Siempre que mi alma enferma lo hace también mi cuerpo. Esta frase, que a muchos les sonará a “cosa esotérica” o “rollo quinto milenio”, es para mí una verdad comprobada a través de los años.
Tarros de Botica Óleo de Isabel Anguita |
La primera vez que escuché la palabra “somatizar” fue de labios del médico que me diagnosticó las migrañas que han acompañado toda mi vida. La expresión en cuestión se me quedó grabada porque tenía unos siete años y los niños aprenden rápidamente cualquier cosa que suene a palabrota. En realidad quiere decir simplemente que un estado anímico toma cuerpo (“soma”), es decir, se refleja físicamente. Es típico de las jaquecas, que suelen atacar con mayor intensidad tras una situación de nerviosismo o disgusto. Con el paso del tiempo he ido advirtiendo como ciertas situaciones llegan a producirme enfermedades físicas, generalmente leves, además de esos tremendos dolores de cabeza ya mencionados.
Ahora ha vuelto a ocurrirme: tras unos días de preocupaciones y disgustos he enfermado. Nada grave, por supuesto, pero estoy realmente indispuesta. Me duele la garganta, no puedo respirar a través de la nariz, tengo algo de fiebre... gripe en los finales de julio. No le puedo echar la culpa al aire acondicionado, porque en mi ciudad no hace tanto calor como para que se use. Tampoco al frío, que no llegamos a las temperaturas de diciembre ni en las horas más frescas del día: lo achaco a otras cosas. La soledad y la tristeza son dos de los mejores terrenos de cultivo para los virus. La gente satisfecha no suele enfermar, como no es normal indisponerse en momentos de tranquilidad interior.
Es bastante frecuente, en cambio, el caso del estudiante que enferma del estómago antes de un examen o el de los enamorados recientes, a los que les resulta imposible probar bocado y “se alimentan del aire” como se suele decir. En el segundo caso el malestar resulta bastante llevadero, gracias al estado de trastorno mental que le acompaña. El primer caso es mucho más desagradable entre otras razones porque puede provocar la imposibilidad de presentarse a la prueba causante indirecta de la molestia. En fin que, como decía al principio, si el alma enferma, el cuerpo también.
Llegados a ese punto solo queda un consuelo, concentrado en tres palabras maravillosas: también esto pasará. La mente se aplaca un poco sabiendo que nada es eterno, que todo terminará un día u otro.
Mientras tanto seguiré rodeada de pañuelos de papel, zumos y sopas que aunque sea julio son unos ayudantes excelentes en tiempos de perturbación. Solo siento que aún no esté inventada la sopa para el alma. El día que se invente ahorraremos un montón de pañuelos y varios litros de jugos. La otra opción es el estallido, la explosión que acabe con todas las fuentes de angustia que nos rodean. Es una solución más expeditiva, pero a veces es la más adecuada.
De momento continuaré con mis sopas de verduras y limitaré las detonaciones a las que provoquen los estornudos, al tiempo que me esforzaré porque la única idea que ocupe mi mente sea que esto igualmente tendrá un fin. Quizá ese pensamiento logre asímismo tomar cuerpo y ayude a recuperar la salud. Quizá algún día las buenas sensaciones también se dejen somatizar .
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¿has probado la sopa de amor?
ResponderEliminarLa única sopa del mundo con poder para enfermar y sanar un alma al mismo tiempo.... ¡quién lo probó, lo sabe! que diría nuestro Fénix de los Ingenios
ResponderEliminarLos epicúreos tenían una teoría muy particular sobre los sufrimientos del alma y del cuerpo. Pensaban que ambos, alma y cuerpo, estaban formados por átomos materiales, pero que sólo los átomos del alma eran capaces de sentir.
ResponderEliminarCreían que estos átomos del alma estaban desparramados por todo el cuerpo: en los ojos, en el corazón, en el estómago... como el agua que impregna una esponja. Decían que cuando los ojos ven, en realidad lo hacen los átomos del alma que hay en los ojos, no los ojos como órganos, como cuerpo. Cuando se siente frío o calor, también es el alma la que lo siente, no la piel o la carne. En resumen, defendían la peregrina idea de que lo que siente, lo que vive, lo que sufre, lo que enferma, es el alma y no el cuerpo: sólo el alma puede sentir dolor o placer.
También pensaban que no todos los átomos del alma son iguales, que algunos son superiores a otros, de una clase superior, según su capacidad de sentir placer o dolor por unas cosas y no por otras. Del mismo modo el alma podía enfermar de distintas maneras según el tipo de átomos de la que estuviera constituida.
Seguro que si vas pidiendo públicamente una "sopa para el alma" o unos pañuelos para los "resfriados anímicos", más de uno no entenderá lo que estás diciendo, incluso se reirán de ti o pensarán que estás un poco loca. Es normal, ellos nunca enfermarán del alma como lo haces tú. Tus átomos son de un tipo distinto a los suyos, tú alma es de otra clase.
Ánimo y ¡recuperaté pronto! ;)