¿Por qué no celebramos el Año Nuevo en septiembre? El primer día de enero es un día tonto para comenzar el año. Está en medio del invierno; la naturaleza anda aletargada; las personas van a trabajar el 30 de diciembre y vuelven a sus tareas el 2 de enero, sin cambiar nada, sea en sus costumbres, su indumentaria o su régimen alimenticio. Septiembre, por el contrario, es un mes que marca cambios profundos. Los frutos están en sazón y ya pueden ser recolectados, los días se acortan y refrescan, acaban las vacaciones, comienzan los exámenes escolares, luego las clases y todos abandonamos la lasitud del estío.
El noveno mes del año debería ser el primero, porque marca realmente el comienzo de una nueva etapa en nuestro recorrido por el año. Empieza el curso escolar, laboral y vital. Solemos comenzar el mes comprando: botas de goma para los días lluviosos, una chaqueta de algodón o lana que pronto necesitaremos; libros, cuadernos, babis, una mochila nueva para el cole; una cura para el cabello, martirizado por el sol, la arena y el agua salada o el cloro y una nueva crema hidratante que promete suavizar la piel mientras ayuda a conservar el moreno adquirido durante el veraneo.
Nuestra mesa vuelve a llenarse de legumbres, estofados, sopas. Esas comidas que nuestras abuelas denominaban “de cuchara” y que nos ayudan a recuperar la energía que perdemos con el retorno a las tareas y el inicio del frío. Los armarios se vacían de bañadores, vestidos de algodón o camisas de manga corta y se llenan de mullidos jerseis de lana, rebecas y calcetines. Para rematar los cambios en el paisaje hogareño, comenzamos a cerrar las ventanas al caer la tarde, a colocar alfombras que suavicen la frescura del suelo y en los fruteros comenzamos a colocar las primeras manzanas y los últimos higos.
Los buenos propósitos para el nuevo año son tan abundantes ahora como en la noche de San Silvestre. Nos proponemos hacer más ejercicio, perder los quilos ganados en comilonas y siestas veraniegas, organizar mejor nuestros días o, simplemente, estudiar en serio que este año sí que he de aprobar todo a la primera.
El año oficial se equivoca en las fechas. El 1 de enero será festivo, pero no es el primer día del año real. El verdadero comienzo del nuevo ciclo llega unos días antes del inicio del otoño, en septiembre y viene tan cargado de cambios y proyectos que no hay otro momento en todos los once meses restantes que muestre semejante carga de vida, así que, repito mi pregunta ¿por qué no celebramos el Año Nuevo en septiembre?
Fotos:
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Por mí vale, pero no me quites Navidad y Año Nuevo, porque son la mejor excusa para reunirse toda la familia y celebrarlo juntos. Esas comidas y cenas para mí resultan entrañables.
ResponderEliminarEn cuestión de fiestas yo soy partidaria solo de añadir ¡jamás suprimir!
EliminarGracias por leerme y comentar.
Hola Amparo, me ha gustado mucho el articulo es realmente cierto, solo decirte que en mi caso mi cuello no esta "martirizado" por la arena y agua de playa :D. Pero si que estoy deacuerdo en celebrar el nuevo año en Septiembre. Muy apropiado:D
ResponderEliminarJosemi(guerrero de la UNED)
Muchas gracias, Josemi. Me alegro de que te guste y estés de acuerdo y, sobre todo, te agradezco que leas el blog y lo comentes
EliminarCuando eres niño y todavía vas a la escuela, el año siempre empieza en septiembre. No lo recuerdo muy bien, pero creo que cuando era pequeño la Noche Vieja no significaba mucho para mí. La Navidad y la Noche de Reyes sí, pero lo que pasaba el 31 de diciembre no significaba demasiado. Salvo por las uvas y las botellas de cava, que siempre era una novedad en el año. Pero nada más. La vida continuaba igual el 1 de enero a como había sido el 31 de diciembre.
ResponderEliminarEn septiembre todo era distinto. Se acababan las vacaciones y tocaba volver al cole. Decir adiós a los amigos de aventuras veraniegas y volver a ver a los compañeros de clase y a los profes. La vida cambiaba radicalmente. ¡Era emocionante!
Definitivamente, estoy de acuerdo contigo, el año debería comenzar en septiembre. Lamentablemente ya no significa tampoco demasiado para mí el que empiece un curso nuevo en septiembre o que haya que volver al trabajo después de las vacaciones. El tiempo pasa, nos hacemos viejos, y los meses de septiembre ya no tienen ese encanto, esa emoción, ese olor a goma nueva de Milán.