Grecia |
Por fin llegó el
verano. El sol calienta con fuerza, las plantas se secan y amarillean y todos
los movimientos se ralentizan. Y los más sosegados de todos ellos son los míos.
El verano me devuelve a la vida, después del letargo invernal, pero a una
tranquila, lenta, de gestos morosos, como de querer aprovechar los segundos.
Cualquier actividad
que realizo requiere el doble de tiempo del que invierto en la temporada fría
y, sin embargo, no me siento agobiada por ello, porque pierdo la sensación de
prisa que me acompaña en los meses de invierno, al tiempo que gano en actividad
mental, pues esa cachaza me permite observar cuanto me rodea y analizarlo con
calma.
Me descubro a mí misma
pensando en cuestiones filosóficas o políticas mientras hago las tareas de la
casa y paseo por la calle “arreglando” la economía europea, incluso creando un
nuevo orden moral para el mundo.
Termino preguntándome si
será el calor el motivo de que la cuna de la filosofía y la literatura fuera un
país mediterráneo. Tal vez Homero no habría podido escribir La Ilíada de haber nacido vikingo. En el
mejor de los casos quizá fuese un druida o un sacerdote de cierto prestigio y
nosotros no conoceríamos las aventuras de Ulises. Peor aún: ahora no podríamos
hablar de las odiseas de los grandes
aventureros, porque no conoceríamos esa palabra.
De pronto he sentido
vértigo al pensar en todo lo que no tendríamos si Homero, Aristóteles o
Rodas |
Si es cierto que el
primer homínido nació en África, no lo es menos que la primera pregunta se
planteó en algún punto del Mediterráneo. Me imagino a algún antecesor, sentado
a la sombra de un pino, a la orilla del mar. Su cuerpo cubierto por una túnica,
el cabello negro y rizado y los ojos oscuros, de mirada profunda, observando el
vaivén de las olas. Le veo sonreír sorprendido al descubrirse capaz de hacer algo
que ningún otro animal hizo anteriormente: está pensando. Estudia el agua que
baila ante sus ojos y se pregunta sobre las mareas, mientras, por primera vez
en la historia de la tierra, busca una razón lógica para explicarlo. Se plantea qué clase de ser es él mismo, por qué
puede andar si el árbol que le cobija no puede hacerlo; de dónde vienen los
humanos; qué es la justicia. De pronto le viene una palabra a los labios: Filosofía. A partir de ahí da comienzo
la auténtica civilización, esa que se forma a base de cultura y pensamiento. El
resto, es historia.
Y todo gracias al buen
tiempo de que gozamos a la orilla del Mare
Nostrum y al verano que nos permite tomar la vida con calma y dedicarnos a
pensar.
Definitivamente, es
una suerte que tengamos este clima tan suave y, sobre todo, que Homero no fuese
un vikingo.
Filósofos |
Dos filósofos atenienses podrían discutir eternamente sobre si los dioses existen o no. De lo que estarían seguros ambos es que, de existir, hablarían griego.
ResponderEliminarDe esta forma es como la filología se abre a la filosofía, y viceversa. Por algo Nietzsche era filólogo antes que filósofo: zapatero antes que fraile ;)
Ese es un tema para otra entrada... o para un libro: pensamiento y palabras.
ResponderEliminarMe ha hecho sonreir tu primera frase ¡bendito carácter griego y su amor por la discusión!Sin ellos, griegos y discusiones, el mundo hubiera sido muy distinto.
Gracias por seguir ahí.
Bonita reflexión Amparo. Grecia siempre, Mediterráneo siempre. Me pregunto qué hubiera escrito Dumas sin tanta tradición y magia, o más allá, qué mierda de lenguaje tendríamos
ResponderEliminar¿Te imaginas que todos hablásemos danés, por ejemplo? ¡Qué horror!
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