martes, 11 de septiembre de 2012

Mentiras

The Gossip (El chisme). N.Rockwell
Nada se transmite a mayor velocidad
Hoy he descubierto que alguien en quien confiaba me ha mentido. El que me mientan me resulta insoportable, siendo probablemente la única cosa que jamás perdono y, sobre todo, que jamás olvido: quien me miente una vez no recuperará nunca mi fe en su persona. Pero eso es otra historia. Esa mentira me ha llevado a divagar sobre la Mentira, esa eterna compañera de nuestras vidas.
Nadie negará que el hombre es un ser social y que vivir en sociedad es lo que  ha llevado al australopitecus afarensis a convertirse en el homo sapiens sapiens (como ahora nos llaman los antropólogos, en un intento de hacernos creer que somos el doble de sabios que los neandertales). El vivir en sociedad requiere unas normas y unos límites, las primeras para facilitar la vida y los segundos para no asaltar el terreno de los otros.

Epiménides, el cretense
Entre las normas no escritas existe la aceptación de la mentira. Dicen los estudiosos que mentimos unas tres o cuatro veces al día. Yo no lo creo: estoy segura de que mentimos muchas más veces. Empezamos con las excusas al llegar tarde al trabajo (“no sonó el despertador, el autobus llegó tarde”), seguimos con las impulsadas por el temor (“que chiste tan bueno ha contado, Sr. director. No, no lo conocía”). Llegamos a la calle y encontramos a aquel amigo de la infancia, gordo, de pelo blanco y que no puede disimular cada uno de los días que ha vivido, pero le saludamos con un “¡estás fantástico, Manolo! ¡Hecho un chaval!”. Mentimos para evitar un castigo y para lograr un beneficio, para que no se enfade la pareja y para halagar al amigo. Engañamos por no discutir, por encubrir un error; faltamos a la verdad con cualquier excusa, porque la mentira nos es necesaria para no ofender o para lograr que nuestra imagen se mantenga impoluta.

Cartel de Pinocho
de W. Disney
Hay mentiras aceptadas porque embellecen nuestra vida, como las usadas por los humoristas: todos sabemos que no es cierto, pero nos hacen reir y nos alegran por unos minutos. Sabemos (y ellos saben que lo sabemos) de las patrañas que los publicistas nos cuentan desde las revistas o el televisor, pero las consideramos parte del juego. Pese a todo ello los embustes han tenido consideración de pecado para distintas iglesias y gozan de muy mala prensa entre las personas. En filosofía han dado lugar a paradojas interesantes, como la famosa “todos los cretenses mienten” dicha por Epiménides de Creta y en el mundo de la fantasía nos han regalado al inolvidable Pinocho o al carismático barón de Munchausen.

Pese a su mala fama, es innegable que la patraña es a veces necesaria. No me puedo imaginar un mundo en que siempre se dijese la verdad, en el que a esa amiga tan fea le tuvieramos que decir “pues no, no creo que encuentres novio ¡con esa cara es imposible!” Lo menos grave que nos pasaría es que quedaríamos sin amigos. Puede que incluso acabásemos con un ojo a la funerala.

Sí es cierto que hay un tipo de mentira que no se debería dar jamás, una mentira dicha con el solo fin de herir a otro u otros, menoscabando su buen nombre o implicándole en hechos de los que no ha formado parte, tal vez incluso en actos delictivos: nunca, por ningún motivo, bajo ninguna circunstancia, se debe calumniar. Eso sería imperdonable.

Infam (La Calumnia)
La mentira de una
niña provoca una tragedia





Fotos:
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