Yo viví los primero años de mi vida durante los últimos coletazos del franquismo, así que recuerdo algunas cosas que pude conocer de primera mano y que marcarían mi forma de ver el mundo.
Manifestación pro aborto Madrid, 1983 |
En una España gobernada por el nacionalcatolicismo, no había mayor delito que los relacionados con el sexo: no estaba tan mal visto el asesinato, como el tener relaciones sexuales antes del matrimonio. Por supuesto que no había divorcio, ni posibilidad de abortar en un hospital decente. Separaciones y abortos sí que había, claro, pero no eran legales. La gente seguía casada aunque llevasen treinta años separados y, sobre todo los hombres, tuviesen una vida paralela con otra señora y varios niños frutos de esa relación. Lo importante era que ningún papel reflejase la situación real. La sociedad española podía aceptar una infidelidad prolongada en el tiempo, pero no que esta se hiciese oficial.
El tema del aborto era peor aún. Muchas mujeres morían entre unas manos inexpertas que manipulaban sus cuerpos hasta desangrarlos, llevándose dos vidas por el precio de una. Otras desaparecían de su pueblo junto con su madre durante los meses necesarios, para volver al cabo del tiempo con un “hermanito” en los brazos de su progenitora, quien había tenido buen cuidado de avisar, antes de la partida, de que había quedado embarazada. Luego estaban las que tenían más suerte, hijas de familias adineradas que iban a Londres para deshacerse de su hijo en una clínica decente y bien atendida por médicos conocedores de su trabajo. Estas últimas, en muchos casos, eran hijas de unos padres que iban a misa los domingos y se escandalizaban porque la niña de fulanito había sido descubierta mientras besaba a un muchacho. Llevar a sus niñas “de compras a Londres” era una forma de mantener limpia la imagen que tenían de sí mismos.
La iglesia sigue tratando de imponer su voluntad. Las mujeres continúan respondiendo |
Por fin llegó la democracia y, lentamente, fueron otorgándose derechos entre los que se encontraban el divorcio y el aborto. Yo era aún una niña y, por lo tanto, muy impresionable, así que se me quedaron profundamente grabadas las reacciones que vi y escuché en aquellos días: el divorcio traería el fin de la familia como la conocíamos hasta el momento, iba a terminar con los matrimonios y provocaría una vida de desorden y caos. El aborto era un crimen de lesa humanidad y a partir de ese momento todos viviríamos en una orgía permanente. Fue casi un alivio descubrir que no ocurría ninguno de esos horrores apocalípticos que se nos anunciaban entre rezos y rogativas por las almas de los pobres españoles.
Poco a poco toda la nación fue creciendo en el espíritu de la libertad. Salvo alguna excepción, el español se convirtió en ciudadano demócrata y se divorció o abortó, sin que eso significase una pérdida de valores, incluyendo los religiosos. Como lo único que se hizo fue permitirlo, que nadie obligó nunca a nada, quien no quiso separarse de su pareja continuó unido a ella y las mujeres que decidían tener a sus hijos, así lo hicieron.
Ahora, en nombre del respeto a la vida, se nos quiere quitar uno de esos derechos. No se dan opciones: se obliga a hacer las cosas como se nos ordena. Los derechos que tantas lágrimas y tanto esfuerzo costaron, se quitan de un plumazo. Si una mujer queda embarazada y no quiere o no puede tener a su hijo, deberá tenerlo igual, porque sí. Sin razones de peso y sin compensación de ningún tipo. El mismo gobierno que nos ha quitado el derecho a la salud y al estudio, nos obliga a parir hijos, por narices. Hijos que no tendrán acceso a una medicación cuando la necesiten, que no tendrán una persona que les cuide y ayude a sus padres a sacarle adelante, que no podrán estudiar porque no habrá dinero para ellos. Niños que se convertirán en hombres sin preparación, sin cultura y sin salud. Rebaño perfecto para ser guiado por el poderoso. Ganado sin voluntad, porque para desear hay que conocer y esa generación habrá crecido sin conocimientos.
Portada de Un Mundo Feliz De A. Huxley |
Ya me parece estar viendo la España del futuro. No será un regreso al pasado franquista: se parecerá más bien al reflejado por Aldous Huxley en su novela “Un mundo feliz”, con un montón de ciudadanos epsilon que trabajarán para unos pocos alfa a cambio de su ración de soma, ese porción de felicidad ficticia que garantizará la fidelidad de las clases inferiores.
No estamos tan lejos como pueda parecer: ya hemos empezado a dejar de protestar por las decisiones del gobierno, cada vez que algún deportista español gana una competición. El siguiente paso será crear mano de obra fuerte para el trabajo y descerebrada, para que no proteste por nada. Y ya se está haciendo lo necesario para que empiece a nacer.
Fotos:
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