Me desperté temprano,
antes de que amaneciera, y con ganas de hacer “algo”. Con la natural modorra
que aún se tiene durante los minutos posteriores al despertar encendí el
ordenador, para tomar el café mientras leo los periódicos del dia, siguiendo
una costumbre adquirida desde hace algún tiempo: café, prensa española, prensa
alemana; los tres pasos previos al inicio de la jornada laboral.
Otoño en Schönbusch, uno de los parques más bellos de Aschaffenburg |
Puesto que es domingo
me enfrento a un día en el que mi horario de trabajo no tiene nada que ofrecerme, así que
queda a mi elección el decidir qué será ese “algo” de que hablaba al principio.
Dudo entre ponerme a estudiar (y, en caso de hacerlo, qué asignatura), ordenar
mi cuarto de trabajo (que no me insulta porque no puede hablar) o salir a dar
un paseo, que estos amaneceres de otoño son realmente bellos en mi ciudad.
Salgo al jardín, por
ver si cuaja la idea del paseo, pero el cielo está tan negro que deshecho la
idea rápidamente. El bosque que tengo frente a mi casa carece de alumbrado
público, cosa muy razonable pero que hace difícil recorrerlo en la oscuridad y,
sobre todo, rematar el paseo con todos los huesos en su sitio y sin quebrar. Esto
me lleva a pensar en la gran diferencia que hay entre las estaciones del año y
las cosas tan interesantes que he ido descubriendo sobre ellas desde que vivo
en Alemania.
Verano, de cabeza al Freibad |
Empezaré por decir que
en este país, como en cualquier otro lo bastante grande, la climatología
presenta variedades según la zona en que se viva: los largos inviernos del
norte no se parecen a los de la cuenca del Rin y los veranos cálidos y suaves
del noreste de Baviera presentan grandes diferencias con los dias frescos que,
por la misma época, se pueden disfrutar en los Alpes. Solo una cosa es común a
toda la república: las cuatro estaciones son realmente cuatro y perfectamente
diferenciadas.
Los paseos
primaverales están siempre acompañados de polen, retoños de plantas, flores
nuevas... y estornudos, claro. Los de verano muestran un bosque seco,
amarillento, promesa de los dorados y rojos que aparecerán en otoño. El
invierno, cuando hay suerte y trae nieve, es el momento más bello para pasear
de noche. El bosque callado, cubierto de nieve sobre la que se ven las huellas
de liebres, zorros y otros animales; la luz, con la salida de la luna y al
reflejarse sobre la nieve, ilumina todo con un color claro y brillante que
permite pasear sin miedo cuando el resto de la ciudad está a oscuras; los
árboles de hoja caduca, con sus ramas llenas de nieve rematan la imagen de
postal navideña. Lo único malo del invierno en esta ciudad es que no siempre
cae nieve. A veces simplemente hace frío y todo está cubierto de barro, lo que
no resulta tan pintoresco y es mucho más incómodo.
Primavera. Jardín de Magnolios. Schöntal (Aschaffenburg) |
A mí no me gusta el
invierno (de hecho preferiría que solo existieran dos estaciones: verano y más
verano). Cuando algunas personas defienden ante mí las bellezas hibernales yo
pienso que sí, muy monas, pero en foto. Yo no creo que el invierno sea tan sano
como dicen, porque si lo fuera no tendríamos que pasar toda la estación con los
pañuelos de papel en el bolsillo. No conozco gente que enferme de gripe en
agosto, en este hemisferio al menos. El aspecto que presentamos durante esos
meses es bastante desagradable, con la piel de un color entre gris y amarillo,
la nariz roja y los ojos llorosos... cuando estamos sanos, que cuando caemos en
brazos del catarro nuestra apariencia empeora considerablemente.
El otoño lo soporto mejor, quizá porque los
colores que presenta la naturaleza son tan bellos o porque los días aún son
cálidos y, aunque la noche traiga frío o a veces llueva, todavía se puede pasear en mangas
de camisa. La primavera tampoco me atrae: me molesta el polen flotando por el
aire y metiéndose en la nariz o por la boca. No hace suficiente calor, llueve a
menudo y las gripes o alergias nos enganchan con más fuerza a los pañuelos y
los sobres de vitaminas. Esta es la estación más desagradable para mí desde que
vivo en este país.
El Main y el palacio Johannisburg, un raro invierno de nieve |
En fin, que da igual
cómo o a qué hora empiece el día: siempre acabo añorando el calor veraniego, la
viveza que se apodera de mí cuando la temperatura es templada, las ganas de
vivir que siento cuando llega el buen tiempo. Por algo será que asociamos “calidez”
con afecto y “frialdad” con despego.
Eso sí: si este
invierno nieva y una noche, al salir la luna, veo el bosque brillar como un
diamante en medio de la oscuridad, puede ser que por unos minutos le perdone su
frialdad y hasta le dé las gracias por regalarme tanta belleza.
Fotos:
http://moondog.de
http://www.ipernity.com
http://www.stwab.de
http://www.fotoclub-laufach.de
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