viernes, 4 de julio de 2014

Ir con los tiempos

Una de las puertas del parque.
Hace años, siendo yo una niña de unos nueve o diez, viví una temporada en Madrid, donde teníamos un bonito piso situado en una zona privilegiada de la capital, porque con solo cruzar una calle podíamos disfrutar del Parque del Buen Retiro, el hermoso terreno verde que se alza en pleno corazón de la ciudad.
En aquellos tiempos tenía incluso un zoológico, la Casa de Fieras, que tiempo después se convertiría en un bello jardín dentro del parque, así que jugar en él y visitar a los animales fueron actividades que pude disfrutar muy a menudo.

El Retiro estaba lleno de atractivos para mí, que era una niña inquieta, dispuesta siempre a investigar cada rincón. Allí aprendí a reconocer las plantas, de la mano de mi padre que siempre estaba dispuesto a explicar alguna cosa, y también a patinar, con aquellos patines de la época, que consistían en unas plataformas metálicas, con ruedas y sujetas a los pies por medio de unos correajes de cuero. También fue allí donde recibí una lección que no he olvidado nunca y en la que hoy he vuelto a pensar.

El parque está cerrado con un muro que se abre cada pocos metros con unos portalones de hierro. Todos los días accedíamos al mismo por uno de ellos, junto al que se sentaba una anciana vendedora de golosinas.
Colocaba una silla plegable sobre la que aposentaba su tremenda humanidad, cubierta de ropas generalmente oscuras y un delantalito a cuadros. A su derecha, una gran cesta de mimbre mostraba todos sus tesoros: chicles, caramelos de menta y anís, regaliz (pero del bueno, de palo, ese que en Madrid llaman palodú o también palolú), piruletas y paquetes de cigarrillos abiertos, porque los vendía sueltos.

Me gustaba la mujer, aunque ella no hacía nada por ser simpática. Me atraía por su extraña forma de hablar: en lugar de "gracias" decía "Dios se lo pague" y llamaba "saci" a los caramelos de menta, pese a que esa era la marca y no el sabor. Una vez le cayó al suelo parte del contenido de la cesta y, al ayudarle a levantar las cosas, me dijo "que Dios te bendiga, niña mía". Quedé entre complacida y asombrada, porque solo había oído esa expresión en mi abuela y me pareció que debía ser muy anciana si hablaba como ella.
De entre todas sus locuciones había una que me dejó sorprendida la primera vez que la escuché. Fue al comprarle unos caramelos e ir a pagarle. Me pidió "dos reales".
Recuerdo que abrí la mano en la que llevaba el dinero y se la acerqué para que ella tomase el importe, porque no sabía qué me estaba pidiendo. Luego salí corriendo a buscar a mi padre para preguntarle por la solución a aquel arcano. Me explicó que un real era una moneda antigua, ya en desuso, que equivalía a cincuenta céntimos, aunque también había quien decía "dos reales" para referirse a la "media peseta" y "cuatro reales" si se trataba de una.

Así aprendí una cosa importante y es que hay gente que se aferra a las viejas costumbres porque, según ellos, son mejores. Me pareció entonces  que en realidad lo hacen, al menos algunos de ellos,  por comodidad: así no tienen que esforzarse por aprender algo nuevo. Ahora me he vuelto más comprensiva, pero sigo pensando que algo de eso hay.


Casi olvido decir por qué me volvió a la mente este recuerdo: es que hoy he oído a un locutor de televisión dar el precio de un inmueble en euros y, a renglón seguido, en pesetas. Estoy segura de que los niños que escucharon ese programa, también entendieron algo así como "esto cuesta dos reales".


Dos reales.




Fotos:
rokko69periplo.blogspot.com
palmeral-pensamientos.blogspot.de



3 comentarios:

  1. Consigues que revivamos tu recuerdo como si fuese nuestro. No estoy cualificado para decir si algo está bien escrito, pero diría que lo de escribir no se te da nada mal.

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    1. Gracias por tu comentario, siempre puntual y siempre amable.

      La calidad de lo que escribo es relativa, pero el placer de hacerlo para lectores tan fieles, es absoluto.

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  2. Es verdad Amparo, gracias por hacerme recordar tiempos tan felices que tenia olvidados.
    Reyes.

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