sábado, 17 de enero de 2015

Mar. Ahora y siempre

Yo no quiero vivir siempre de vacaciones. Me gusta ocupar mi tiempo en cosas prácticas y divertidas leer, pintar o viajar, pero también cocinar, hacer los deberes con mi hijo o reparar un grifo que gotea. 
Solo quisiera vivir en otra ciudad, en otro lugar en que pueda recuperar esas cosas que hacía antes de mudarme al sitio en que habito: leer sentada sobre una roca, con los pies sumergidos en el agua salada; pintar del natural, bajo el sol y el cielo azul incluso en invierno; estar a unas pocas horas de viaje del encuentro familiar; salir a pasear a la orilla de la playa...
Añoro el mar. Comienzo a echarlo de menos en el instante en que me separo una par de metros del agua. Siento nostalgia de mi familia y amigos, pero por encima de todo, del agua y la sal. 

Nací cerca del mar  y viví en buenas relaciones con él hasta el día en que marché tierra adentro y esos años me marcaron de forma indeleble. No recuerdo la cara del primer chico que me besó, ni la de algunos compañeros del colegio, pero podría describir cada uno de los tonos que presenta el agua según la hora del día o los fondos que cubre. Olvidé hace tiempo cómo sonaban las voces de las personas que vivieron conmigo en otra época, pero nunca el murmullo del mar y los matices que presenta.
Al tiempo que se diluyen los recuerdos de personas o lugares, los marinos se han fijado con intensidad, volviéndose en sensaciones físicas. Cuando pienso en él noto sobre la piel el pinchazo de los granos de arena; la humedad que se extiende por mi cuerpo; noto el olor salado, mezcla de algas, animales y agua y hasta escucho el sonido del viento que acaricia las olas o las empuja hacía los rompientes y la orilla.

Vivir cerca de la playa tiene sus desventajas: los edificios y los coches se estropean  con rapidez, la humedad se apodera de todo, haciendo que la ropa tenga un olor característico, incluso recien lavada y provocando manchas y hongos que se extienden por los armarios o tras los muebles. Estos últimos se avejentan, hinchándose y haciendo que las puertas y cajones no se cierren con la facilidad que debiera  y, sin embargo todo eso no son sino pequeños inconvenientes cuando los comparo con las bondades de que se puede disfrutar: inviernos suaves y soleados, que acaban al poco tiempo de haber empezado; un aire aromático de efectos calmantes y la sensación de estar siempre veraneando, porque cuando, al terminar la jornada, llego hasta la playa paseando recobro la sensación de dolce far niente que acompaña a las vacaciones.


Me he prometido que algún día, cuando la situación lo permita, volveré a la orilla del Mediterráneo para no irme más. También he pedido que si el destino no me devuelve a mis playas, si el último aire que respire ha de ser de tierra adentro, quemen mis restos y los lleven junto al mar. Así, si hay una remota posibilidad de que mi espíritu quede rondando por ahí una temporada, podré fundirme con las olas y convertirme en espuma, como la sirenita de Andersen.

Mientras llega el momento, seguiré soñando con él: el mar de Enéas y de Ulises, el que inspiró a Homero y Virgilio. El centro de la tierra. El centro de mis sueños.

1 comentario:

  1. El mar está por todas partes. Tienes donde elegir. De todas formas, si decides retirarte a orillas del mar, no lo hagas en cualquier sitio. Si acaso vente cerquita de Málaga para que podamos ir juntos a pasear por la playa ;)

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