Y esto es lo que sentimos después de estudiar |
Todos los años, desde
hace ya tres, se reproduce, con una periodicidad casi matemática, la misma
situación: mis conocidos más cercanos y yo misma entramos en una espiral de
nervios y firmes promesas. La razón no es otra que los exámenes
cuatrimestrales, cosa que explica a la perfección lo de los nervios. En cuanto
a las promesas, presentan dos modalidades que son la religiosa y la vital.
En la modalidad
religiosa, practicada por creyentes y agnósticos con el mismo entusiasmo, se
repiten las de pongo vela si no cae/cae
esto o lo otro y prometo no repetir
nunca más mi actitud si se dan X circunstancias el día del examen. Las más
divertidas son, desde luego, las de carácter vital, es decir, las que aluden a
los cambios que se realizarán en la forma de vida de quien promete: esta vez aprovecharé el tiempo desde el
primer momento; a partir de ahora me pondré media horita diaria; no volveré a
dejar el estudio de una prueba para el último día... Evidentemente nunca se cumplirán, porque una cosa es conocer lo correcto y
otra muy diferente, hacerlo.
Aspecto del estudiante medio durante la semana previa a las pruebas |
Pasados los días de exámenes se entra en una situación de letargo contra la
que resulta muy difícil luchar. Parece que hubieramos estirado tanto los
músculos del cuerpo que, al soltarlos, se ven imposibilitados para recuperar su
estado natural hasta unas semanas después. Al mismo tiempo comenzamos a
tropezar aquí y allá con un montón de excusas que alguien fue tirando por el
camino con la única intención de que se enreden en nuestros pies: no puedo dejar por más tiempo esa visita al
médico, puede que tenga algo irreversible; he de pintar el baño urgentemente,
este color me produce migraña; necesito limpiar la casa hoy mismo, porque me he
aficionado a comer en el suelo, etc. Las excusas son como las telarañas: se
pegan al cuerpo y cuestan muchísimo de limpiar. Cuando por fin logramos
deshacernos de ellas, caemos en otras, porque las arañas son más rápidas
tejiendo que nosotros aseándonos.
Antes de que nos demos cuenta habrá pasado otra vez el tiempo y nos
llevaremos el sobresalto del cuatrimestre al descubrir que “¡en dos semanas son
los exámenes!” y volveremos a caer en la rueda de promesas, propósitos y
nervios.
Habrá personas que se pregunten por qué no ponemos medios desde el
principio, pero creo que la respuesta es obvia: somos estudiantes. La vida de
un estudiante no tendría sentido sin ataques de pánico o sin promesas lanzadas
al viento.
Esto es lo que pasa por esperar al último minuto |
Además, ser estudiante no consiste solo en aprender los textos que aparecen
en los libros y luego demostrar que se conocen de memoria, plasmando esos
conocimientos sobre un papel. Es más bien una preparación para la vida y en
esta las cosas ocurren sin programación. Debemos estar dispuestos para las
sorpresas (no siempre positivas) que vamos encontrando por el camino y afrontar
los problemas cuando surgen. En la vida laboral no estamos libres de rompernos
una pierna el día en que tenemos esa cita de suma importancia para la empresa;
en la familiar nadie nos garantiza que no caeremos en la peor cepa de gripe del
decenio el día antes de salir de vacaciones. La capacidad de cambiar planes a
última hora y de tomar decisiones en el minuto final es quizá la mejor
enseñanza que sacamos de este “dejar todo para última hora” ¿Suena a excusa? No me extraña nada: lo es.
Y creo que con esto he perdido suficiente tiempo por hoy. Volveré al
estudio, porque ya se cuenta en horas el tiempo que me resta antes de afrontar
los exámenes. Abro el libro, saco los apuntes y me pongo a.... un momento ¿he llamado hoy
a mi padre? Será mejor que lo haga
ahora. Aún me quedan un poco de tiempo antes de las pruebas.
Definitivamente,
empezaré a estudiar esta noche... o mañana.