domingo, 14 de octubre de 2012

Cuatro estaciones

Me desperté temprano, antes de que amaneciera, y con ganas de hacer “algo”. Con la natural modorra que aún se tiene durante los minutos posteriores al despertar encendí el ordenador, para tomar el café mientras leo los periódicos del dia, siguiendo una costumbre adquirida desde hace algún tiempo: café, prensa española, prensa alemana; los tres pasos previos al inicio de la jornada laboral.
Otoño en Schönbusch,
uno de los parques más bellos
de Aschaffenburg
Puesto que es domingo me enfrento a un día en el que mi horario de trabajo no tiene nada que ofrecerme, así que queda a mi elección el decidir qué será ese “algo” de que hablaba al principio. Dudo entre ponerme a estudiar (y, en caso de hacerlo, qué asignatura), ordenar mi cuarto de trabajo (que no me insulta porque no puede hablar) o salir a dar un paseo, que estos amaneceres de otoño son realmente bellos en mi ciudad.
Salgo al jardín, por ver si cuaja la idea del paseo, pero el cielo está tan negro que deshecho la idea rápidamente. El bosque que tengo frente a mi casa carece de alumbrado público, cosa muy razonable pero que hace difícil recorrerlo en la oscuridad y, sobre todo, rematar el paseo con todos los huesos en su sitio y sin quebrar. Esto me lleva a pensar en la gran diferencia que hay entre las estaciones del año y las cosas tan interesantes que he ido descubriendo sobre ellas desde que vivo en Alemania.
Verano, de cabeza
al Freibad
Empezaré por decir que en este país, como en cualquier otro lo bastante grande, la climatología presenta variedades según la zona en que se viva: los largos inviernos del norte no se parecen a los de la cuenca del Rin y los veranos cálidos y suaves del noreste de Baviera presentan grandes diferencias con los dias frescos que, por la misma época, se pueden disfrutar en los Alpes. Solo una cosa es común a toda la república: las cuatro estaciones son realmente cuatro y perfectamente diferenciadas.
Los paseos primaverales están siempre acompañados de polen, retoños de plantas, flores nuevas... y estornudos, claro. Los de verano muestran un bosque seco, amarillento, promesa de los dorados y rojos que aparecerán en otoño. El invierno, cuando hay suerte y trae nieve, es el momento más bello para pasear de noche. El bosque callado, cubierto de nieve sobre la que se ven las huellas de liebres, zorros y otros animales; la luz, con la salida de la luna y al reflejarse sobre la nieve, ilumina todo con un color claro y brillante que permite pasear sin miedo cuando el resto de la ciudad está a oscuras; los árboles de hoja caduca, con sus ramas llenas de nieve rematan la imagen de postal navideña. Lo único malo del invierno en esta ciudad es que no siempre cae nieve. A veces simplemente hace frío y todo está cubierto de barro, lo que no resulta tan pintoresco y es mucho más incómodo.
Primavera.
Jardín de Magnolios. Schöntal
(Aschaffenburg)
A mí no me gusta el invierno (de hecho preferiría que solo existieran dos estaciones: verano y más verano). Cuando algunas personas defienden ante mí las bellezas hibernales yo pienso que sí, muy monas, pero en foto. Yo no creo que el invierno sea tan sano como dicen, porque si lo fuera no tendríamos que pasar toda la estación con los pañuelos de papel en el bolsillo. No conozco gente que enferme de gripe en agosto, en este hemisferio al menos. El aspecto que presentamos durante esos meses es bastante desagradable, con la piel de un color entre gris y amarillo, la nariz roja y los ojos llorosos... cuando estamos sanos, que cuando caemos en brazos del catarro nuestra apariencia empeora considerablemente.
El otoño lo soporto mejor, quizá porque los colores que presenta la naturaleza son tan bellos o porque los días aún son cálidos y, aunque la noche traiga frío o a veces llueva, todavía se puede pasear en mangas de camisa. La primavera tampoco me atrae: me molesta el polen flotando por el aire y metiéndose en la nariz o por la boca. No hace suficiente calor, llueve a menudo y las gripes o alergias nos enganchan con más fuerza a los pañuelos y los sobres de vitaminas. Esta es la estación más desagradable para mí desde que vivo en este país.
El Main y el palacio Johannisburg,
un raro invierno de nieve
En fin, que da igual cómo o a qué hora empiece el día: siempre acabo añorando el calor veraniego, la viveza que se apodera de mí cuando la temperatura es templada, las ganas de vivir que siento cuando llega el buen tiempo. Por algo será que asociamos “calidez” con afecto y “frialdad” con despego.
Eso sí: si este invierno nieva y una noche, al salir la luna, veo el bosque brillar como un diamante en medio de la oscuridad, puede ser que por unos minutos le perdone su frialdad y hasta le dé las gracias por regalarme tanta belleza.



Fotos:
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