jueves, 23 de enero de 2014

Filología: he dicho Fi-lo-lo-gí-a


„¡Oh, Filología! ¡guau! Seguro que hablas varios idiomas ¿verdad? ¡Qué bien! podrás dar clases de español.“ Te tocó recibir la respuesta y te pido disculpas por el tono en que te la dí.

Los hermanos Grimm.
Jackob fue un gran filólogo, autor de una
Gramática Alemana.
Desde que estudio esto que ahora se llama Grado en Lengua y Literatura Españolas he oído esa frase periódicamente. Han cambiado las palabras o su orden y también el timbre de la voz que la expresaba, incluso el idioma, pero siempre tenía el mismo sentido: filólogo = persona que habla muchos idiomas y que puede dar clases.
Esta vez fue un conocido que se sorprendió al verme estudiar y descubrir que lo hacía para un examen del Grado, aunque podría haber sido cualquier otra persona, porque la gente asocia la lingüística con dos cosas, sea por este orden o en el inverso: idiomas y enseñanza.

La palabra “Filología” viene del griego clásico y significa “amor (o interés) por las palabras”. Esto ya debería darnos una pista de a qué se dedica un filólogo o, al menos, de qué le ha llevado a estudiar esta materia.

Un filólogo puede hablar idiomas, pero no es condición sine qua non para dedicarse a esta actividad. También puede ser que le guste dar clases y acabe siendo profesor o maestro, pero lo que de verdad le gusta es estudiar las palabras, tanto en su evolución y desarrollo, como en lo que respecta al uso que se hace de ellas. Para un lingüista es más interesante descubrir cómo un niño de seis meses produce sus primeros sonidos inteligibles, que aprender a decir “la cuenta, por favor” en cinco idiomas diferentes; estudiar morfología y etimología es mucho más gratificante que situarse ante treinta personas, sean niños o adultos, para explicarles cómo se encuentra el complemento indirecto en una oración y, por supuesto, disfrutará más repasando la Nueva Gramática de la Lengua Española, que estudiando el verbo To Be o los casos alemanes y su utilidad práctica.

Es evidente que ese “amor por las palabras” abarca todas las del mundo, independientemente de su
Esto también lo estudia un filólogo.
procedencia, lo que hace atractivo también el aprendizaje de lenguas extranjeras, pero para este “amante” la palabra es básicamente objeto de estudio en cuanto a su historia y desarrollo, no con la finalidad específica de dar clase de lengua, sea esta extranjera o propia.

También es evidente que esto no es lo único que estudia esta materia, ya que se extiende a muchos otros campos, pero de eso ya hablaremos otro día.
Verás, le contesté, ¿tú te has fijado en que muchas personas dicen “cocreta”, en lugar de croqueta? Pues si yo fuera profesora, me enfadaría mucho contigo por lo “mal” que hablas y te explicaría el modo correcto de decirlo. Como lo mío es la filología, no solo no me enfado, sino que encuentro apasionantes tus errores, te escucho con atención y trato de averiguar qué es lo que te ha llevado a hablar así. Vamos, que no eres mi alumno, ni lo serás nunca: eres un objeto de estudio y puedes hacer con tu habla lo que más te apetezca.

¿Te he dicho ya que siento haberte hablado en ese tono?





Fotos:
http://gutenberg.spiegel.de/autor/220
www.theguardian.com
http://www.acbrown.com/neuro/Lectures/Lang/NrLangSpch.htm

domingo, 19 de enero de 2014

COSAS DE CINE. O porqué prefiero las películas en versión original


Escena de la película Detective Dee
Llega la hora de relajarse un rato. No me apetece leer, porque lo he hecho durante varias horas, así que decido dedicarme a otras de mis pasiones: el cine y los refrescos de cola. 
Me sirvo un vaso bien grande de bebida fresca y escojo una de mis películas chinas para el relax: Detective Dee y el misterio de la llama fantasma. Me encantan algunas películas de esa nacionalidad, tan coloridas y llenas de acción, con esas coreografías maravillosas creadas para escenificar las peleas y esta concretamente, es una de mis favoritas.
Solo me ofrece dos opciones de lenguaje, chino y alemán, y como no tengo ganas de ponerme a leer subtítulos, escojo el segundo idioma. Al principio todo va bien. Las voces me suenan extrañas, más graves y menos cantarinas que las originales chinas, pero sigo prefiriendo eso a la lectura que me obligaría a desviar mi atención de las imágenes y, lo que es peor, a ponerme otra vez las gafas.
 
 
Aparece en escena un visitante llegado de lejos. Es un legado romano que viene a presentar sus respetos a la emperatriz y que es invitado a visitar una monumental escultura que están construyendo. Por un segundo me pregunto si hablará latín, pero de pronto dice sus primeras palabras y yo abro la boca y los ojos en un gesto de asombro, que pronto dará paso a una carcajada más colosal aún que la estatua cuyo interior visitan. Porque el embajador de roma, vestido con su túnica, lóriga y hasta cingulum, portando en su mano una magnífica galea y en sus pies las caligae, como buen soldado, acaba de exclamar: ¡Oh! Es impresionante ¡y lo ha dicho en el mejor castellano del mismísimo centro de Soria que he oído en mi vida!
 
Ya había escuchado otras veces chocantes doblajes alemanes en los que una mexicana habla con acento de Valladolid, claro, pero no es lo mismo. Entiendo que para un alemán lo importante sea que se note que es español, para diferenciarlo de cómo hablan los demás, pero hacer que un romano hable en la lengua de Castilla me parece excesivo, la verdad.

Los estadounidenses no son mucho mejor, por supuesto, y no tienen problema en hacer que un español hable como si se hubiera criado en Guanajuato y se alimente de enchiladas como si no conociera otro menú. Me parece muy triste. Si leyésemos un libro exigiríamos una cierta exactitud y no se concibe que nadie sitúe a Buenos Aires al lado de Burgos, pero lo aceptamos en las películas.
 
¡Oh! Es impresionante

Aún recuerdo a Tom Cruise corriendo delante de los toros en un encierro pamplonica... por las calles de Sevilla. O ¿qué decir de Indiana Jones en su aventura de la calavera de cristal? Allá iba nuestro protagonista paseando por un mercado peruano, mientras a su espalda escuchábamos una preciosa canción interpretada ¡por un mariachi! Por favor, señores de Hollywood, que los peruanos tienen una música preciosa y por muy bien que suene un mariachi (que a mí particularmente me encantan) no se les ha perdido nada en Perú. Les hubiera bastado con preguntar a alguien o dar un paseo por la calle, que tampoco es algo complicado, para descubrir que cada país tiene sus tradiciones, costumbres, alimentos y música. Esto ya me indigna, pero lo del romano hablando castellano peninsular ha sido el remate.
 
De momento, volveré a ver la película en chino, aunque me deje los ojos con los subtítulos. Mis oídos ya no soportan oir estos doblajes. Adoro a los mexicanos que hablan en mexicano y quiero que Buenos Aires siga siendo la preciosa ciudad que es, sin moverse de Argentina ni un milímetro, que es donde debe estar.

Y, por encima de todo, me gustan los romanos que hablan latín.
 
 

domingo, 5 de enero de 2014

Queridos Reyes Magos...

Yo este año no he sido demasiado buena. He sacrificado algunas obligaciones en el ara del placer inmediato; he apartado los libros de estudio para sustituirlos por una novela; he alzado la voz cuando no tenía razón y he callado cuando debí gritar.
Tampoco he sido demasiado mala. He dicho que no me quedaba alguna cosa que no deseaba compartir; he mentido lo justo para hacer mi vida (a veces también la de otros) algo más cómoda; he ocultado información por salvar la piel o el buen nombre. En resumen, he sido humana tantas veces que ya olvidé una gran parte de mis mezquindades. Por todo ello, creo que puedo pediros regalos y confiar en que me los traereis.
Durante mi infancia teníamos una norma que se cumplía a rajatabla y era la de pedir solo tres regalos. No debíamos abusar, porque el mundo está lleno de niños y los Reyes no pueden cargar con demasiadas cosas. Creo que tenía algo que ver con los camellos y la cantidad de peso que pueden llevar. No me preocupó nunca, al contrario, lo aceptaba con la misma naturalidad con que aceptaba vuestra existencia.
Ahora vuelvo a pediros tres cosas, con la misma fe que tenía entonces y el mismo convencimiento de que no me vais a defraudar.
Os pido la paz del mundo, que los gobiernos sean honestos y mucha salud para todos... ¡No! ¡esto es una broma. Estas cosas las debemos hacer nosotros, seres mortales,  y no implican ninguna magia, así que no hay motivos para acudir a los habitantes de Fantasía.
Quiero cosas para mí: un libro de latín con el que realmente pueda aprender el idioma; una taza grande para tomar el té, que se me rompió la otra que tenia y no me gustan las tazas pequeñas y una bolsa llena de caramelos o alguna chuchería que sepa como si hubieran gastado en ella todo el azúcar del mundo, pero que no engorde.
No hace falta que sea esto exactamente. Si lo cambiais por algo parecido también me alegraré. Lo importante es que mis zapatos se llenen con cosas para aprender y disfrutar, que en realidad es lo único que necesito para sentirme contenta.
Me despido de vosotros con ilusión, como todos los años por estas fechas, y recordando una vez más las palabras que me dijo mi padre cuando le pregunté si existís de verdad:
 
los Reyes Magos existirán mientras creas en ellos
 
 

sábado, 4 de enero de 2014

My Precious (Mi tesoro)

Logo de Tolkien
 Al leer por primera vez El Señor de los Anillos entré en un mundo especial. Aunque siempre me gustó la literatura fantástica y los cuentos, de repente todo se ponía en su sitio. Había mapas, idiomas, documentos escritos; los elfos cuidaban del bosque y la naturaleza en general; los hobbits tenían los huertos más productivos y los jardines más cuidados; los enanos trabajaban en sus minas: el bien y el mal eran reconocibles, pero se cruzaban de vez en cuando en el camino de los seres vivos, haciéndoles actuar de modo que no fueran ni tan buenos ni tan malos, volviéndose sencillamente humanos con sus cosas positivas y sus momentos de debilidad.

Era todo exactamente como en la vida real, lo que hacía que La Comarca, Mordor, Rivendel, Bree y todos los demás lugares que se mencionan en esta obra, se conviertieron en lugares físicos a los que poder viajar y el conocimiento de que estaba leyendo una obra de fantasía se quedaba en algún lugar de mi cabeza, sonando como un eco lejano, imposible de creer. Esas tierras y gentes existen. Tienen que existir, porque no es posible que la imaginación cree algo tan concreto, tan palpable.

Ese es a mi entender el mérito de J. R. R. Tolkien, el de haber transmitido la sensación de verosimilitud tan querida por Aristóteles. Creó un mundo y le insufló vida como pocos lo habían logrado antes.

Tampoco Peter Jackson con su trilogía cinematográfica ha conseguido llegar tan lejos. Sus películas son excelentes (yo misma no me canso de verlas) y respetan la obra original con toda la consideración que una película puede mostrar ante un libro, pero hay una diferencia importante: al salir del cine el sentimiento es de haber visto una cinta muy buena, mientras que al cerrar el último libro parece que nos hubieran arrancado a la fuerza del hogar.
Caricatura de Tolkien

Los libros que hemos leído nos dejan siempre algo, ya sea un buen o mal recuerdo, una enseñanza que nos acompañará siempre o la firme decisión de no volver a leer nada de ese autor. El Señor de los Anillos me ha dejado todo un mundo. Uno en el que la magia está en manos de los magos y los hombres han de luchar por conseguir lo que necesitan o desean, recordando siempre que permanecer unidos les hará fuertes. Un lugar donde no sobra nadie, independientemente de su raza o estatura, y en el que todos saben que deben respetar a los demás, porque hasta el más pequeño forma parte del engranaje y sin él no funcionaría nada.


John Ronald Reuel Tolkien (3/1/1892 – 2/9/1973 ), me permito usar las palabras que pusiste en boca de Gildor Inglorion para decirte que Elen sila lúmenn' omentielvo (una estrella brilla en la hora de nuestro encuentro). Gracias por todo.


La Compañía del Anillo, vista por Eternal Image