Escudo de la UNED |
Ya ha pasado la “semana del terror“. Los nervios, las noches sin dormir, los días sin comer, todo ha quedado atrás. Me siento como si hubiera atravesado un campo de batalla en pleno fragor de la lucha. La pugna era intelectual, por supuesto, y las armas, de papel (metafóricamente hablando, porque ese material no lo he usado demasiado), pero la sensación es la misma que si hubiese participado en una guerra.
Ahora, cuando ya he descansado algo y hasta empiezo a echar de menos el estudio; cuando ya he rematado el curso; cuando las notas no son lo más importante (hasta dentro de unos días), es el momento de hacer el recuento de bajas. O de “altas”, en este caso.
Como suele suceder, han sido las personas quienes se han encargado de marcar la pauta: unas atacando y otras curando las heridas. De las primeras no me acuerdo. Sus actos no merecen entrar en mi parte de guerra y ellos, tampoco. En cuanto a las segundas...
Este curso ha sido el de “la gente guapa”, literal y metafóricamente. Como la belleza es subjetiva y nace en los ojos de quien mira, uso mi propio parámetro y el mundo que piense lo que quiera.
Los más bellos de todos estan en mi propia familia. La más cercana físicamente se ha aliado para cuidarse unos a otros, ayudarme a repasar, preparar cafés o, simplemente, hacerme reir y darme ánimos para seguir adelante. Hemos discutido, amenazado y llorado. Al rato hemos reido, cantado, bailado y acompañado. Esas cosas que hacen las familias normales y que son el principal pilar en que se sustentan todas las vidas.
En segundo lugar no hay nadie, porque el amor no entiende de podios ni escalas, así que, justo al lado de la parentela, mis otros bellos: los compañeros y los amigos, palabras que en algunos casos hasta coinciden en la misma persona.
Empiezo por el G-15, que lucha por no convertirse en G-27 (ni ¡Nebrija nos libre de ello! en G-98, por muchas connotaciones poéticas que se quieran dar a esos números, ya que ese 15 alude al número de asignaturas en que estamos matriculados), con quienes he trabajado (o no), reido (o no) y compartido (¡absolutamente!) días y noches, conversaciones, estudios y mucho, mucho “spam”.
Los compañeros-amigos con los que llevo ya un par de años (o tres ¿verdad Sole y Aurora?) y los nuevos, recien conocidos este curso, algunos incluso hace apenas unas semanas y ya importantes para mí: el archigeneroso Alberto, que me ha facilitado la vida con sus apuntes maravillosos; Helena, que vive en la ciudad de Cervantes y es tan linda como su tocaya, la legendaria esposa de Menelao; mi queridísima Araceli, que se ha ganado un puesto en mi corazón con su inteligencia, su bondad y su sabiduría.
Han sido muchos y aquí hay poco sitio para nombrarlos a todos: confiaré en su inteligencia: ella les ayudará a saber de quién hablo. Solo mencionaré a unas personas especiales por razones que no hacen al caso.
Dos de ellos están... como si no estuvieran. Alguna vez veo un mensaje suyo en Facebook y nada más, pero de pronto, un día me siento deprimida, escribo algo que suena triste y ¡zas! ahí aparecen sus palabras de aliento, más emotivas tal vez por inesperadas, ya que solo se dejan ver en esas ocasiones. Daniel, con el que ya llevo casi dos años de amistad y de compartir música, lecturas e ideas y José, compañero a principio de curso y amigo al acabarlo. El tercero es mi particular “río Guadiana”: está, no está, está, no está... Su nombre no importa: yo lo conozco y no me sirve de nada, puesto que no le llamo nunca. Creo que no vendría, aunque le invocase con magia negra, así que da igual pronunciarlo, pero se hizo un hueco en mi corazón. Será por algún motivo “esotérico” que tal vez descubriré algún día.
Por fin, los amigos, sin más (ni menos). Un par de seres interesantes, cada uno a su manera, con mucho que enseñar y dispuestos a compartir su sabiduría: Moisés y Mikel. Dos “emes”, una por cada mano. De momento las hemos estrechado en señal de saludo. El tiempo dirá lo que deba decir.
A todos ellos he de dar las gracias por proporcionarme las experiencias más valiosas de los últimos meses, porque no hay nada mejor que conocer a personas que valen la pena. El tiempo nos irá enviando a distintos lugares, nuestros caminos se irán bifurcando y unas veces mantendremos la relación, mientras que otras se irá diluyendo entre las hojas del calendario. Lo que permanecerá serán los sentimientos que han despertado en mí, siendo el más intenso el de agradecimiento por la compañía prestada. Espero que ellos también se hayan sentido acompañados por mí, que por eso se llaman “compañeros”: por acompañar. Que por eso se dice “prestada”: porque hay que devolverla.
Fotos:
Privadas
Sabes dibujar las palbras con trazos tan bellos que se me nublan los ojos y corta el aliento. Y quisiera bebermelas para emborracharme de tu sensibilidad y por un segundo imaginarme como es el mundo de donde las atrapas.
ResponderEliminarGracias Amparo.
Ya sabes que yo no creo en la amistad (ya no), aunque tengo que reconocer que a veces me haces dudar...
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