lunes, 9 de julio de 2012

Amigos y mojitos

Un rincón bonito
Acabo de llegar a casa después de unos días de viaje, encuentros y reencuentros. El viaje ha sido amenizado por alguna anécdota que ya contaré otro día; los encuentros han estado llenos de sentimientos positivos y los reencuentros, de abrazos, risas y mucho afecto. Una vez más se confirma que las personas son lo más interesante y valioso que tenemos en nuestra vida. Ver a la familia después de varios meses ha resultado gratificante, además de ayudar a tranquilizar un poco de las preocupaciones que hemos vivido durante casi un año, aunque quizá el encontrarse con esos amigos, casi desconocidos, haya dotado de un significado especial a esta semana.
Somos conscientes de que los “amigos de Facebook” (o de cualquier otra red social) no son verdaderamente “amigos”: son conocidos a los que nos une alguna afición común. Entre mi grupo de contactos hay algunas personas con las que tengo una relación más fuerte que con otras y son mis compañeros de estudio. Estamos aliados para estudiar juntos, compartir apuntes, bromear, hasta enfadarnos unos con otros. Hacemos todo lo que hacen las personas que realizan una labor juntas... excepto besarnos en los encuentros o mirarnos a los ojos. Eso nos está vedado, puesto que vivimos en lugares muy separados entre sí y no tenemos otro contacto que el que nos proporcionan los foros virtuales en que nos reunimos. Cuando por fin surge la ocasión de vernos personalmente hay siempre un componente de duda, ya que puede ocurrir que no sintamos sino la ilusión propia de un encuentro de esta clase, pero tal vez descubramos que estamos hechos para ser amigos.
La playa. Otro reencuentro imprescindible
Una de las personas a las que he podido ver y tocar ¡por fin! ha sido una compañera que ha andado a mi lado desde que empecé está aventura y a la que considero colega, compinche y maestra. Si la sensibilidad y la dulzura tuvieran rostro, sería el suyo. Y si en su tierra han nacido o se han hecho tantos literatos magníficos, mi querida camarada de tanto tiempo y tantas cosas es un motivo más de orgullo para esa ciudad, a la que honra con sus poemas y con sus actos. (No olvido a las dos personas que le acompañaban y a las que ya siento dentro de mi vida, por supuesto.)
Después vinieron otras personas, a las que tampoco había visto nunca en persona y que me han sorprendido muy gratamente, todas ellas mujeres porque los chicos se han “resistido” al trato directo (cosa que he lamentado profundamente). En Madrid y Barcelona dejo a unos seres entrañables, llenos de fuerza y de personalidad, mujeres magníficas, bellas por dentro y por fuera a las que, ahora sí, llamo amigas.
En cuanto a los reencuentros ¡qué difíciles son de describir! No hay espacio suficiente en todo internet para enumerar todos los abrazos y las risas que hemos compartido ¿Quién puede contar todos los besos, las bromas, las conversaciones serias? ¿Quién puede pesar el afecto? ¿Cómo se explica el momento en que se oye la voz tan querida y añorada, que nos deja en suspenso, incapaces de reaccionar al sonar en el oído? ¿Cómo se ponen en palabras los latidos acelerados del corazón al reencontrarse con la sonrisa del amigo que se creía perdido?

Los desayunos no eran malos

Todas las personas que he visto merecen un capítulo para sí, pero ya que el espacio es limitado, mencionaré a dos que son muy especiales para mí. Al uno le he podido abrazar por primera vez y al otro ya lo había visto otras veces, pero los dos son igualmente importantes. Juntos estudiamos, hacemos planes de futuro, bromeamos, compartimos penas, alegrías, enfermedades... Somos mucho más que camaradas o compañeros de estudio: somos familia.  No todas las familias comparten genes y cromosomas, puesto que algunas se basan en el cariño y el esfuerzo común. A esta especie de parientes es a la que pertenecemos. La única sombra en nuestro encuentro ha sido la ausencia de uno de los miembros (aunque en realidad debería decir que ha estado tan presente como los demás, al menos en nuestras palabras y pensamientos).

Ahora que estoy en casa, que por fin he podido hacer un par de mimos a mi niño y otro par a mi marido (a los que he añorado muchísimo, por supuesto); ahora que me siento en mi sofá favorito y puedo leer mis libros; ahora que lo más importante de mi vida está a mano, noto un vacío en el costado que no se puede llenar fácilmente. Y es que escribir no es lo mismo si no hay otro portátil a mi izquierda y un iPod a mi derecha.

Y quizá, tres vasos llenos de mojito.


1 comentario:

  1. Bien, por vivir y sentir, bien, por guardar lo vivido en el álbum del corazón que es al fin y al cabo el que nunca se arrincona en el Keller.

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