domingo, 2 de febrero de 2014

Febrero. O como convertir a un ser encantador en el increible Hulk


Quienes me conocen no necesitan preguntarme cuándo me examino porque un simple vistazo les basta para adivininarlo: mi cara está pálida y desencajada; las manos me tiemblan; respiro agitadamente y no hablo mucho, pero cuando me animo a decir algo las palabras salen precipitadamente, amontonándose unas sobre otras, creando frases ininteligibles o carentes de sentido. Mi carácter, habitualmente tranquilo y simpático sufre una serie de mutaciones que transforman al Dr. Bruce Banner que llevo dentro en el monstruo enorme, verde y rugiente que todos los fans de Marvel conocemos. No llego a tratar de morder a nadie, pero por muy poco. Claro que Hulk tampoco muerde a nadie, pero asusta mucho.

Justo eso es lo que me pasa a mí, que asusto mucho. Si afinamos bien las orejas podemos oir a mi familia gritando “¡a cubierto!” cada vez que me acerco a ellos.
Paso los días semi encerrada en mi cuarto de trabajo y cuando salgo de él voy sembrando la destrucción a mi paso. Entre las cosas que se me caen de las manos por el temblor y las que tiro adrede en un arrebato de ira contra Saussure o Julio César tengo que renovar la casa una vez cada cuatro meses. Me miro al espejo y veo a un ser monstruoso, de un color entre verde y amarillo que ni el mismo Lorca se atrevería a querer, mirándome con ojos extraviados y ceño que de tan fruncido se convierte en unicejo.
Por unas décimas de segundo pienso que debo calmarme, antes que la ropa me reviente y acabe paseando en pantalón corto por la calle... o sin ropa, que la vida real no es tan recatada como los cómics. Respiro hondo, cuento hasta veinte y vuelvo a mi cuarto.

Mis apuntes me miran desde la mesa, unos abiertos, otros cerrados esperando su turno. Tomo una

Yo, pidiendo a mi familia que,  por favor,
bajen el volumen de la televisión,
de las carpetas y retomo la lectura en el punto en que la dejé. Dice algo del “complejo Oakhurst”, del predominio de las raspaderas y del esquisto.

Trato de descubrir qué significa eso que leo y, en ese preciso instante, vuelve a ocurrir: me quedo en suspenso, la mente en blanco y en un silencio que solo deja oir mi respiración, cada vez más acelerada y sonora porque ahora tomo el aire a través de la boca. Noto como la camiseta y los vaqueros comienzan a apretarse contra mi cuerpo cada vez más, amenazando estallar; la temperatura sube y el color verde de las manos anuncia la transformación del cuerpo. Desaparecen las letras, desaparece mi cuarto. Solo oigo un susurro muy lejano. Parece el sonido de un aspirador. Me levanto y, ciega a cuanto me rodea, derribo un vaso lleno de bebida, tres sillas, una estantería con todos sus libros; arranco la barandilla de la escalera y enfilo hacia la fuente del ruido.

Cuando recobro la conciencia veo a mi familia escondida detrás del sofá. A mis pies los restos del electrodoméstico inoportuno descansan, silenciosos al fin, en el suelo.

Definitivamente, no hay nada como un par de exámenes para despertar al increible Hulk.