidas solo porque sea principio de enero y, si bien es cierto que celebramos con comidas, bebidas y bailes, no lo es menos que al llegar el día 2 volvemos a las mismas tareas que interrumpimos el 30 de diciembre, sin cambiar nada en ellas. La sensación de "comienzo de algo" es mucho más intensa en septiembre, cuando nos reincorporamos al trabajo, los estudios y al hogar tras la pausa veraniega.

Dicho esto admito que yo también practico una serie de rituales cada fin de año.
Es grande el  poder de la costumbre (a la que llamamos tradición cuando es bonita y rutina si no es tan atractiva) y nos impele a realizar una serie de prácticas que nos han de servir para "entrar con buen pie" en enero y prolongar la buena fortuna los trescientos sesenta y cinco días siguientes.
Unos cenan lentejas, otros usan ropa interior de color rojo; los de más allá se regalan sobres con dinero para que no falte durante el año, mientras otros lanzan cosas viejas por la ventana, haciendo sitio a las novedades.

Todas esas tradiciones han tenido un hueco en algún momento de mi vida y puedo decir que no he notado una influencia especial sobre los meses posteriores. Los años han venido siempre cargados de vida, con lo que ello significa: salud y enfermedad; prosperidad y penuria; risas y lágrimas.
Pese a todo, no puedo evitar comenzar cada ciclo haciéndome algunos propósitos, que suelo cumplir, porque ya procuro que sean cosas "facilitas".
Nunca he hablado de dejar de fumar o hacer más deporte, por ejemplo, porque sé que no lo voy a hacer. En cambio el año pasado me prometí ir al dentista (al que hacía tanto que no visitaba que no recordaba su cara) y puedo decir que ya sonrío sin complejos.

Esta vez mis propósitos son de otro tipo, menos físico pero igual de saludables. Este va a ser el período de no aguantar más tonterías, especialmente tonterías idiomáticas. He decidido que ya me he hartado de lo "políticamente correcto", de la gente que usa la lengua para manipularnos, de los que cambian el sentido de las palabras para cambiar con ellas hechos históricos o para demostrar lo modernos y abiertos que son. Este año voy a aprender a hablar con la misma frescura y franqueza que usaron mis antepasados, allá por el llamado, con todo merecimiento, Siglo de Oro.
Hablando de este siglo, debo decir que ya Quevedo dijo en esos tiempos aquello de que Por hipocresía llaman al negro, moreno; trato a la usura; a la putería, casa; al barbero, sastre de barbas y al mozo de mulas, gentilhombre del camino.

A partir de ahora los negros serán negros; los blancos, blancos; la marca de plural, una obligación y gritaré a los cuatro vientos que Colón DESCUBRIÓ América, porque justo eso es lo que hizo, aunque estuviera llena de gente viviendo allí: para el resto del mundo estaba oculta, escondida, tapada, cubierta y Colón la des-cubrió para Europa, como descubrió a los habitantes de ese continente que había otras gentes por el mundo. Me importa un bledo que los vikingos fueran antes. Como se callaron, no des-cubrieron nada, así que ¡bien por ellos y su arte navegando! pero nada más. Al César lo que es del César y a Colón, sus descubrimientos.

No pienso usar eufemismos innecesarios, porque si un hombre mata a una mujer, no es "violencia doméstica", aunque lleven veinte años casados: es asesinato. Tampoco tengo el menor interés en decir que una persona con Down o autismo sea alguien "con capacidades diferentes" porque me parece una idiotez. Todos tenemos capacidades diferentes y no veo motivo para usar esa expresión englobando a seres que son distintos entre sí y no deberían  unirse en un solo grupo.
En cuanto al tema de los femeninos, por supuesto que me parece estupendo hablar de juezas, abogadas, maestras y conductoras de autobús, pero no pienso atentar contra el lenguaje convirtiendo la marca del plural en marca de género por complacer a nadie.
A ver si vamos a acabar todos como en la famosa anécdota de la oficina en que se robaba tanto material que acabaron escribiendo una nota avisando de que se perseguiría al caco y alguien, políticamente correcto y lleno de amor por la justicia y la equidad, añadió  a mano lo de "o a la caca".

El próximo diciembre os contaré el resultado de mi propósito linguístico. Seguro que será un año muy divertido, sobre todo cuando la gente empiece a corregirme y yo saque a relucir el genio vivo y la lengua afilada que tengo escondidos detrás de estos modales tan prudentes y diplomáticos que suelo usar en mis relaciones.


Por el momento, empezaré deseando feliz año a todos, así, en plural. Porque ese "todos" es plural, no masculino. 







Foto:
wikipedia.de

1 comentario:

  1. Me parece un magnífico propósito, Amparo. Me gusta, como siempre, tu tono sincero y justo. Un abrazo, amiga.

    ResponderEliminar