domingo, 27 de enero de 2013

Época de exámenes




Y esto es lo que sentimos después de estudiar
Todos los años, desde hace ya tres, se reproduce, con una periodicidad casi matemática, la misma situación: mis conocidos más cercanos y yo misma entramos en una espiral de nervios y firmes promesas. La razón no es otra que los exámenes cuatrimestrales, cosa que explica a la perfección lo de los nervios. En cuanto a las promesas, presentan dos modalidades que son la religiosa y la vital.
 
En la modalidad religiosa, practicada por creyentes y agnósticos con el mismo entusiasmo, se repiten las de pongo vela si no cae/cae esto o lo otro y prometo no repetir nunca más mi actitud si se dan X circunstancias el día del examen. Las más divertidas son, desde luego, las de carácter vital, es decir, las que aluden a los cambios que se realizarán en la forma de vida de quien promete: esta vez aprovecharé el tiempo desde el primer momento; a partir de ahora me pondré media horita diaria; no volveré a dejar el estudio de una prueba para el último día... Evidentemente nunca se cumplirán, porque una cosa es conocer lo correcto y otra muy diferente, hacerlo.
 
Aspecto del estudiante medio
durante la semana previa a las pruebas
Pasados los días de exámenes se entra en una situación de letargo contra la que resulta muy difícil luchar. Parece que hubieramos estirado tanto los músculos del cuerpo que, al soltarlos, se ven imposibilitados para recuperar su estado natural hasta unas semanas después. Al mismo tiempo comenzamos a tropezar aquí y allá con un montón de excusas que alguien fue tirando por el camino con la única intención de que se enreden en nuestros pies: no puedo dejar por más tiempo esa visita al médico, puede que tenga algo irreversible; he de pintar el baño urgentemente, este color me produce migraña; necesito limpiar la casa hoy mismo, porque me he aficionado a comer en el suelo, etc. Las excusas son como las telarañas: se pegan al cuerpo y cuestan muchísimo de limpiar. Cuando por fin logramos deshacernos de ellas, caemos en otras, porque las arañas son más rápidas tejiendo que nosotros aseándonos.
 
Antes de que nos demos cuenta habrá pasado otra vez el tiempo y nos llevaremos el sobresalto del cuatrimestre al descubrir que “¡en dos semanas son los exámenes!” y volveremos a caer en la rueda de promesas, propósitos y nervios.
 
Habrá personas que se pregunten por qué no ponemos medios desde el principio, pero creo que la respuesta es obvia: somos estudiantes. La vida de un estudiante no tendría sentido sin ataques de pánico o sin promesas lanzadas al viento.
 
Esto es lo que pasa por
esperar al último minuto
Además, ser estudiante no consiste solo en aprender los textos que aparecen en los libros y luego demostrar que se conocen de memoria, plasmando esos conocimientos sobre un papel. Es más bien una preparación para la vida y en esta las cosas ocurren sin programación. Debemos estar dispuestos para las sorpresas (no siempre positivas) que vamos encontrando por el camino y afrontar los problemas cuando surgen. En la vida laboral no estamos libres de rompernos una pierna el día en que tenemos esa cita de suma importancia para la empresa; en la familiar nadie nos garantiza que no caeremos en la peor cepa de gripe del decenio el día antes de salir de vacaciones. La capacidad de cambiar planes a última hora y de tomar decisiones en el minuto final es quizá la mejor enseñanza que sacamos de este “dejar todo para última hora” ¿Suena a excusa? No me extraña nada: lo es.
 
Y creo que con esto he perdido suficiente tiempo por hoy. Volveré al estudio, porque ya se cuenta en horas el tiempo que me resta antes de afrontar los exámenes. Abro el libro, saco los apuntes y me pongo a.... un momento ¿he llamado hoy a mi padre?  Será mejor que lo haga ahora. Aún me quedan un poco de tiempo antes de las pruebas.
 
Definitivamente, empezaré a estudiar esta noche... o mañana.

lunes, 14 de enero de 2013

El duende está enfermo


Hace ya nueve días que el duende no trastea por su cuarto. No se escucha el sonido familiar de los muebles al ser arrastrados; apenas se oye música; ni siquiera esas charlas que acostumbra a sostener consigo mismo o sus juguetes logra interrumpir el silencio: el duende está enfermo.

La fiebre, extraordinariamente alta, le hace dormitar contínuamente. Dormir no, que la tos le despierta y el pecho duele impidiendole dormir profundamente. No se queja, porque nunca lo hace por nada, ni pierde la sonrisa, que se ha vuelto tristona por causa de la mirada febril que hay en sus ojos.

Incluso ahora, cuando la enfermedad le tiene sometido y el cansancio le vence, aprovecha para darnos una lección de entereza y de bravura. Acepta la tos, la fiebre y los dolores con la misma risa en los labios con que recibe las buenas noticias. No se deja tocar por nadie, como si la piel le doliera al sentir un roce, pero sus labios se curvan hacia arriba cuando le miramos; se le escapa una mueca de repugnancia al ver los medicamentos que ha de ingerir, pero calla, abre la boca y traga, aunque no le ofrezcamos ningún regalo por hacerlo, aparte de la promesa de que pronto estará curado. Toma su medicina y nos mira, con los ojos tristes y los labios sonrientes, como si quisiera mostrarnos que en esta vida debemos hacer lo que se requiere de nosotros y que, por muy desagradable que sea, si se hace deprisa y con gesto amable, el trago será menos amargo.

Hoy comenzó a remitir la fiebre, aunque aún está tan enfermo que apenas puede comer, pese a que le hemos preparado sus platos favoritos y hemos surtido la nevera de yogures, cremas de chocolate y vainilla y todas las golosinas que tanto le gustan. Le observo comer y veo como el plato apenas se vacía. El duende lo mira, como si añorase su costumbre de rebañar, de tragar hasta la última miga o la última gota de salsa, pensando tal vez que está echando a perder una oportunidad magnífica. Es lo malo de ser un tragón: encuentra tanto placer en la comida que no poder con ella le debe parecer casi pecaminoso.  Pienso que tal vez si aparto el alimento de su vista se sentirá mejor, pero cuando lo sugiero se niega a aceptarlo. Debe creer que si lo deja delante el tiempo suficiente podrá reunir las fuerzas para terminarlo.

También en esa actitud veo una de sus enseñanzas: la enfermedad mina su energía, pero jamás su voluntad. Lucha por estar sano con todas sus fuerzas, porque no le gusta que nada ni nadie decida por él. El vigor de los duendes es digno de admiración, puesto que nace del deseo de seguir adelante, de imponerse a los reveses que le depare la fortuna y hacerlo con la sola ayuda de su afán por continuar siendo ellos mismos, pese a los percances.

Me acerco a él para darle su medicina, lleno la cucharilla de antibiótico y le digo “mira: la medicina que sabe a plátano”. Me sonríe, la toma y, devolviéndome la cucharillla, declara “mañana estaré sano”, como si quisiera consolarme o, tal vez, advertirme de que no hay que preocuparse por lo que ocurra hoy: mañana todo estará bien.

jueves, 3 de enero de 2013

Carta a los Reyes Magos


Queridos Reyes Magos:

Esta es la segunda vez que os escribo desde que llegue a la edad adulta. Cuando era niña lo hacía todos los años sin falta. Usaba aquellas cartas impresas con muñecos que os representan, con camellos, algún paje, una palmera y un montón de líneas paralelas sobre las que trazaba, con la caligrafía más clara y cuidada de que era capaz, unas cartas que comenzaban diciendo aquello de “este año he sido muy buena...” Por un acuerdo con mis padres, solo podíamos pedir tres cosas y esperar una: así la sorpresa sería mayor, puesto que hasta el día seis no sabríamos por cual de nuestras peticiones os decidiríais. Luego, de la mano de mis padres y con mis hermanos, nos acercábamos a alguno de esos tronos que os colocaban en las puertas de los grandes almacenes y donde, en compañía de vuestros pajes y algún dromedario, esperábais la llegada de los niños. Hacía cola pacientemente, porque la cola formaba parte de la ilusión de veros, y cuando por fin llegaba mi turno, me aproximaba a uno de vosotros, carta en mano, con el corazón latiendo a toda prisa.

Relicario de los Reyes Magos.
Catedral de Colonia
Cuando era muy pequeña daba vuestra existencia por segura, hasta que un día empecé a oir comentarios de los compañeros del colegio. Otra vez escuché el ruido que hacía mi madre desempaquetando juguetes y tirando papeles, lo que me llevo a pensar que tal vez mis amigos tuvieran razón y “los Reyes son los padres”. Traté de encontrar la respuesta en la fuente que más fidedigna me parecía: mi padre, que era el que me solventaba todas las dudas. Aún recuerdo su respuesta: los Reyes Magos existen para quien cree en ellos. Si tú no crees, para ti serán los padres. Y decidí que creería.

Me hice mayor, tuve hijos y seguí creyendo en vosotros, porque lo que representais no tiene nada que ver con los regalos que acompañan a nuestros zapatos el día seis de enero.  Creer en vosotros me permitía creer en el mundo, en la vida e, incluso, en las personas.
Vosotros significais la esperanza de que todo va a arreglarse, que todo irá mejor mañana. Sois la fantasía, que me permite pasear por el bosque y ver hadas, donde otros solo ven luciérnagas. Sois la prueba de que se puede llegar a la meta sin que importe el color de la piel, ni la edad: solo el trabajo en equipo y el esfuerzo, individual y conjunto, nos llevan a donde queremos llegar. Sois el brillo en los ojos de los niños y la ilusión en los de los padres.
Dintel, con la bendición
Vivo en un lugar en que vuestra fiesta es un día de bendición: se bendicen las casas usando vuestras imágenes y hasta un divertido juego de iniciales que hace que mucha gente piense que son vuestros nombres los que aparecen en el dintel, aunque se trata de una simple fórmula eclesiástica(*). De los regalos en cambio se encarga el Niño Jesús personalmente, pero no sirve de nada. Los padres salen de compras llevando a los hijos de la mano, les regalan exactamente lo que piden y abren los regalos en cuanto acaban de cenar, sin dar tiempo siquiera a que nazca el pobre Niño, así que los críos aquí pierden toda ilusión y, lo más importante, toda capacidad para vivir sus fantasías, desde muy temprana edad. Esos padres no saben lo que hacen a sus hijos: si les quitan las fantasías solo verán luciérnagas el resto de su vida. Yo prefiero seguir asomando a mi balcón en las noches claras y mirar hacia la segunda estrella a la derecha mientras mando un saludo al capitán Garfio.
Sternsinger
Ahora dice el nuevo Papa que venís de Andalucía, pero yo creo que no tiene la más remota idea. Eso es negar la esencia misma de vuestra personalidad. Vosotros teneis que venir de distintos continentes, para que los niños sepan que hay que respetar a todo el mundo y todas las tradiciones, porque ¿quién sabe si ese joven senegalés que nos quiere vender un reloj en la playa, es en realidad el rey Baltasar?

Como decía al principio, esta es la segunda vez que os escribo siendo adulta. La primera fue para demostrar a unos niños que yo sí creía en vosotros. Ahora solo quiero deciros que sigo creyendo y lo haré mientras viva; que me niego a perder la fantasía; que mientras me quede un mínimo de aliento, seguiré viendo hadas en el bosque, piratas en el arroyo junto a mi casa y a vosotros acercándoos a mis zapatos cada seis de enero.
Por eso, una vez más, tomo este lápiz virtual y escribo... Queridos Reyes Magos: este año he sido muy buena...



(*) C+M+B, que se suele creer significa Caspar, Melchior, Balthasar, pero en realidad es Christus Mansionem Benedicat, Cristo bendiga esta casa


Fotos:
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