miércoles, 12 de diciembre de 2012

Noche de Paz

Stiftskirche
(Aschaffenburg)
Ya está aquí otra vez. Llega la Navidad con todo el bombo que le es habitual: comilonas, regalos, reuniones familiares, risas... y también nerviosismo, discusiones, lágrimas...

Este año toca echar de menos a algunas personas. Algunas no volverán jamás y de otras no se sabe. El futuro es un inestable que se empeña en cambiar todos nuestros hábitos, se lleva a la gente que queremos y nos trae un puñado de desconocidos a los que habremos de acostumbrarnos.

La primera semana de fiestas siempre se resuelve en una reunión familiar en la que la presencia de caras nuevas no hace olvidar a las que ya no están, así que, al menos en mi casa, suelen ser motivo de alegría y tristeza al mismo tiempo. Hace años que preparo la comida de Navidad entre sonrisas para los que me rodean y lágrimas, que oculto hábilmente tras el vapor que desprende el pavo, para que nadie pueda verlas. A veces alguno de los niños de la casa, menos discreto que los adultos, indaga el porqué de los ojos húmedos y no queda más remedio que inventar una mentira porque ¿cómo se le explica a un niño que hubo un tiempo en que fuimos nosotros los niños de la casa? ¿cómo decirle que también estuvimos frente a una mujer a la que llamamos “mamá” o “abuela” que cocinaba para la familia? ¿cómo decirles que por mucho que les queramos, ellos no pueden suplir a los que se fueron? Así que nos excusamos de cualquier manera y procuramos sonreir, aunque no tengamos ganas de fiesta, de cocinar, ni de abrir regalos.

Si la fiesta natalicia es el día de la añoranza, el fin de año lo es de los propósitos que nunca se cumplirán. Comenzamos el nuevo año haciendo una lista de buenas intenciones. La paleta va desde dejar de fumar y hacer más deporte hasta aprender kárate, estudiar japonés o no volver a salir con un tipo tan idiota como nuestra última pareja. Una serie de objetivos interesantes que nunca se verán realizados, pero que repetimos todos los años “por si cuela”.

Sin embargo ya tengo todo organizado para estos días: dónde y qué vamos a comer, qué regalos recibirán mis familiares y amigos, cómo decoraré la casa y la mesa, así como todos los pequeños detalles que rodean a los días de Adviento y siguientes.

Volveré a empaquetar regalos, a enviar postales y a darme cuenta a última hora de que alguna dirección la puedo borrar de mi agenda, porque allí no hay nadie ya que pueda recibir mis saludos. Regresaré a la cocina, a hornear entre vapor y lágrimas y una vez más haré mi lista de metas a conseguir en los doce próximos meses.

Partitura de Noche de Paz
Y es que no hacerlo significaría que me he rendido, que ya no tengo ilusiones ni planes de futuro, que le doy la razón al tiempo y renuncio a seguir adelante. No lo haré. Aún tengo un átomo de fe en el porvenir, si no en el mío, sí en el de otros,  así que repetiré los gestos habituales una vez más: decoraré, cocinaré y me camuflaré entre el vapor para esconder las lágrimas, porque la añoranza de lo que se fue, no estropee el disfrute de lo que aún queda.

Tal vez ese sea el mejor motivo para celebrar la fiesta pese a la falta de ganas: siempre nos quedará algo o alguien por lo que valga la pena cubrir una mesa con comida y rodear de regalos a unos zapatos. Mientras en la casa viva un niño que sueña con “comer uvas y ver fuegos artificiales” o que juega a indios y vaqueros con las figuras del belén, seguiré sentándome al piano para interpretar un villancico y vivir el momento más émotivo de la jornada, al cantar para los míos Stille Nacht, Heilige Nacht...
 
Noche de Paz.





Fotos:
http://commons.wikimedia.org/
http://www.dortmunderweihnachtsmarkt.de
http://www.lieder-archiv.de

2 comentarios:

  1. No te dejes contagiar por la melancolía de estas fiestas. Hace tiempo que vengo diciendo que la Navidad no tiene mucho sentido si no hay niños en casa, aunque últimamente estoy cambiando de opinión. También nosotros nos volvemos un poco niños en estas fechas. No es que nos entre la ansiedad por ver que nos van a traer los Reyes Magos ni nada parecido. Nosotros, los adultos, podemos jugar sin juguetes, sólo con nuestros recuerdos.

    Los niños no tienen esta capacidad de apreciar los recuerdos porque apenas sí tienen todavía memoria de navidades pasadas. Pero sí conservan ese espíritu despreocupado y lúdico de la vida que hemos perdido los adultos. Hay que dejarse contagiar de ese espíritu.

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    1. Ya sabes que hay momentos en que la melancolía nos atenaza, pero no te preocupes: aún tengo un resquicio de ilusión infantil.
      Me faltan algunas personas, pero os tengo a otros que estais siempre ahí y, aunque pueda parecer lo contrario, me doy cuenta de vuestra presencia y la disfruto.
      Gracias por seguir leyendo y comentando

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