Para
Mikel, que sabe dibujar con lápiz o con palabras y me regala trabalenguas para
desayunar.
Las noches de verano
son cortas, cálidas, estrelladas y llenas de sueños, tanto de los que se
piensan, como de los que se duermen. Se me ocurre que tal vez las Hespérides,
en su paseo estival, van derramando pétalos de las flores de su jardín sobre
los humanos y, con ello, creando ilusiones con las que construimos nuestros
ensueños o fantaseamos durante la vela.
Paseo a orilla del mar |
Hace poco tuve un
sueño en el que me veía en la playa, sentada sobre la arena. Sobre mis piernas descansaba
un cuaderno de dibujo y yo me esforzaba por pintar algo. Deseaba dibujar la sombra
del objeto y pedí ayuda a quien yo sé, esté dormida o despierta, que puede
dármela: mi amigo Mikel, que es una persona especial porque sabe hacer magia,
aunque no utiliza la clásica varita o los encantamientos pronunciados con
palabras nunca oídas. El toma un lápiz y dibuja una leyenda o dispara su cámara
de fotos y crea una historia. También debe tener dotes telepáticas, porque
mientras yo soñaba él se acordaba de mí y me regalaba una de sus fotos: la
imagen de un corazón, probablemente dibujado con una tosca lata de pintura,
pero tan brillante y bello, tan radiante sobre las piedras, que parece dibujado
a carboncillo.
La fotografía me gustó
y el detalle, más aún, pero, tal vez por ponerle un título al día, quizá por
seguir mostrando su generosidad, me regaló también un trabalenguas, con el que dió
forma al dibujo de mi sueño: lo convirtió en un sombrero, cosa muy razonable,
puesto que mi fantasía transcurría en la playa, probablemente bajo el sol, así
que no sería nada extraño que yo cubriese mi cabeza con un tocado. Y así mi
visión nocturna, bajo el influjo de mi amigo el mago, se convirtió en cuento,
en un relato en que yo era la protagonista, con mis lápices, mi cuaderno, mis
ganas de pintar y mi sombrero.
De repenté me vi de
nuevo en la playa, pero ahora observaba todo con claridad: llevaba puestos mis
Corazón Negro |
pantalones cortos favoritos, con una camiseta de algodón que cubría mi torso.
Me tocaba con mi sombrero de paja, el de la cinta negra, porque ni el rojo ni
el de la cinta verde son adecuados para la playa. Estaba sentada en la arena,
cerca de la orilla, como siempre, esperando el momento en que sube la marea y
me moja los pies, haciendo que me retire un poco para no humedecer los papeles
que llevo conmigo. Preparo mis lápices y el cuaderno de bocetos; miro alrededor
y, como no dibujo bien, no acabo de decidir qué podría plasmar sobre el papel.
Entonces tengo una idea ¿cómo no lo pensé antes? Me quito el sombrero y lo
pongo unos pasos más lejos de donde me encuentro para verlo bien. No puede ser
tan difícil de dibujar. Al fín y al cabo no es un objeto complejo y sus formas
redondeadas invitan al lápiz a comenzar. El contorno va apareciendo sobre la
página cuando me doy cuenta de que hay algo que no sé hacer y pido ayuda. La
recibo y mi amigo el mago, pronuncia entonces la frase trabalenguas: sabes sombrear la sombra de un sombrero.
En ese momento la
magia vuelve a aparecer, las palabras se convierten en hechizo, el sonido se
transforma en encantamiento y yo vuelvo a divagar para este blog.
Para aprender un poco
de magia, recomiendo visitar estas páginas:
Fotos:
Corazón Negro. Mikel
Barrero de la Fuente
Paseo a orillas del
mar. Joaquín Sorolla
Las sombras de tus letras y mi sombrero. Gracias Amparo.
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