domingo, 2 de noviembre de 2014

¿Viejo? ¡Eso nunca!

Siendo una niña hice planes para el futuro. Pese a desconocer la palabra, fui capaz de crear un organigrama con aquellas cosas que sería y obtendría al llegar a esa parte incierta del futuro que llamamos "cuando sea mayor".
Sabía cómo viviría y dónde; los hijos que tendría; el tamaño de mi biblioteca y los libros que la formarían. 
Solo una cosa quedó fuera de la lista porque, conscientemente y con la misma determinación, decidí no ser nunca vieja. Cumpliría años, peinaría canas y hasta me arrugaría, pero nunca sería vieja, solo mayor.

En mi mente infantil había una diferencia enorme entre ambos conceptos. "Viejo" era lo inservible, lo roto, lo agrietado. "Mayor" significaba tan solo "tener más años que..."
Conocía gente muy vieja que apenas contaban unos pocos años de vida, mientras que otras eran mayores, pese a andar de camino a completar el siglo de vida.
Sus arrugas no eran grietas, ni síntoma de deterioro. Eran más bien la prueba de que habían vivido, llorado, reído. Aún estaban en ello, disfrutando de su tiempo de descanso tras los años trabajados. Se rodeaban de familia a la que contar historias y anécdotas; cocinaban para los hijos y los nietos, convirtiendo un día cualquiera en festivo; viajaban, iban al teatro, gozaban de sus horas con más intensidad quizá que cuando eran algo más jóvenes.

No sabía entonces que la única forma de hacerse mayor, en lugar de viejo, es quedarse metafóricamente sordo.

Mayor, pero no viejo
Al principio cuesta un poco cerrar los oídos, pero hay que aprender a hacerlo, porque de lo contrario perderíamos de vista el propósito de no envejecer.
Esa primera vez en que vas por la calle y te ceden el paso diciendo "deja pasar al señor/a la señora", es una puñalada en el alma: "¿señor/señora? ¿yo? ¡qué dice este loco!" 
Si te sorprende mucho, corres buscando el primer espejo que puedas encontrar y te miras en él, descubriendo que eres justo lo que te han dicho: un señor o señora. Tienes unas incipientes bolsas bajo los ojos, la piel se ve algo cenicienta y hasta te parece ver un par de hilos de plata asomando entre tus cabellos. Todo ello es producto (lo sabes bien) de no haber dormido mucho por culpa del trabajo y las preocupaciones. No tiene nada que ver con tu edad, si apenas tienes cuarenta años, ¿cómo va a ser por eso?
Sigues tu camino y en cuanto ves al primer conocido de confianza, le cuentas lo que te han dicho, entre risas y bromas. Tu conocido, que es amable, te aprecia y tiene más voluntad que cerebro, te dice, muy cariñosamente: "¡Qué torpeza! ¡Pero si estás estupendo para la edad que tienes!"
Si eres una persona con una cierta tendencia a la grosería, el exabrupto y la escatología, lo primero que te viene a la mente es algo así como "¡mierda! Acaba de llamarme decrépito, el muy xxxx. ¿Cómo que estoy estupendo para la edad que tengo? Estoy estupendo porque lo he estado siempre y lo seguiré estando dentro de muchos años, ¡que narices!"
Unos días después vas a una entrevista laboral. Quieres cambiar tu puesto de trabajo, ya que tienes la cualificación necesaria, hablas varios idiomas y además estás liberado de muchas obligaciones familiares que te impedían la entrega total al oficio que practicabas. Es una oportunidad excelente para cambiar de vida y quieres aprovecharla.
Vistiendo tus mejores galas, el pelo impecable, despliegas tus modales más exquisitos. Muestras tu maravilloso currículum, unas cartas de presentación en las que se te elogia como a un empleado modélico y conversas con el jefe de personal de la empresa dejándole asombrado con tu buen hacer y mejor saber... pero, no. No te contratan pese a tu perfil extraordinario, porque prefieren a ese otro candidato que tiene la mitad de tus conocimientos... y la mitad de tus años.

De vuelta a casa decides que no hay que darse por vencido. Te pondrás a estudiar y así no desconectarás del todo del mundo intelectual y laboral, al tiempo que crearás nuevas oportunidades. Empiezas con todo el entusiasmo que cabe en tu cuerpo y hasta olvidas que en los pupitres de los lados se sientan chavales de la edad de tu hijo más pequeño.

Lo olvidas, hasta que te lo recuerdan, por supuesto. Tal vez un familiar, un amigo, alguien que te
Cosas viejas
quiere y cuya opinión es importante para ti, al descubrir lo que haces te dirá eso de "haces muy bien. Hay que permanecer activos a todas las edades"; "es bueno tener algo con que entretenerse".
Otras veces son las organizaciones estatales o privadas, con sus ofertas de cursos y actividades "para la tercera edad" (frase de por sí bastante desagradable, a mi entender): "internet para yayos", "inglés para usuarios maduros", "tai-chi para una jubilación relajada", etc.
No recuerdo ya las veces que he sentido el deseo de entrar en uno de esos centros y preguntar si tienen algo de física cuántica o de literatura masai. Tampoco sé el número de veces que me he contenido por no querer escuchar una respuesta tipo: "tenemos cursos de física, pero solo para gente más joven."


Como decía antes: sordera. Es la solución. Cuando dicen esas cosas, no escucharlas, porque si escuchamos a los demás, sus comentarios asustan e invalidan. Cuando nos invalidan, nos rompen o, cuando menos, nos agrietan, y ya hemos quedado que las cosas inútiles, rotas y agrietadas son viejas y eso no estaba en mi organigrama infantil: nunca quise ser "vieja", solo mayor.





Fotos:

Faraj Singh, en eluniversal.com
Archivo de la autora

4 comentarios:

  1. No estoy yo muy conforme con eso de querer ser solo mayor pero no viejo. Suena eufemístico y un tanto pueril. Tampoco vendría mal preguntarnos si lo de querer ser siempre joven no será más bien una imposición exterior y social que un auténtico deseo íntimo por matener una imposible vitalidad perpetua.

    Nuestra sociedad occidental, en todos sus aspectos (publicitarios, económicos, laborales...), rinde una pleitesía oscena a lo joven y olvida lo viejo. Algo tendrá que ver en todo ello nuestra actitud consumista del usar, tirar y olvidar.

    Personalmente no me preocupo por mi edad hasta que alguien me la planta en la nariz como si fuese un problema. Vivo conforme a la edad que tengo y punto. No conforme a mi edad numérica: veinte, treinta u ochenta, sino según mis condiciones físicas, anímicas y mentales de cada momento, sin preocuparme de otra cosa que encontrarme bien conmigo mismo y sacarles el mayor rendimiento posible.

    Cada etapa de la vida tiene su razón y su coherencia. Que no se nos pase la vejez sin haberle encontrado su sentido.

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  2. Pronunciamos las mismas palabras, pero les damos distinto sentido.

    Yo no creo que "viejo" sea antónimo de "joven" y sinónimo de "anciano". Viejo es simplemente, lo contrario de nuevo.

    Que la sociedad actual tiende a adorar a la juventud, es un hecho, pero no es esa la cuestión de la que trata esta entrada, sino de la sensación de que "lo viejo", como contrario a "lo nuevo", nos crea un sentimiento concreto, que no se produce cuando presumimos de la edad que tenemos, sin asociarlo con la posible utilidad que tengamos.

    Lo de la adoración a la juventud, lo hablaremos en otro viaje.

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    1. Creo no haber comprendido bien entonces el sentido último de tu entrada. Será cosa de la edad ;)

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