martes, 30 de octubre de 2012

Miguel Hernández



Probablemente, la imagen más
conocida de Miguel Hernández
Tengo por costumbre mirar las efemérides del día, que es una de esas actividades que realizamos por simple curiosidad y pocas veces sirve para algo más que presumir de una erudición que, en realidad no poseemos. Así he descubierto que tal día como hoy, 30 de octubre, en el año 1910 para mayor exactitud, nació Miguel Hernández.
No voy a descubrir nada nuevo de este poeta genial, se ha escrito hasta la saciedad sobre él y su obra, pero me gustaría conmemorar su aniversario contando lo que ha significado para mí.
Algunos textos llegan a nuestras manos por caminos torcidos y de ese modo llegó a mi vida: curioseando en el cuarto de los trastos, en la casa de mi abuela, cayó a mis pies una carpeta llena de manuscritos. Ahí, entre albaranes que reflejaban transacciones hechas por mi bisabuelo, un par de cartas comerciales y algunos borradores de mi abuelo, encontré un papel amarillento de años en el que aparecían escritos a mano unos versos que decían:
 
Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene,
y aquí estoy para morir,
cuando la hora me llegue,
en los veneros del pueblo
desde ahora y desde siempre.
Varios tragos es la vida
y un solo trago es la muerte.
 
Como mi abuelo fue poeta, pensé que tal vez lo hubiera escrito él, hasta que me di cuenta de que al final de la página decía “Sentado sobre los muertos”. Miguel Hernández.
Caricatura con cebolla
Esos versos me impactaron tanto que me ocupé en buscar un libro de poemas de ese lírico, libro que aún conservo, aunque avejentado de tanto tiempo y tantas lecturas, y que releo periódicamente, con la misma veneración con que un creyente lee su biblia.
En aquella época, y durante mucho tiempo después, veía en Miguel Hernández a un héroe salido del pueblo, un cabrero que, a fuerza de leer logró expresar sus sentimiento y con ellos, los míos. Con el tiempo descubriría que estudió derecho y literatura, pero eso no rebajó en nada mi fascinación por sus versos; muy al contrario, me hizo admirar más su capacidad de superación y sacrificio.
Fue víctima de la guerra y las represalias franquistas, muriendo en la cárcel de tuberculosis, a los 31 años. Cuando conocí estos detalles lo asimilé aún más a mi vida, tal vez porque mi abuelo compartió tantas cosas con él: la poesía, el bando republicano y la muerte en plena juventud, causada por el odio absurdo del vencedor hacia el vencido.
 
Miguel con Josefina,
su esposa
Hace relativamente poco tiempo, tras la muerte de mi madre, incapaz de llorar por una pérdida que aún no había asimilado, tomé el poemario de Hernández y lo abrí por la página en que se encuentra la “Elegía a Ramón Sijé”. Fui leyendo despacio, digiriendo cada palabra, hasta llegar a esos versos en que dice “No perdono a la muerte enamorada, / no perdono a la vida desatenta, / no perdono a la tierra ni a la nada [... ] Quiero escarbar la tierra con los dientes, / quiero apartar la tierra parte a parte / a dentelladas secas y calientes. / Quiero minar la tierra hasta encontrarte / y besarte la noble calavera / y desamordazarte y regresarte.” Al leer me di cuenta de que esa era la misma rabia que yo sentía, la misma impotencia, la misma tristeza. Gracias a ellas pude vestir mi alma de luto y empezar a curar la pena. Todavía hoy me emociono cuando leo esas palabras.

Siempre le estaré agradecida, por expresar lo mismo que sentía yo y dejarlo escrito para ayudarme a superar el peor trance por el que había pasado hasta ese momento. Seguramente por eso, por esas palabras escritas para mí años antes de que yo naciera, siempre estaré agradecida al cabrero de Orihuela y siempre tendré a mano sus poemas. Para oirle diciendome

que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

 





Fotos:


miércoles, 17 de octubre de 2012

Amistad


Amigos. Nadie más. El resto es selva.

Jorge Guillen

 amistad. (Del lat. *amicĭtas, -ātis, por amicitĭa, amistad).
1.      f. Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato.

Diccionario de la RAE, primera acepción

 
Amistad
Amigo ¿habrá palabra más desvirtuada? Llamamos “amigo” al compañero de borrachera, al conocido en el puesto de trabajo, al desconocido de la red social. Es de esas palabras que van modificando su significado, hasta que un día descubrimos que quiere decir algo totalmente distinto a lo que representaron en su origen.
La amistad ha sido uno de los bienes más valorados a lo largo de la historia. Se le ha considerado refugio, apoyo, compañía; el amigo fue llamado hermano, padre, parte del alma, el otro yo. Un amigo era alguien especial y único, porque se tenía uno, quiza dos; nunca  más.
Hoy, por el contrario, tenemos cientos de presuntos “amigos”, gente a la que incluso contamos nuestros problemas laborales, familiares, intimidades que antes reservábamos para el hogar y que ahora difundimos sin pudor, sabiendo que van a ser leidas por un puñado de desconocidos.
Apoyo incondicional
Un día tenemos un problema serio o una preocupación importante y nos sorprendemos al descubrir que esos supuestos compañeros no lo son tanto, que ni los conocemos, ni nos conocen, que no tenemos el menor valor para ellos. Entonces reaccionamos pensando que la amistad no existe sin caer en la cuenta de que hemos querido convertir a un nombre en persona y a un contertulio en parte de nuestra vida, cuando solo era parte de nuestra charla.
Porque la Amistad, en mayúsculas, sí existe. Es que vive escondida en el corazón de personas a las que no hemos prestado atención, por lo que no podíamos verla. Aparece cuando la necesitamos, tal vez donde menos lo esperábamos, pero ahí está, observando de lejos y dispuesta a mostrarse cuando más falta nos hace. El verdadero incondicional es como el paraguas, que aparece cuando llueve, aunque nos lo olvidemos por cualquier sitio al salir el sol, un corazón noble que nos anima cuando fracasamos y se alegra profundamente con nuestros éxitos, cosa esta última mucho más difícil que la primera.
La gran diferencia entre los llamados “amigos” y el Amigo se advierte en la sonrisa, aunque no en la suya, sino en la nuestra: cuando sonreimos todos son “amigos”. Si no lo hacemos solo el Amigo sigue a nuestro lado.
 
Hay amistades que no
debieron surgir jamás
Claro que también por ello hay que pagar un precio: quien quiera tener un buen amigo ha de empezar por serlo él mismo, que son muchos los que se quejan del abandono al que se ven sometidos, pero no advierten que ellos fueron los que comenzaron a descuidar al otro. Ya decía Sócrates, allá por el siglo V a.C., que no debemos “dejar crecer la hierba en el camino de la amistad”, significando con ello que debemos acercarnos al amigo periódicamente si queremos conservarlo.
Soy afortunada por poder contar con algún Amigo y también con muchos amigos. Estos últimos son buenas personas que siempre tienen una risa preparada para compartir conmigo. En cuanto a los otros, los que nombro con mayúscula, puedo contarlos con los dedos de una mano; la misma que ellos han recogido entre las suyas cuando empezó a temblar de frío. La misma que reservo para ellos, por si la necesitan algún día, que, como decía antes, no se puede esperar afecto sin darlo previamente.

 

 

Fotos:
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domingo, 14 de octubre de 2012

Cuatro estaciones

Me desperté temprano, antes de que amaneciera, y con ganas de hacer “algo”. Con la natural modorra que aún se tiene durante los minutos posteriores al despertar encendí el ordenador, para tomar el café mientras leo los periódicos del dia, siguiendo una costumbre adquirida desde hace algún tiempo: café, prensa española, prensa alemana; los tres pasos previos al inicio de la jornada laboral.
Otoño en Schönbusch,
uno de los parques más bellos
de Aschaffenburg
Puesto que es domingo me enfrento a un día en el que mi horario de trabajo no tiene nada que ofrecerme, así que queda a mi elección el decidir qué será ese “algo” de que hablaba al principio. Dudo entre ponerme a estudiar (y, en caso de hacerlo, qué asignatura), ordenar mi cuarto de trabajo (que no me insulta porque no puede hablar) o salir a dar un paseo, que estos amaneceres de otoño son realmente bellos en mi ciudad.
Salgo al jardín, por ver si cuaja la idea del paseo, pero el cielo está tan negro que deshecho la idea rápidamente. El bosque que tengo frente a mi casa carece de alumbrado público, cosa muy razonable pero que hace difícil recorrerlo en la oscuridad y, sobre todo, rematar el paseo con todos los huesos en su sitio y sin quebrar. Esto me lleva a pensar en la gran diferencia que hay entre las estaciones del año y las cosas tan interesantes que he ido descubriendo sobre ellas desde que vivo en Alemania.
Verano, de cabeza
al Freibad
Empezaré por decir que en este país, como en cualquier otro lo bastante grande, la climatología presenta variedades según la zona en que se viva: los largos inviernos del norte no se parecen a los de la cuenca del Rin y los veranos cálidos y suaves del noreste de Baviera presentan grandes diferencias con los dias frescos que, por la misma época, se pueden disfrutar en los Alpes. Solo una cosa es común a toda la república: las cuatro estaciones son realmente cuatro y perfectamente diferenciadas.
Los paseos primaverales están siempre acompañados de polen, retoños de plantas, flores nuevas... y estornudos, claro. Los de verano muestran un bosque seco, amarillento, promesa de los dorados y rojos que aparecerán en otoño. El invierno, cuando hay suerte y trae nieve, es el momento más bello para pasear de noche. El bosque callado, cubierto de nieve sobre la que se ven las huellas de liebres, zorros y otros animales; la luz, con la salida de la luna y al reflejarse sobre la nieve, ilumina todo con un color claro y brillante que permite pasear sin miedo cuando el resto de la ciudad está a oscuras; los árboles de hoja caduca, con sus ramas llenas de nieve rematan la imagen de postal navideña. Lo único malo del invierno en esta ciudad es que no siempre cae nieve. A veces simplemente hace frío y todo está cubierto de barro, lo que no resulta tan pintoresco y es mucho más incómodo.
Primavera.
Jardín de Magnolios. Schöntal
(Aschaffenburg)
A mí no me gusta el invierno (de hecho preferiría que solo existieran dos estaciones: verano y más verano). Cuando algunas personas defienden ante mí las bellezas hibernales yo pienso que sí, muy monas, pero en foto. Yo no creo que el invierno sea tan sano como dicen, porque si lo fuera no tendríamos que pasar toda la estación con los pañuelos de papel en el bolsillo. No conozco gente que enferme de gripe en agosto, en este hemisferio al menos. El aspecto que presentamos durante esos meses es bastante desagradable, con la piel de un color entre gris y amarillo, la nariz roja y los ojos llorosos... cuando estamos sanos, que cuando caemos en brazos del catarro nuestra apariencia empeora considerablemente.
El otoño lo soporto mejor, quizá porque los colores que presenta la naturaleza son tan bellos o porque los días aún son cálidos y, aunque la noche traiga frío o a veces llueva, todavía se puede pasear en mangas de camisa. La primavera tampoco me atrae: me molesta el polen flotando por el aire y metiéndose en la nariz o por la boca. No hace suficiente calor, llueve a menudo y las gripes o alergias nos enganchan con más fuerza a los pañuelos y los sobres de vitaminas. Esta es la estación más desagradable para mí desde que vivo en este país.
El Main y el palacio Johannisburg,
un raro invierno de nieve
En fin, que da igual cómo o a qué hora empiece el día: siempre acabo añorando el calor veraniego, la viveza que se apodera de mí cuando la temperatura es templada, las ganas de vivir que siento cuando llega el buen tiempo. Por algo será que asociamos “calidez” con afecto y “frialdad” con despego.
Eso sí: si este invierno nieva y una noche, al salir la luna, veo el bosque brillar como un diamante en medio de la oscuridad, puede ser que por unos minutos le perdone su frialdad y hasta le dé las gracias por regalarme tanta belleza.



Fotos:
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