miércoles, 29 de mayo de 2013

El duende se hace mayor


Adios, Bob Esponja
Sí: el duende se hace mayor. Ya no quiere saber nada de Bob Esponja, al que ha cambiado por la serie de dibujos „Star Wars”, y prefiere escuchar la música de Sean Paul o Black Eyed Peas, dejando de lado el hip-hop que hasta ahora era su estilo favorito.
Sus andanzas nocturnas se han modificado levemente y, aunque sigue siendo un entusiasta de la decoración, ha adquirido otro método más estudiado. Coloca el sillón junto a la ventana, tal vez por relajarse tomando el sol, y se desprende de los muebles que contienen sus juguetes, como si estuviera despidiéndose de la infancia y adquiriendo costumbres más maduras.
La carita sigue teniendo la misma expresión entre dulce y burlesca, pero su sonrisa está rodeada por una aureola oscura y pilosa así que tal vez muy  pronto deba recibir su primera maquinilla de afeitar. Con el crecimiento del vello ha llegado también el descubrimiento de su cuerpo, que de pronto se ha convertido en un lugar íntimo al que nadie debe acceder sin permiso: le gusta ducharse a solas, se niega a ser besado en público y solo admite un abrazo si realmente desea darlo.
Ha comenzado a escoger su ropa y a decidir qué le gusta ponerse y de qué prefiere
Hola, Star Wars
prescindir: adora las camisetas con diseños modernos o imágenes de sus personajes y animales favorito, pero odia los polos y las camisas; no soporta los jerseys de lana y le encanta llevar sus sudaderas con capucha; no le gustan los abrigos, prefiriendo los chaquetones de corte deportivo; no aguanta los pantalones, los calcetines ni los zapatos, que se pone solo porque así lo exige el decoro y utiliza exclusivamente en la calle o en los lugares en que no tiene mucha confianza.


Claro que el hecho de cumplir años no es suficiente para que un duende deje de ser quien es, por lo que continúa haciendo sus travesuras sin desfallecer ni un segundo, si bien también en ellas se observa un estilo más desvergonzado. Si antes eran producto de su afán por aprender, ahora son un pulso que nos echa para probarnos.
Cosas de hombres
Algunas veces se situa frente a uno de nosotros y nos mira, con una sonrisa en los labios y la mirada clavada en la nuestra. No mueve el cuerpo del lugar en que se encuentra, solo nos mira fijamente, sin parpadear apenas. De pronto sus manos hacen un gesto rápido y, antes de que podamos reaccionar, ha cogido el trozo de tarta que le hemos prohibido comer, ha subido el volumen de la música o nos ha apagado la luz de la habitación, dando la velada por finalizada.
Se pasea por la casa lanzando juramentos, vengan o no a colación, y luego se comenta a sí mismo que “no se dice: es palabrota”. Saca una corbata del armario y se la coloca alrededor del cuello, hasta que descubre cómo le observo, momento en que la devuelve lentamente a su lugar mientras repite “no se toca: es de papa” (así, acentuando la primera “a”). A la hora de comer llama nuestra atención sobre el hecho de que está tocándose los pies y, cuando nos disponemos a enviarle a lavar sus manos, nos espeta un “no se toca el pie, que luego va a la comida y a la cara”, sonriéndo con satisfacción por lo bien que lo ha aprendido... o tal vez por el efecto que su acción provoca en nuestras caras.

Recorrer esta etapa de la vida del duende resulta apasionante, a la par que agotador. He aceptado que debe madurar y llegar a la edad adulta, aunque dejemos algunos jirones de piel por el camino. Disfruto cada momento, incluso de aquellos en que da muestras de mayor desfachatez, tal vez porque el descaro es divertido, al menos cuando ya ha pasado el minuto de insolencia. Lo que no puedo evitar es un sentimiento de nostalgia: añoro al niño que estamos dejando atrás, por más que me alegre de que vaya creciendo. Y es que durante muchos años era mi duende, pero ahora ha decidido que es un hombre y debe estar con los suyos.
 
Mi elfo se está marchando y le hace sitio al compañero de su padre.
 
 
 
 
 
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