La pintura vieja
en un lienzo, a medida que envejece, a veces se vuelve transparente.
Pentimento.
Lillian Hellman
Cuando el abuelo habla Alfredo Rodríguez (pintor mexicano) |
... y no solo la pintura. Las personas también. Claro que el término “envejecer”
es relativo. Tanto las personas como los objetos envejecen según el ritmo de
sus almas, más que el de sus años, pero eso no les quita un ápice de
transparencia. Tarde o temprano todos acabamos padeciendo de invisibilidad.
Al nacer y en los primeros años de vida, todo el mundo mira al bebé.
Comenta sus primeros pasos, sus travesuras, sus balbuceos. Empieza a sentirse
muy importante, porque se sabe el centro del universo. Luego, durante la
adolescencia y la primera juventud, sueña con desaparecer a ratos, porque
parece que todo el mundo esté pendiente de cada movimiento que realiza.
Durante la juventud pasea orgulloso como un pavo real, mostrando sus más bellas
plumas a quien encuentra a su alcance, a veces por lograr el encuentro sexual,
otras por presumir ante los compañeros de trabajo o los vecinos. Aunque no
abriera su cola en abanico, todo el mundo le vería: la juventud es siempre un
imán para las miradas.
Abuelo y nieto D. Ghirlandaio |
Los años siguen pasando y un día descubrimos que nos diluímos ante la vista
de los demás. Un día es un tropezón con alguien que no nos vió porque su mirada
seguía a unas bellas piernas que asoman bajo los pliegues minúsculos de ese
retal llamado “minifalda”; otro día descubrimos que en el bar o en la tienda
nos pasan de largo, para atender a ese muchacho tan elegante y jovencísimo que
entró en el local quince minutos después de hacerlo nosotros. Cada día un
pequeño detalle, un gesto del que nadie es consciente, salvo la pobre víctima
que acaba mirándose a sí misma para ver si sigue ahí y comienza a descubrir que
se está convirtiendo en celofán: algo que no se ve y que solo se oye cuando,
por casualidad, le ponen un pie encima.
Lo realmente triste de esto es que comienza a suceder en un momento en que
la persona aún tiene inquietudes que se corresponden con la juventud: sus
hormonas siguen en perfecto funcionamiento, así que todavía es activo sexualmente; su cuerpo se mueve con dinamismo y su rostro apenas
muestra arrugas o en su cabello tal vez no han aparecido las primeras canas, así que se siente lo bastante atractivo
como para ser mirado; su cerebro es lúcido y está lleno de información que
puede hacer su trato agradable y su conversación interesante... No le sirve de
nada: es transparente. Nadie puede verle.
Retrato Thomas W. Wood |
A partir de ese momento no hay salvación para la persona. Pasan los años y
sigue perdiendo opacidad, ahora ante los seres más cercanos. Vecinos y familia
dejan de verle. Hasta los hijos, que parecían siempre amorosos y dispuestos a
cuidarles hasta el fin de sus días, les buscan por la casa a la hora de comer o
de tomar la pastilla para la tensión, sin darse cuenta de que están sentados en
el sillón de siempre. Les miran sin ver que sus ojos se están apagando, a
fuerza de no tener miradas de los demás; que su piel se reseca, porque se
deshidrata en llantos de tristeza y se pliega sobre sí misma porque la
erosionan lágrimas de soledad.
Sería bello que nuestra cultura comenzase a ver a los ancianos, como hacen
otras. Nos sorprenderíamos al descubrir las sorpresas que nos tienen guardadas,
desde la historia de nuestras familias, hasta la del país; de los consejos
más atinados, a las más bellas leyendas. Todo eso nos lo estamos perdiendo porque
no vemos a nuestros mayores. Todo eso va a desaparecer porque permitimos que, con
los años, las personas se vuelvan transparentes.
Fotos: