jueves, 25 de agosto de 2011

Un verano para recordar

Cuando era pequeña los veranos eran muy largos. Comenzaban en mayo, cuando nos mudábamos a la casa de la playa y se prolongaban hasta la mitad de octubre, con nuestro regreso a la ciudad. No importaba que hubiera clases o que mi padre tuviese que trabajar: Estábamos en la playa así que lo considerábamos veraneo desde el instante en que atravesábamos la puerta del hogar estival. Este sentimiento duró muchos años. Con el paso del tiempo fuimos creciendo, encontramos trabajo y comenzamos a veranear en otros sitios y lejos de la familia, por lo que las vacaciones se acortaron quedando en las cuatro semanas habituales. 

Este año he recuperado una parte de aquellas sensaciones de antaño.

El verano comenzó un poco tarde en realidad, concretamente en julio, pero había empezado a prepararse varios meses antes, así que podemos situar su comienzo en mayo también, igual que los de mi infancia.

Ha traido viajes (unos más largos que otros), nuevos amigos (unos más adictos que otros), nuevas experiencias (unas mas gratas que otras) y muchos planes de futuro (todos apasionantes).

Los viajes no me han llevado a destinos exóticos, países extranjeros o lugares sin descubrir. He ido a ciudades que ya conocía pero que, gracias a las personas que han compartido su tiempo conmigo, me han mostrado otras facetas que ignoraba por completo.

Las personas siempre han sido lo más importante, lo más significativo de todas mis vivencias. Las que me han acompañado en estos meses han sido, además, las más notables que he tenido el placer de tratar desde hace años. Cada una de ellas, con sus características particulares y sus manías personales, ha dejado una huella en mí que no será fácil de borrar.

Ha habido quien me han tratado con un afecto que ya no creía posible encontrar. Alguno me ha hecho enfadar y desenfadar periódicamente. Uno ha entrado hasta lo más profundo de mi alma provocándome un sentimiento de afecto y ternura como sólo ciertos niños me han despertado. Otro me ha herido con más dureza que si me hubiera clavado una espada. Todos han entrado en mi vida y lo han hecho para quedarse, porque no es fácil sacarse del corazón a quienes han entrado en él.

Mi vida ya no volverá a ser la misma, porque ahora les tengo a ellos, incluso a los que ya van saliendo y quizá no vuelvan más.  Saldrán de mi entorno más cercano, pero  nunca podrán salir de mí: La huella que han dejado es demasiado profunda.

Por los buenos momentos, que de los malos no quiero acordarme, por lo aprendido, por lo vivido, por lo soñado, por vuestro afecto... por un verano para recordar, gracias a todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario