Pinos, mar y arena: una cala. |
Hubo un tiempo en que mi vida
estuvo en orden. El presente era un refugio seguro y el futuro estaba previsto.
Sabía que nada enredaría mi mundo,
nada rompería lo que estaba hecho.
Vivía en Mallorca, en la
capital, Palma, llamada Ciutat por
sus habitantes, como si en el mundo no hubiera ninguna otra. En realidad no la
había: al menos para nosotros era la única ciudad que existía. Nuestro hogar,
el sitio más bello y grato del mundo.
Aún ahora, cuando ha pasado más
de media vida ante mí, no puedo evitar una lágrima de nostalgia al pensar en la
isla y me viene a la mente un torrente de palabras que quedaron escondidas en
algún rincón de mi mente para evocar otro tiempo y hacerme llorar: Ca´n
Pastilla, Dijous Bo, el Bosch y el
Teatro Balear, para ir con los amigos; Forn des Teatre, Estudio General, Rincón
del Artista, la biblioteca del ayuntamiento en la Plaza de Cort, para adqirir cultura o
entretenerse con los compañeros de estudio; pan payés con sobrasada, arròs brut
y empanadas de carne, para llenar el estómago dando, al mismo tiempo, placer al
paladar.
Traté de escribir mi futuro
como si este pudiera ser producto de mis decisiones. Entonces no sabía que no
podemos conducir nuestras vidas si no pensamos en los que nos rodean y
adquirimos conciencia de que sus circunstancias influyen en las nuestras. Era
muy joven y dependía de mis padres, así que serían ellos los que marcarían mi
camino, porque ya se sabe que quien tiene la bolsa es quien da las órdenes.
Un día llegó la noticia fatal:
teníamos que irnos a otra ciudad, porque esa era la única forma de tener
trabajo para mantenernos. La nueva
ciudad estaba a cientos de kilómetros de la nuestra, separada por una franja de
mar y otra de tierra. Tan lejos...
El motivo de la marcha fue la
compra de la compañía para la que trabajaba mi padre, que le obligó a tomar un puesto
de trabajo en la otra ciudad, la que nunca sería Ciutat para mí. Los
resultados fueron los habituales en estas circunstancias: años de ajustarse a un
salario bajo, abandono de los estudios para buscar un sueldo con el que
colaborar al mantenimiento del hogar, desgarro y pérdida de ilusiones.
No fue ni bueno, ni malo, si
atendemos a las consecuencias. El tiempo fue reorganizándolo todo; hicimos
nuevos amigos, nos acomodamos en un hogar parecido al anterior y la familia
continuó unida y luchando para prosperar. Llegaron buenos tiempos y días
felices.
Ahora, años después, se cierra
el círculo y, haciendo lo que le es tan frecuente, la vida nos devuelve al
punto
de partida. De nuevo la sombra del cambio radical e impuesto planea sobre
nosotros. Esta vez es otra familia, la formada por la joven de entonces, quien
mira al cielo esperando el día en que se desate la tormenta.
La catedral de Palma |
No hay tanta desesperanza,
porque la lección del pasado no se ha olvidado: ahora sabemos que el sol vuelve
a salir, tarde o temprano. Lo que si hay es una lágrima reprimida porque la
herida del pasado, que creía cicatrizada, se ha vuelto a abrir y la niña de
entonces asoma otra vez, con miedo al futuro incierto y, sobre todo, a escuchar
a su hijo preguntándole, lo que ella un día preguntó a su padre: "¿cuándo
volveremos a casa?" Porque, igual que ocurrió entonces, esa pregunta no
tiene respuesta.
Fotos:
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