jueves, 17 de noviembre de 2011

La amistad que nunca lo fue

Para Rosa; hermana, hija, consejera, siempre una inspiración... Amiga que sí lo es.

Miraba las olas sin verlas. Tenía el rostro húmedo y salado aunque ella misma no sabía si era de lágrimas o de mar.  Ya no sabía nada. Solo dos palabras y el mundo entero había cambiado; se secaron las hojas en los árboles, la temperatura bajó hasta helarlo todo, las nubes encerraron al cielo en una capa gris. Todo empezó a morir al oirlas. Ella empezó a morir al oirlas.

Apenas unos meses antes aún salían de los labios de él palabras dulces, protestas de amor y amistad eternas: "Te quiero con toda mi alma", "eres mi diosa", "nunca te dejaré".  Todas esas frases hechas que los amantes se dedican en momentos especiales y que en realidad no son sino un intento de explicar el calor y la ternura que sienten. En su caso esos instantes estaban llegando a su fin, pese a que apenas comenzaban a nacer.
Ella no lo sabía aun, pero un día llegaría a comprender que en él no había sinceridad, que no había asomo de verdad ni en las comas de sus frases. Entonces lo desconocía y se dejaba acariciar el oído por la dulzura vacía, por el sonido de una voz engañosa. No es que el mintiera, al menos no de manera consciente. Él creía lo que decía, pero creer no es sinónimo de sentir. 
En cambio ella le quería intensamente. No era el tipo de amor que se siente por un amante sino el que inspiran aquellos que entrando en nuestras vidas se convierten en parte fundamental de la misma: Le amaba como a sí misma, porque él era parte de ella. Lo malo es que ella no era parte de él.
Fue cuestión de apenas unas horas el que la ternura se transformase en rudeza y el amor en despego. Un día le dijo "Me gusta viajar a solas contigo... Eso me basta y me colma." y apenas una semana después le dió la espalda a sus propias palabras y comenzó a tratarla como a una más de las muchas personas que conocía.
Al principio se sintió sorprendida por ese modo de actuar, después dolida y, por fin decidió hablar con él. "Yo soy el mismo de siempre", dijo. Luego añadió "por ahora estoy resolviendo ciertos borrones de tinta en mi pozo más profundo." Una vez más ella leyó entre líneas y volvió a ver lo mismo que había observado en las últimas semanas: Desamor y mentiras.  No había encontrado aún la excusa que necesitaba para deshacerse de ella, así que se limitaba a dar razones absurdas para un despego que no podía explicar sin decir y decirse la verdad; que ya no le interesaba esa amistad, que el tiempo de la poesía había llegado a su fin, que ahora solo quería canto y baile, que ella le sobraba.
Lo sabía, lo sentía cada vez que él le miraba o le hablaba, pero no quería aceptarlo. Pensaba que él necesitaba tiempo, que no podía ser que una persona diera tanto amor un día y tanto desprecio el siguiente. Pensaba en él como en alguien digno de confianza, un amigo leal y una buena persona. Aturdida por las vivencias de los meses anteriores, con el corazón lleno de amor hacia él y de añoranza por su ausencia, trataba de convencerse de que él decía la verdad, que era algo circunstancial, que algún día volvería a la normalidad de su relación anterior.
Quien dice que el amor es ciego se equivoca: El amor no es ciego, puesto que nos deja ver lo bueno y lo malo de nuestras relaciones. En realidad es tonto, idiota sin remedio, porque, pese a verlo todo, se niega a aceptarlo, se da excusas absurdas y objeciones sin sentido tratando de justificar lo injustificable. Nos damos cuenta de que el objeto de nuestro amor no nos corresponde, y preferimos pensar que está pasando por un mal momento. Sentimos cómo nuestro corazón se va desgarrando de pena pero nos aferramos a la ilusión de que todo se arreglará. No puede ser de otra forma ¿cómo no se va a dar cuenta el otro de la fuerza de nuestros sentimientos? ¿cómo va a ser que no sienta un poco al menos, cuando nosotros sentimos tanto?
Él se fue a vivir su vida y ella quedó allí sola, preguntándose por qué razón, si habían tenido tanta confianza, si habían compartido todo el contenido de sus corazones, si se habían convertido en amigos, ahora no podía acompañarle en ese "camino marcadísimo" que iba a recorrer.
Fue entonces cuando comenzó a pensar que tal vez había puesto demasiado empeño en algo que probablemente estaba perdido desde el principio.
Cuando se conocieron él era simplemente uno más de entre tantos. Ni siquiera le parecía más simpático que el resto de los compañeros de grupo. Le hizo gracia por su forma de hablar cariñosa y dulce y comenzó a conversar con él.
Esas charlas fueron haciendose más intensas y largas, hasta convertirse en noches enteras de intercambio de confidencias.  Poco a poco y gracias a las coincidencias de aficiones y gustos fueron intimando y ella comenzó a rendirse al encanto medio aniñado de él. Su amistad crecía y, con ella, el afecto. Ella le abrió el corazón y lo adoptó, al tiempo que se dejaba domesticar por él. Él ¿quién sabe? Tal vez le resultaba halagador el tener a alguien que leía sus poemas y los alababa, alguien que le admiraba y se lo decía.  Seguramente no sentía cariño. Al menos no lo demostró cuando llegó el momento.
La amistad se basa siempre en el amor por el otro. Por eso se lucha por conservarla, como se lucha por la pareja cuando la relación da los últimos coletazos. Cuando nos sentimos traicionados por un amigo tratamos de hablar con él, de aclarar las cosas. Damos nuestros argumentos y escuchamos los suyos esperando una excusa convincente que nos permita superar el mal momento y seguir adelante junto a esa persona que, por ser amigo, tan importante es en nuestra vida. Ese ser al que le pedimos perdón, aún cuando no tenemos consciencia de haber hecho nada malo, porque valoramos más su amistad que nuestro orgullo. Él no lo hizo.
Ella aún se preguntó mucho tiempo qué era lo que le había enojado hasta ese punto: Sacarla de su vida, como si nunca hubiera existido, con odio, con insultos y sin atender a nada que ella pudiera decir. Solo tras ser preguntado varias veces dió un par de argumentos, no falsos, pero si inexactos y se fue. Sin más, sin importarle nada, probablemente porque nunca le importó.

Ahora estaba allí, dolida por la injusticia, por la traición y, por encima de todo, por haber sido tan torpe como para entregar su afecto a quien no lo merecía; porque se dejó llevar por el corazón, pese a saber que solo el cerebro sabe lo que realmente nos conviene; por saber que, daba igual qué hubiera ocurrido, le querría siempre. Porque aunque él jamás le hubiese dado su cariño ella sí se lo dió a él y ahora no sabía como recuperarlo. No a él, que eso no tenía arreglo: Quería recobrar el amor, el tiempo, todo lo que invirtió en esa relación para echarlo a una pira y cuando fuera solo cenizas enterrarla en el cementerio de las palabras malditas, entre la tumba de los corazones rotos y la de la amistad que nunca lo fue.

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