El duende recibió ese
nombre hace muchos años. Cuando nació fue llamado Elfo, pero la esperanza
de un ser de gestos suaves y amante de la calma se diluyó en la nada, justo en
el momento en que comenzó a gatear y pudimos observar como su conducta adquiría
un preocupante parecido con la de un ruidoso poltergeist.
En otro lugar de este blog expliqué el porqué de estos apodos: su piel es
casi transparente, de tan blanca y fina; su nariz es chata y las orejillas
picudas, tan parecidas a las de las hadas; sus ojos rasgados y la sonrisa
permanente, ligeramente burlona a veces, dulce y contagiosa siempre, provocaban al mirarlo la sensación de
estar viendo un ser de otro mundo.
El pequeño y dulce elfo creció y, al tiempo que desarrollaba la capacidad
de desplazarse, empezó a mostrar una afición por la decoración de interiores
que ha acabado convirtiéndose en la pesadilla del resto de habitantes de la
casa. De repente, en plena madrugada (que el tema de las horas de sueño nunca
le preocupó mucho), decide que la cama estaría mejor en otro punto del
dormitorio, así que la cambia de sitio. El hecho de que ese lugar estuviera
ocupado por un armario conteniendo toda su ropa o una estantería rebosante de
libros no es algo que le obligue a cambiar de parecer: simplemente se arrastra
el molesto mueble hasta el pasillo o se lleva a otra habitación y ¡asunto
arreglado!
La vida con un ser mágico tiene muchos momentos divertidos, que otras veces
he compartido en este blog. Todas las andanzas del duende que alguna vez he
relatado son reales, como real es él mismo, que llegó hasta nosotros hace ya
muchos años y se quedó para enseñarnos muchas cosas que no conocíamos. Hemos
reído mucho gracias a sus ocurrencias y vivido situaciones llenas de alegría y
afecto, pero nadie es perfecto. Ni siquera los duendes.
Cuando anunció su llegada lo hizo con fanfarrias. Nos preparamos para
recibir al ser que completaría nuestro hogar y soñamos con él durante muchas
semanas. Nos preparamos para acoger a una prolongación de nosotros mismos,
inteligente, atractivo, simpático. Nos preparamos para aceptar a alguien que un
día iría al colegio ¡a la universidad, tal vez! que se casaría, tendría hijos y
alargaría nuestra propia vida, si no en el mundo, al menos en el recuerdo.
Nunca nos preparamos para él.
Apenas llevaba veinticuatro horas en la tierra cuando descubrimos el porqué de esos ojos “de chino”: nuestro amado bebé nació con Síndrome de Down.
No recuerdo mucho más de lo que el médico dijo aquel día. Mi única
preocupación en ese momento
¿Quién sabe lo que encontrará al final del camino? |
He pasado muchos años esquivando al porvenir. A veces lograba atraparme en un
momento de indefensión y me recordaba todo lo que no me traería: ningún
colegio, salvo uno “especial”, ninguna universidad; ningún “llamar a mi hijo al
trabajo”, porque no tendría un trabajo al que llamarle... Diré en mi descargo
que todos tenemos malos momentos en los que parece que solo los pensamientos
negativos hallan eco.
Con el tiempo aprendí a responder a estas agresiones. Cuando el futuro me
cerraba el paso diciendo que la vida me había dejado sin esperanzas, yo le
gritaba que estaba equivocado: tenía las mismas que cualquier otra persona, porque
nadie sabe lo que de verdad le está reservado. No hay un padre capaz de
predecir lo que será de su hijo. Nadie sabe si mañana tendrá un puesto de
trabajo, si seguirá sano o tan solo si estará vivo.
El duende, a los 10 meses de vida |
He ido esquivando esos ataques hasta ayer. De pronto fui consciente de que
el duende se ha hecho mayor y que apenas le quedan unos pocos años de colegio.
En poco tiempo deberá salir al mundo, buscar un puesto de trabajo, aprender a
vivir siendo responsable de sí mismo. Antes de que nos demos cuenta deberá
extender sus alas y echar a volar, no porque deseemos que se vaya sino porque
se habrá convertido en adulto y deberá vivir como tal.
Al pensar en ello volvió el miedo. De nuevo sentí la agresión del viejo
enemigo, el futuro negro, frío, insondable, se apareció ante mí con sus eternas
amenazas de horrores y lágrimas. Recurrí al viejo truco de cerrarle mi mente y
me entregué a mis tareas cotidianas, buscando en los gestos familiares el calor
que me negaba el canalla.
Allí lo encontré. Entre los trastos viejos de la casa, agazapado esperando
para plantar batalla, se hallaba el viejo grito y se lo lancé al traidor con
más fuerza que nunca: te equivocas porque
das por sentado lo que solo es posibilidad. Tal vez no salga bien, tal vez no
se cumplan las expectativas, tal vez debamos continuar cuidando de él, pero tal
vez no sea así.
He vivido con el duende quince años. He aprendido mucho de él y solo con
una de sus enseñanzas puedo hundir todos los pronósticos de los agoreros.
Porque el duende me ha enseñado que la magia existe y que no se debe nunca
menospreciar el poder de un duende.
Octubre, mes del Síndrome de Down para muchos blogueros del mundo |